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lo frío y seco que era–. Ya no me quedaba dinero en el banco y mis tarjetas de crédito están al máximo. Llevo varios meses sin trabajar porque he estado cuidando de Liz y…

      Chloe se detuvo abruptamente, pensando que había hablado demasiado. El estado de su economía no era asunto de Lorenzo.

      Había sido una sorpresa encontrarse cara a cara con él, pero Lorenzo no tenía el menor interés por ella; sólo le interesaba lo que creía que le había robado.

      ¿De verdad había ido hasta allí por una ridícula cantidad de dinero?

      –He usado ese dinero para pagar el funeral y el entierro de Liz –añadió.

      Ni siquiera Lorenzo Valente sería tan duro de corazón como para no entenderlo.

      –Deberías habérmelo pedido –dijo él.

      –No tenía que pedírtelo, la cuenta estaba a nombre de los dos. Yo nunca he querido tu dinero, pero no voy a pedirte disculpas porque volvería a hacerlo. Liz merecía un entierro apropiado.

      Lorenzo vio la inseguridad que intentaba esconder bajo esa coraza de valentía. Sabía que lo estaba pasando mal y, a pesar de sí mismo, tuvo que aceptar que tenía razón.

      Aquello no era lo que había esperado cuando se casó con Chloe, que tres meses después de su boda se encontrasen por primera vez en un cementerio inglés para discutir por los gastos del entierro de una extraña.

      La había elegido como esposa porque había pensado que era una persona de confianza, estable, sensata, como lo había sido cuando era su ayudante en la oficina. Quería que su matrimonio fuese un acuerdo entre los dos, algo sin complicaciones. Nada que ver con el a menudo histérico y desagradable escenario que había visto cuando era pequeño, mientras su padre se casaba una y otra vez con mujeres que no le convenían.

      Pero nada había salido como esperaba. Chloe lo había dejado y no había vuelto a ponerse en contacto con él… ni siquiera cuando tuvo problemas económicos.

      –Eres demasiado orgullosa como para ponerte en contacto conmigo –le dijo–. Has preferido robar el dinero antes que llamarme.

      Chloe dejó escapar un suspiro de resignación, mirándolo a los ojos.

      –Pensé que no me darías el dinero si te lo pedía, que congelarías la cuenta o algo así. Y necesitaba ese dinero. Tú no conociste a Liz, sólo la viste un par de veces.

      Lorenzo arrugó el ceño mientras miraba a la niña que tenía en brazos.

      –¿Qué clase de hombre crees que soy? –le espetó entonces, levantando la voz–. ¿De verdad crees que soy tan mezquino como para no ayudarte a pagar el entierro de tu amiga?

      Chloe lo miró con unos ojos que parecían demasiado grandes para su cara, tan sorprendida como la niña que tenía en brazos, que había levantado la cabecita.

      –No lo sé –contestó por fin, insegura–. Nos casamos, pero parece que no te conozco en absoluto.

      –¿Cómo que no?

      –Mira, no voy a discutir ahora. Seguramente Emma tendrá hambre. Ha sido una tarde muy larga y debo volver a casa.

      Parecía pequeña y frágil sentada allí, con un traje gris que le quedaba ancho. El color la hacía parecer muy pálida y su pelo rubio caía sin forma hasta sus hombros.

      Al lado de la hierba verde y las flores rosadas del almendro tenía un aspecto triste, casi como si hubiera salido de una película en blanco y negro.

      Aquél no era su sitio, no podía serlo.

      La rabia de Lorenzo se esfumó entonces. Tenía que sacarla de allí. Era imposible hablar con ella en un cementerio.

      –Iremos juntos a buscar lo que necesites. Y luego vendrás conmigo.

      Chloe lo miró, sorprendida. No había esperado que empezase a dar órdenes… aunque así era como Lorenzo estaba acostumbrado a comportarse con todo el mundo. Y así había sido con ella también antes de que empezasen una relación.

      –Sé que estás enfadado conmigo –le dijo–, pero no puedes darme órdenes como si fueras mi jefe porque ya no lo eres. Ya no trabajo para ti.

      –No, eres mi mujer –replicó él, su tono dejando claro que eso no lo hacía precisamente feliz–. Y vas a venir conmigo.

      –Que sea tu mujer tampoco te da derecho a darme órdenes –le recordó Chloe–. Además, ahora tengo a Emma.

      –¿Y su padre? –preguntó Lorenzo, estudiando a la niña con el ceño fruncido.

      –Nunca quiso saber nada de ella. Ahora yo soy lo único que tiene en el mundo.

      Una expresión que Chloe no pudo descifrar oscureció las facciones masculinas.

      –Vamos –le dijo, tomándola del brazo.

      Al notar el roce de su mano Chloe sintió algo así como una descarga eléctrica. Dejando escapar un gemido, miró automáticamente sus largos dedos, morenos y vitales comparados con la triste tela gris de la chaqueta.

      Su corazón empezó a latir a toda velocidad y en ese momento sintió que la apatía con la que había vivido durante los últimos tres meses empezaba a desaparecer.

      Se le contagiaba su fuerza, el calor de su atlético cuerpo y se encontró a sí misma atraída hacia él, como una flor abriéndose bajo el sol.

      Se había sentido tan sola durante esos meses y de repente se encontraba anhelando sentir sus fuertes brazos alrededor… anhelando apretarse contra el sólido torso masculino.

      Se dio cuenta entonces de que Lorenzo se había quedado inmóvil. Y supo, incluso sin mirarlo, que había notado su reacción.

      Una campanita de alarma sonó en su cerebro. No podía dejar que Lorenzo viese lo vulnerable que se sentía en aquel momento, cuánto necesitaba su consuelo. Siempre había sido capaz de leerla como un libro abierto y en aquel momento sus defensas estaban más bajas de lo habitual.

      –No pienso ir ningún sitio contigo –le dijo, intentando soltarse.

      Pero Lorenzo no la soltaba y con Emma en brazos era imposible luchar.

      –Tenemos cosas que discutir –insistió.

      Chloe negó con la cabeza. No quería hablar con él. Y definitivamente no quería mirar esos perceptivos ojos.

      Tenía la horrible impresión de que se delataría si lo hiciera, que le dejaría ver sus emociones, cuánto deseaba su presencia.

      Aquel día había sido demasiado doloroso y pensar que pudiera irse y dejarla sola otra vez, de repente le parecía insoportable. Pero no iba a admitir eso delante de Lorenzo.

      –Que me abandonases el día de nuestra boda dejó claro que ya no estás contenta con el acuerdo –dijo él, levantando su cara con un dedo.

      El roce de sus dedos la hizo temblar, pero intentó apartarse.

      –No sabía que tuviéramos un acuerdo –replicó, con el corazón acelerado. Sus palabras eran un triste recordatorio del desastroso error que había cometido al casarse con Lorenzo, al pensar que significaba algo para él.

      –Sí, lo teníamos –afirmó Lorenzo–. Y por eso tenemos que hablar. No habrá más malentendidos entre nosotros.

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