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      Presentación

      El Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola está organizado por el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara, en colaboración con la Dirección de Artes Escénicas y Literatura de Cultura udg y la Editorial Universitaria. Este concurso nace como homenaje a la memoria y el trabajo literario de Juan José Arreola, escritor originario de Ciudad Guzmán, y por la necesidad de convocar desde su ciudad natal un premio en uno de los géneros literarios más interesantes: el cuento.

      La Universidad de Guadalajara instituyó este concurso, que se ha ido consolidando a lo largo de estos años, con la finalidad de estimular el trabajo creativo de cuentistas mexicanos, el cual está abierto para obras inéditas de escritores residentes en el país.

      La obra ganadora de esta xi edición es Dios en un Volkswagen amarillo de Efraím Blanco, originario de Cuernavaca, Morelos. El jurado estuvo integrado por Fernando de León, Cecilia Eudave, y Eduardo Antonio Parra.

      Esta obra fue declarada ganadora por ser un libro consistente que desarrolla múltiples historias interesantes en poco espacio; utiliza el sarcasmo, el humor negro y el ingenio […] bien estructurado en tres partes que conserva unidad, densidad y profundidad, retomando la ficción breve arreolina.

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      Tierra

      Uno está aquí

       y hay aún otros sitios

       por algún camino al infierno

       donde todo está bien.

       O incluso

       al cielo

       donde todos los santos esperan

       y protegen la puerta dorada.

       Robert Creeley

      El perro

      Mi padre mintió acerca de tener que sacrificar al perro. Dijo que lo echarían a dormir y que después de un tiempo lo llevarían a un lugar mejor: una granja donde podría jugar con muchos animales como él y que allí sería feliz. Ahora sé que no era cierto y que en realidad al bueno de Scooby lo mataron. También mintió acerca del lugar al que lo llevarían y en eso de que él era mi padre. Todo aquello lo he descubierto por casualidad y todavía no decido qué hacer con las ideas que dan vueltas en mi cabeza.

      Por ejemplo, muchas veces pensé que irme de casa sería lo mejor. Imaginé a Scooby diciendo: “eh, muchacho, larguémonos a recorrer el mundo, tú y yo”. Dudo que mis hermanos se dieran cuenta si me voy; si acaso se acordaban de mí cuando venían a arrojarme calcetines sucios para hacerme despertar. Pedro y Vladimir son un par de cabrones. Papá los deja hacer lo que quieran desde que mamá se murió en aquel accidente. A veces lo sorprendo borracho en el cuarto del sótano. Escucha canciones de Tom Waits y se queda dormido en su viejo sillón. I’m lost, i’m lost at the bottom of the world. Supongo que extraña a mi madre tanto como yo. Ella nunca habría permitido que se llevaran a Scooby y que lo mataran de un balazo en la cabeza. Ese perro era de las mejores mascotas que he tenido. Le gustaba perseguir gatos, atrapar alguno de vez en cuando y jugar con él como si fuera su mejor amigo. Nunca los maltrataba. Era el can más amable del mundo. Pero papá creyó que tenía rabia cuando lo encontró con toda esa espuma en el hocico. Yo quise explicarle que se trataba de un juego y que Scooby jugaba a ser Cujo para espantar a un amigo felino que había atrapado el día anterior. Pero nadie creyó que el perro fuera capaz de tales astucias. Lo subieron a un taxi y lo pude ver sacando la cabeza por la ventanilla para juguetear un rato con el viento. Ya sabes que eso les encanta. Lo miré asomar el hocico y guiñarme un ojo como diciendo: “eh, amigo, regreso pronto, todo va a estar bien”. Pero Scooby ya no regresó. En la tarde Vladimir me dijo que era un perro viejo y apestoso, y que echarlo a dormir era lo mejor. Pedro reía. Esa vez tuve la sensación de que mis hermanos eran dos extraños que no sabían nada de la vida y pensé, con toda honestidad, que ni siquiera se merecían vivir. Scooby me dijo alguna vez que quizá eran extraterrestres. Que eran demasiado raros para ser mis hermanos y que alguien debería hacer algo para remediar esa situación. Por eso anoche esperé a que se quedaran dormidos y luego les partí la cabeza con un martillo. Mientras lo hacía, pensé en mi perro y lo pude ver diciendo: “eh, muchacho, más fuerte, no dejes que se vayan a levantar”.

      Después de eso empezó el minuto más largo del mundo. La casa giraba lentamente y pude sentarme en la entrada del cuarto para ver a mis hermanos con esa cara seria, los ojos cerrados y un hilo rojo resbalándoles por la cara hasta caer. Supe que todo debía terminar de una sola vez cuando la música de mi padre subió desde el sótano a mis oídos y me hizo sospechar lo peor: esa cosa no era humana. Sólo se parecía a papá. Y es que los Doors confirmaban mis sospechas con el bajo y las guitarras lúgubres, la voz de Morrison sonando como una especie de mensaje del espacio exterior. People are strange when you’re a stranger, faces look ugly when you’re alone. Fuera lo que fuera tenía que irse. Despacharlo fue muy sencillo. El arma de metal atravesó la masa que tenía por cabeza y el rock terminó. Eso les enseñará a no mentir. A no meterse conmigo y mi perro. Ahora el mundo estaba en silencio y Scooby podía descansar. Los invasores habían pagado y pude imaginarlo diciendo: “eh, amigo, anda a dormir, mañana todo va a estar mejor”.

      Día familiar

      Hay un diablo muerto en el jardín de la casa. Papá ha dicho que lo sacaría esta tarde junto con las bolsas de la basura. Mamá piensa que lo mejor sería quitarlo de una vez porque da muy mala imagen y quién sabe qué vaya a pensar la sociedad. Pero igual se ha quedado allí tirado y mi hermano el mayor tampoco tiene intenciones de moverlo a ningún lado. El perro que tenemos por mascota fue a darse una vuelta por el demonio difunto para reconocer el territorio. Lo huele y parece que el azufre le molesta y se retira solemne mientras le lanza un poco de tierra con la pata izquierda. Mi hermana la pequeña prepara un elaborado juego de té y ya tiene al diantre cadáver cubierto de pulseras de colores. Mamá sigue regando las flores del jardín como si nada pasara y sonríe nerviosa cuando pasa alguno de los vecinos. Algunos se detienen a observar con extrañeza al difunto. Han querido tomarle fotos pero mamá los convence de lo contrario haciéndoles la plática de alguna cosa trivial que no alcanzo a entender.

      Papá ha vuelto esta tarde con una sonrisa en la cara y nos ha llamado a todos a entrar a la vivienda. En el periódico de hoy anuncian viajes gratis al Caribe a la familia que lleve el objeto más increíble que tenga en su jardín. A mi madre no le ha gustado mucho la idea, pero sostiene con sus guantes de látex los pies colgantes del ángel caído mientras lo cargamos hasta la sede del concurso. Papá nos mira a todos con orgullo y sonríe. Mi hermano publica en Facebook una foto del alegre suceso. Yo pienso en lo complicado que será traerlo de vuelta. También será difícil explicar el golpe en la cabeza que mató a Satanás mientras dormía anoche en nuestro césped. Pero eso —creo yo— nadie tiene que saberlo.

      Fiesta

      Como truco final, el mago sacó un conejo blanco del sombrero. Un conejo rabioso y veloz, que devoró a los primeros niños de un solo bocado mientras el nigromante cerraba las puertas. Cuando el festín terminó, el emponzoñado conejillo se dejó tomar suavemente por las largas orejas y lo depositaron en el sombrero, donde por fin pudo descansar sin hambre y en paz.

      Un duelo

      El hombrecillo me mira con la misma impresión que yo a él. Está parado justo a media recámara y lleva consigo mi teléfono celular. En cuanto prendí la luz noté esa pequeña oscuridad moviéndose, temí que fuera algún insecto rastrero, y con todo el miedo del infinito miré, pero es, tan sólo, un hombrecillo de menos de diez centímetros de altura que pretende robar mi celular. Me mira fijamente, no parece arrepentido, creo que sus ojos

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