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inocente. Puedes hacerle daño», le susurraba la pequeña parte de conciencia que le quedaba. Pero la acalló diciéndose que eso no sucedería si la convertía en parte de su vida. Si le ofrecía algo que jamás se había planteado con anterioridad.

      –¿Que nos casemos? –preguntó Alessandra perpleja, pasándose la lengua por unos labios que millones de mujeres intentaban tener gracias al colágeno–. No te rías de mí, V –añadió con una risita seca que siempre excitaba a Vincenzo.

      Era lo que hacía cuando quería ocultar sus emociones, igual que usaba solo su inicial para dirigirse a él desde el día que se conocieron, a modo de escudo protector contra sus propios sentimientos; pero la vena que palpitaba violentamente en la base de la garganta la traicionaba.

      Eso era lo que más le gustaba a Vincenzo de ella: era como un libro abierto que hubiera conservado su integridad en medio de un mundo despiadado.

      Vincenzo terminó su copa y se zambulló en la piscina con el corazón acelerado. Cuando llegó a Alessandra, emergió y pegó su cuerpo al de ella. Con el anhelo que siempre sentía de tocarla, le retiró el cabello detrás de la oreja.

      –Deberías saber ya que solo digo lo que pienso, princesa –dijo, besándola y posando las manos en su cintura.

      –¿Sí?

      –Sí, cara mia. Las últimas semanas han sido…

      Vincenzo no encontró las palabras. Nunca se había sentido con ninguna mujer como con ella.

      –Maravillosas, fantásticas, increíbles –concluyó Alessandra por él con la honestidad que la caracterizaba.

      Él rio.

      –Exactamente. Y me doy cuenta de… –la estrechó hasta que sus alientos se mezclaron, hasta que ella le rodeó el cuello con sus brazos y le hizo inclinar la cabeza, hasta que sus corazones latieron al unísono–, que no quiero separarme de ti, cara. Ni ahora ni nunca. Así que, ¿por qué no oficializarlo?

      Ella exhaló. Vincenzo podía percibir que temblaba.

      –Es una locura. Estas últimas semanas han sido una completa locura.

      –¿En sentido negativo? –preguntó Vincenzo. Nunca había esperado una respuesta con tanta ansiedad.

      –No –se apresuró a contestar ella –. Una locura de cuento de hadas. Contigo me siento como una princesa. Yo…

      Vincenzo esperó en el filo de la navaja. Alessandra continuó:

      –Pero nunca me había pasado nada parecido a esto. De hecho estaba a punto de olvidarme de los hombres y del mundo. De pequeña escuché una historia sobre una mujer rescatada por un príncipe. Y tú…

      –No soy príncipe, Alessandra –dijo él con brusquedad.

      Ella suspiró y apoyó la cabeza en el hombro de él.

      –Ha sido maravilloso y no quiero que termine, no quiero volver a la vida real –lo miró con sus grandes y penetrantes ojos–. Pero apenas nos conocemos.

      –¿Serviría de algo que dijera que nunca antes me había planteado compartir mi vida con una mujer? ¿Bastaría que dijera que estas últimas semanas han cambiado mi vida, que el futuro con el que me has contado que sueñas, es también el que yo quiero?

      Ella lo miró y sus ojos rebosaban de esperanza y anhelo. Por una fracción de segundo, aquella intensidad inquietó a Vincenzo; solo una fracción de segundo.

      Una amplia sonrisa transformó el rostro de Alessandra en una belleza arrebatadora.

      –Sí, V. Hagámoslo. Casémonos.

      Cualquier duda que Vincenzo pudiera albergar se borró con el beso que le dio Alessandra, con el dulce sabor de sus labios, con el susurro anhelante de que lo deseaba en aquel instante, allí mismo.

      Vincenzo devoró su boca, acarició sus caderas y sus nalgas. En segundos, le quitó la parte baja del biquini, la penetró y una vez más se apoderó de él una deliciosa sensación de paz.

      Y para un hombre que nunca había compartido su vida con nadie, cuyos pasos habían estado guiados siempre por la estrategia, aquello era una bendición, una invitación a un futuro que jamás había atisbado.

      El persistente sonido del teléfono despertó a Alex. Se desperezó y sintió el delicioso entumecimiento resultado de la apasionada noche anterior.

      Sonrió y ocultó el rostro en la almohada contigua a la suya, que, como de costumbre, estaba vacía. El hombre con el que se había casado era un adicto al trabajo.

      Volvió a oír la llamada. Con un suspiro, Alex se levantó y buscó el teléfono. Finalmente lo encontró en un cajón del escritorio. Frunció el ceño al darse cuenta de que no era el teléfono que Vincenzo usaba habitualmente y el número de quien llamaba aumentó su confusión.

      ¿Por qué llamaba Massimo Brunetti a Vincenzo? ¿Cómo era posible que lo conociera?

      Desde que, trece años atrás, Greta Brunetti, la matriarca de la familia, la había acogido con los brazos abiertos al descubrir que era la hija ilegítima de su segundo marido, consecuencia de una aventura anterior a conocerla, los Brunetti, incluidos los nietos de Greta, descendencia del hijo de su primer matrimonio, se habían convertido en su familia adoptiva. A pesar de no tener sangre común, Leonardo y Massimo Brunetti la habían recibido generosamente, compartiendo con ella su hogar y sus corazones.

      En aquel momento, sabía que Massimo debía de estar preocupado por ella; como todos los demás, y Alex se sintió culpable. No había planeado pasar tanto tiempo alejada de Milán. Solo había ido a pasar unos días a Bali para una sesión fotográfica y luego se había quedado para reflexionar sobre su carrera y lo que quería hacer en la vida. Incluso había apagado el teléfono para desconectar completamente del resto del mundo.

      Pero en lugar de concentrarse en su futuro, había conocido a Vincenzo y se había casado con él en secreto.

      Y había retrasado dar la noticia a su familia porque pensaba que Greta, Massimo y Leo se merecían una notificación más solemne que un mensaje de texto o de voz.

      Pero en ese momento…. De alguna manera, la genialidad tecnológica de Massimo le había permitido descubrir que estaba con Vincenzo. ¿Cómo era posible? ¿Por qué Vincenzo no había mencionado que conocía a los Brunetti?

      Alex pulsó finalmente en la pantalla para contestar.

      –Hola, Massimo.

      –¿Alex, cara, eres tú? ¿Qué haces con el teléfono de Vincenzo Cavalli?

      Alex se mordió el labio. Massimo sonaba extraño. Algo no iba bien.

      –¿Por qué llamas a este número, Massimo? ¿De qué lo conoces?

      Massimo habló apresuradamente.

      –Cara, escúchame. Vincenzo es responsable de los problemas que hemos estado teniendo en Brunetti Finances. Es quien lanzó el ataque cibernético contra nuestro sistema, es quien ha estado engatusando a los miembros de la junta directiva para que expulsen a Leo. Es… un hombre muy peligroso, bella. Ha organizado ataques desde distintos frentes, contra todos nosotros. Incluso se ha hecho con el paquete de acciones de nuestro padre.

      ¿Contra todos? ¿Y ella? ¿Era también un objetivo?

      Alex sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

      –Massimo, no entiendo. ¿Por qué?… ¿Cómo?

      –Leo intentó dar contigo en cuanto nos enteramos de que Cavalli estaba en Bali; queríamos asegurarnos de que no te relacionabas con él. Al final, a Natalie, que trabajó para él en el pasado, se le ocurrió llamar a su viejo número de teléfono para intentar hablar con él…

      Alex estaba paralizada.

      –¿Alex, qué haces con él? ¿Por qué…?

      –Yo…

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