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no recordaría luego las lágrimas que rodaron por sus mejillas hasta que Carlo le rodeó la cara con ambas manos y las barrió con los pulgares. La cubrió los labios de besos delicados, y después su beso se convirtió en un acto de posesión. Más tarde, siguieron simplemente abrazados, hasta que la respiración de ella se normalizó y el corazón volvió a latirle con regularidad, momento en el que él la acomodó a su lado, sin despertarla, para pasar toda la noche enlazados.

      Aysha apenas se movió cuando él se levantó a las ocho, pasó a la ducha, se vistió y fue a preparar el desayuno. Lo que consiguió hacerla luchar contra las brumas del sueño fue el aroma a café recién hecho que llegó hasta el dormitorio.

      –Qué guapa estás despeinada –la saludó Carlo mientras instalaba la bandeja que llevaba en la mesilla. Era verdad que tenía las mejillas suavemente rosadas, que el sueño hacía parecer maquillados sus párpados, y que, con las pupilas dilatadas, los ojos se le comían la cara.

      –Hola –dijo ella, tirando de la sábana hacia arriba, con lo que provocó su carcajada.

      –Qué adorable modestia.

      –Me has traído el desayuno a la cama –murmuró ella con sincero reconocimiento–; eres maravilloso.

      –Procuro complacer.

      Aysha estaba plenamente de acuerdo con eso.

      –Claro que es de suponer que, ahora mismo, estarás más pendiente de la comida que de mí, ¿verdad? –dijo él, inclinándose para besarla en la garganta, y pellizcar luego la piel, primero con los labios, y después con los dientes, para recorrer luego la suave curva de sus pechos.

      «Baja un poco más, y ya verás qué interés tengo por la comida», pensó Aysha, y dijo, muy formalita:

      –Por supuesto. Voy a necesitar toda la energía posible para el día que me espera.

      –La despedida de soltera –dijo Carlo, mirándola a los ojos.

      –Eso es –declaró ella, sosteniéndole la mirada–: una ocasión que debe resultar memorable, según Teresa.

      –Pues entonces, aquí tienes zumo de naranja, y una dosis de cafeína para ponerte en marcha –anunció Carlo, sentándose en la cama.

      De las tostadas, los croissants, la mermelada, el queso, y las finísimas lonchas de salami y de jamón no dijo nada, pero allí estaban. Era un auténtico festín.

      Aysha se incorporó, con cuidado de seguir con la sábana sujeta bajo los brazos, y tomó el vaso de zumo que le ofrecía. Bebió después una taza de café, acompañada de un croissant con mermelada, y luego un sandwich de jamón y queso.

      –¿Más café?

      Dudó un instante, miró la hora, y renunció a la segunda taza:

      –Dije que estaría en casa hacia las nueve.

      Carlo se puso en pie y recogió todo.

      –Me llevo la bandeja.

      Diez minutos después, Aysha estaba duchada, arreglada, y dispuesta a afrontar el día. Vestida con unos vaqueros que subrayaban la esbeltez de sus piernas y con un top ajustado que acentuaba la delicada curva de sus pechos, pasó por la cocina para despedirse.

      –Muchas gracias por el desayuno –le dijo, empinándose para depositar un beso en la mandíbula.

      Él le rodeó la cintura y se apoderó de tal modo de su boca con sus propios labios, que la dejó momentáneamente sin sentido del equilibrio. Luego, poco a poco, suavizó la presión, fue recorriendo el contorno de sus labios hinchados con los suyos, la besó en las comisuras, y la soltó.

      –De nada, cariño.

      Aysha parpadeó varias veces, porque le costaba enfocar. Aquello había sido… «cataclísmico» era la palabra. Ah, y apasionado, sin duda. Quizá después de todo estaba limando poco a poco el autocontrol de Carlo. No pudo dejar de pensar en ello durante todo el trayecto en coche hasta la casa de sus padres.

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