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no se echó atrás.

      —Gracias por enseñarme el pueblo —dijo él.

      —Gracias a ti por la taza de chocolate.

      Wyatt se inclinó, y aunque no tenía motivo alguno para esperarlo, Neily pensó que le iba a dar un beso de buenas noches.

      Se llevó un buen susto y se apartó con rapidez, pero Wyatt sólo se había inclinado para recoger las bolsas de la compra, que había dejado en el asiento de atrás. Afortunadamente para ella, no pareció darse cuenta de lo sucedido.

      —Hasta mañana entonces…

      —Sí, a las cuatro y media.

      Él le dedicó una sonrisa dulce y sexy.

      —¿No prefieres que pase a buscarte?

      Neily se dijo que sería mejor que no volviera a quedarse a solas con él en el interior de un coche.

      —Bueno, los archivos están en el juzgado —respondió.

      —Pues te veré allí a las cuatro y media.

      Wyatt asintió y ella esperó a que abriera la portezuela, pero se quedó mirándola con intensidad, como si la estudiara.

      Luego, volvió a sonreír y dijo:

      —Buenas noches.

      Un segundo después, ya había salido del coche. Neily quiso arrancar inmediatamente y marcharse a toda prisa, pero no pudo resistirse a la tentación de permanecer en el vado y admirar su cuerpo mientras se alejaba hacia la casa con las bolsas de la compra.

      Todavía estaba empeñada en convencerse de que aquello no era el principio de una relación. Y aun así, fantaseó con lo que habría sucedido si la hubiera besado; si en lugar de girarse para alcanzar las bolsas del asiento de atrás, la hubiera alcanzado a ella.

      Capítulo 4

      EL martes por la tarde, Neily llamó a la puerta de una casa de campo de las afueras de Northbridge. Dio dos golpes y entró.

      —Sela, ¿estás ahí? Soy Neily…

      —Ya lo veo. Y vienes con un hombre —dijo una voz jadeante.

      La mujer estaba en una esquina del salón, sentada en una silla.

      —Es verdad. Acabo de recibir una llamada del hospital y me han dicho que te habías marchado. No podían encontrarte.

      —Pues estoy donde les dije que iba a estar. Tú me has encontrado rápidamente, y ellos también podrían si no fueran unos cretinos.

      Neily cerró la puerta a sus espaldas y la miró. Sela, una mujer pequeña de ojos azul claro y cabello recogido con una coleta, llevaba la ropa que tenía aquella misma mañana cuando la llevó al hospital.

      —El hombre que me acompaña se llama Wyatt Grayson. Seguramente conoces a su abuela, Theresa Hobbs… —le dijo.

      —¿Hobbs? Por supuesto que conozco a los Hobbs. Di a luz a mi Thomas la misma semana que Lurene tuvo a Theresa, su hija… Pero, ¿has dicho que es su abuela? Dios mío, me estoy haciendo vieja…

      —Sela tiene noventa y seis años —explicó Neily a Wyatt.

      —Supongo que si mi Thomas siguiera con vida, ahora podría ser abuelo de un hombre hecho y derecho —comentó Sela, que aparentemente estaba calculando los años—. Siempre me acuerdo de él como era cuando se murió… tenía vuestra edad. Demasiado joven para ser abuelo.

      Neily y Wyatt acababan de llegar al juzgado cuando ella había recibido la llamada del hospital. Él había insistido en acompañarla, y el trayecto se convirtió en una tortura porque su presencia en el interior del coche y su colonia especiada la volvían loca.

      Caminó hacia la anciana y se sentó en el borde del sofá. Wyatt se acomodó en el extremo opuesto.

      —Bueno, ¿qué ocurre, Sela?

      —Nada. Sólo quería estar en mi casa y dormir en mi cama. Se lo he dicho mil veces a los del hospital. Me tratan como a una niña de dos años y me hablan como si fuera estúpida, sorda o las dos cosas a la vez.

      —Pero tienes neumonía…

      —Para tomarme las píldoras no necesito a nadie, y descanso mucho mejor aquí. He intentado explicárselo y no me hacen caso, así que decidí marcharme… Me ha traído Stan Lowell. Le dije que mi coche estaba en el taller —explicó—. Estaba harta de ese lugar.

      De repente, Sela miró a Wyatt y cambió totalmente de conversación.

      —Theresa Hobbs…. sí, claro. ¡Es horrible lo que le pasó a esa familia! Sólo era una niña cuando perdió a su padre y a su madre. Se habían marchado a Billings porque entonces no teníamos dentista en Northbridge. Y pensar que fue por un simple dolor de muelas… cuando volvían a casa, les pilló una tormenta de nieve. Cuando los encontraron, estaban congelados.

      —Sí, es verdad —le confirmó Wyatt—. Yo no lo he sabido hasta hoy. He estado en la biblioteca, consultando periódicos viejos.

      Wyatt parecía impresionado por la memoria de Sela, pero a Neily no le extrañó; a pesar de su edad avanzada, era una mujer despierta y en plena posesión de sus facultades. Por eso, decidió probar suerte y ver si se acordaba de algo más.

      —Estábamos en el juzgado cuando he recibido la llamada del hospital —comentó—. ¿Tú sabes si el padre de Theresa tenía tierras?

      —Sí, desde luego. Y muchas. Valían una fortuna, pero Theresa se las vendió por calderilla a Hector Tyson. Cuando ella se marchó de Northbridge, ese canalla miserable se dedicó a jactarse del gran negocio que había hecho. Se hizo millonario con las urbanizaciones que se construyeron allí. Es una pena, pero Theresa era muy joven y estaba sola; supongo que tras la pérdida de Lurene y Herb sólo pensaba en marcharse.

      Sela se encogió de hombros y añadió:

      —Pero en realidad no sé lo que pasó. Si realmente quería poner tierra de por medio, ¿por qué se quedó con la casa? Además, ya me habían contado que ha vuelto de repente, en mitad de la noche, como si fuera un ladrón. Me parece muy extraño.

      —Es verdad, ha vuelto —dijo Neily—. Desgraciadamente, no todo el mundo tiene tan buena memoria como tú… Theresa tiene ciertos problemas y estamos intentando averiguar lo que le pasa y si podemos hacer algo por ella.

      —Si queréis ayudarla, no la enviéis a ese maldito hospital —declaró—. Si permites que te arrastren a ese sitio, estás acabada.

      —Pero Sela, tú necesitas cuidados médicos. Tus pulmones no están bien.

      —¡Tonterías! Respiro perfectamente. Si no fuera cierto, no podría hablar contigo.

      —No respiras tan bien como deberías. Noto la tensión en tu pecho cuando hablas… por eso te llevé a urgencias esta mañana.

      Sela la miró con cara de pocos amigos.

      —¿Y si te doy mi palabra de que sólo estarás unos cuantos días en el hospital? —continuó—. Sé que normalmente te las arreglas bien sola, pero no creo que ahora sea buena idea. Ni siquiera tienes tus píldoras. Te las has dejado allí.

      Sela hizo un gesto de desdén.

      —Habría llamado para que me las enviaran. Sé que las necesito.

      —También necesitas descansar un par de días en una cama y que te sirvan comidas que no te tienes que preparar.

      —Bah… calentar una sopa no cuesta nada.

      —Pero mejorarás más deprisa si comes algo más sustancial.

      Neily notó que la determinación de la anciana empezaba a flaquear. Sus argumentos la habían convencido.

      —Si acepto seguir ingresada unos días, ¿irás a recogerme

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