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observó entre fascinada y enfadada cómo Vincenzo conseguía dominarse, como si sus sentimientos los guardase bajo llave. Así era como había canalizado su dolor hacia la venganza.

      –Los votos que hicimos, el futuro que nos prometimos. Eso es lo que quiero.

      –Sigo sin creer que Greta hiciera algo tan…

      –Porque estás condicionada por el agradecimiento que sientes hacia ellos. No los conoces de verdad; tú no estás corrompida por el privilegio y el poder que corre por sus venas.

      –¿Piensas que eso impide que los ame con la misma intensidad? Cuando me enteré de que Carlos era mi padre biológico y vine a vivir con él, Greta ya estaba casada con él y no sabía nada de mi existencia. Pero me acogió, me dio un hogar, se convirtió en mi apoyo cuando él murió. Leo y Massimo me aceptaron y me trataron como a un miembro de su familia. ¡No tienes ni idea de lo que significan para mí!

      –¿Y crees comprender la animosidad que yo siento hacia ellos?

      Alex se esforzó por ver la situación desde su punto de vista. Tomó aire y buscó las palabras cuidadosamente.

      –Tienes razón. Mentiría si dijera que comprendo por lo que pasaste. Pero… pero tú tampoco sabes lo que padecieron Leo y Massimo con tu padre, Silvio. Ellos son inocentes. No merecen que les destroces la vida. El verdadero culpable de todo es Silvio Brunetti, no ellos. Y él está muerto.

      Vincenzo se encogió de hombros y la crueldad de su gesto, sin tan siquiera pararse a tener en cuenta sus palabras, hizo que a Alex se le encogiera el corazón.

      –¿Es esto lo que quieres, V? ¿La guerra?

      –Sí. La que he declarado hace mucho tiempo y a la que he dedicado toda mi energía. Identifiqué sus fragilidades, sus puntos débiles durante años, y entonces ataqué. Y no pienso…

      –Espera… –interrumpió Alex, sintiendo un escalofrío. Las piezas empezaban a encajar.

      Alessandra Giovanni: modelo, icono de la moda, mujer de negocios, filántropa. Hija adoptiva de los poderosos Brunetti de Milán.

      Acababa de recordar el titular del artículo publicado apenas unos días antes de que viajara a Bali. Donde había aparecido el misterioso y guapísimo hombre de negocios italiano.

      El encuentro accidental cuando ella visitaba las ruinas de un templo…

      La pasión compartida por la arquitectura antigua…

      Las tres horas que él había esperado mientras ella terminaba la sesión fotográfica, devorándola con sus ojos grises.

      La promesa de enseñarle lugares a los que no la llevaría ningún guía turístico…

      Su primer beso…

      Las preguntas sobre sus obras sociales, sobre los negocios que quería emprender, sobre todo aquello que le importaba… Cómo la había dejado expectante tras la primera noche de intimidad en el balcón de la villa… La súbita proposición de matrimonio y los votos que había recitado con aquella voz grave…

      ¿Habría sido algo de todo eso real?

      –¿Viniste a Bali expresamente por mí, para comprobar si podías utilizarme en tu guerra contra ellos?

      Vincenzo permaneció impasible, pero Alessandra podía identificar cualquier cambio en aquel hermoso rostro.

      –Contesta, Vincenzo –gritó dolida.

      –Sí, fui a buscarte, Alessandra…

      –Porque el artículo citaba a Greta diciendo: «Alessandra es a la que más quiero del mundo», ¿verdad?

      De nuevo, un espantoso silencio.

      A pesar de sus esfuerzos por evitarlo, las lágrimas le nublaron la vista, distorsionando sus nítidas facciones.

      «Identifiqué sus fragilidades, sus puntos débiles durante años, y entonces ataqué».

      No le había bastado con perseguir BFI y BCS, hacerse con las parte de Silvio Brunetti en BFI. Tenía que hacerles daño donde más les dolía personalmente, especialmente a Greta. Todo había sido premeditado, planeado y ejecutado a la perfección.

      Y ella se había enamorado como una idiota de él.

      Se volvió hacia Vincenzo, secándose las mejillas bruscamente. El dolor dio paso a una furia que no había experimentado jamás.

      –¿Y qué esperas de mí mientras tú destruyes a la gente a la que yo amo?

      –Lo que habrías hecho si no te hubieras enterado: dar una oportunidad a nuestro matrimonio. Que pases el resto de tu vida conmigo y cumplas tus votos.

      –Nuestro matrimonio es una… farsa.

      –¡No! Yo me casé contigo, Alessandra. Prometí pasar el resto de mi vida contigo. Y no lo hice a la ligera.

      Alex escrutó su rostro, buscando un destello al que asirse, pero la mirada implacable no se suavizó. Las palabras de Vincenzo adquirieron sentido lentamente, dando lugar a nuevas preguntas.

      –¿Por qué te casaste conmigo en lugar de seducirme y abandonarme? Te puse todas las facilidades. Podrías haberme dicho que solo había sido un juguete.

      –Yo no trato así a las mujeres. Esa es una especialidad de los Brunetti.

      –Entonces, ¿por qué?

      –Eres hermosa, inteligente, un tesoro que cualquier hombre querría poseer. Para alguien como yo, que creció sin nada, que será siempre un bastardo y que ha construido su imperio deshaciéndose de quienes se interpusieran en su camino, eres un triunfo, Alessandra. Me casé contigo porque, por primera vez en mi vida, quise algo al margen de mi deseo de venganza. Me casé contigo porque hacerte mía, arrebatarte a Greta, era tanto como poner la guinda al pastel.

      Alessandra asintió con un nudo en el estómago.

      –No sé qué decir a un hombre que cree que puede separarme de la mujer que me dio un hogar y que piensa que voy a apoyar la destrucción de mi familia. Alguien que cree que poseerme lo coloca en una mejor posición social. No voy a…

      No iba a dejarse utilizar en una batalla entre gente a la que quería. No sería ni el punto débil ni el arma de nadie.

      –No soy un premio a ganar, ni un arma que puedas usar en tu guerra personal –Alex se obligó a mirarlo a los ojos–. Márchate. No puedo enfrentarme a esto ahora… Por favor, márchate, V.

      Vincenzo permaneció inmóvil, pero tras lo que pareció una eternidad, asintió. Y se fue.

      Alex se quedó mirando por la ventana con la garganta seca y el pecho vacío.

      –Se ha ido.

      –¿Qué quieres decir? –preguntó Vincenzo a Massimo Brunetti.

       Miró a los dos hombres que se relajaban en sendas hamacas en aquella atípicamente fría tarde de junio.

      Había encontrado la villa tan espectacular como la primera vez. Pero pensar en destruir el símbolo del poder de los Brunetti no le produjo en aquel instante ningún placer porque estaba preocupado por un asunto más acuciante.

      Alessandra no había contestado sus llamadas en cinco días, lo que le había obligado a hacer aquella visita. Su paciencia, que era muy limitada aquellos días, se había puesto a prueba.

      Había sido la peor semana de su vida profesional y personal.

      Había empezado con una crisis en el departamento financiero de su empresa, seguida por la marcha de Alessandra a Milán sin previo aviso. Luego su propio vuelo para ir a por ella y el enfrentamiento que pronto se escapó de su control gracias a que los Brunetti la habían puesto al día de sus artes maquiavélicas, seguido de una llamada de las enfermeras que cuidaban de su madre exigiendo su inmediata presencia en su propiedad de la Toscana.

      Lo

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