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una mirada desdeñosa.

      –No vas precisamente a la última moda, ¿no crees? Si voy a dejarme ver contigo en público, habrá que hacer ciertos… ajustes.

      –¿Ajustes?

      –Supongo que te das cuenta de que te hace falta ropa más favorecedora, además de un repaso completo –antes de que pudiera protestar, añadió–: Pago yo, claro –y añadió con una sonrisa zalamera–: Es lo menos que puedo hacer.

      –¿Quieres que me encargue de ello? –preguntó Trace con aire aburrido.

      Murray asintió.

      –Sí, de acuerdo. Llévala a comprar ropa nueva y pide cita en el salón de belleza. El lote completo, Trace. Maquillaje, peluquería, depilación… –esbozó una sonrisa procaz–. Lo que haga falta.

      Priss intentó disimular su perplejidad. Trace seguía pareciendo aburrido.

      –No hay problema.

      –Cuando salgas –añadió Murray–, pásate por la mesa de Alice y dile que te dé cita conmigo para comer.

      –¿Alguna fecha en concreto?

      Sin soltar el brazo de Priss, Murray volvió a mirarla de arriba abajo. Luego se encogió de hombros.

      –Después de que la hayan puesto a punto, en cuanto esté libre.

      –Entendido.

      Priss se había quedado boquiabierta de asombro. Nadie se había molestado en preguntarle nada.

      –¿De compras? –intentó parecer agradecida–. Es… es usted muy generoso, pero la verdad es que no necesito…

      Hell volvió a acercarse.

      –¿Te das cuenta de lo importante que es Murray? ¿Sabes la influencia que tiene? No puede dejar que lo vean contigo con esa pinta de… –buscó una palabra y se decantó por una no demasiado insultante– de palurda.

      –Pero… –le dieron ganas de darle una paliza. Un buen golpe con la palma en la nariz. Compuso una sonrisa nerviosa–. Es que no quiero abusar.

      Hell dejó escapar un sonido desdeñoso. Recogió el contenido de su bolso y se lo puso todo en los brazos.

      –Has estado abusando desde el momento en que te presentaste aquí diciendo que eras su hija. Acepta la generosidad de Murray. La necesitas.

      –Calma, Helene. No hay por qué ponerse así –Murray soltó una risilla y preguntó–: ¿Verdad que no, Priscilla?

      –Pues… Claro que no… Quiero decir que… –volvió a guardarlo todo en el bolso con esfuerzo–. Si de verdad está seguro de que quiere hacerlo…

      –Llévala a casa, Trace –la interrogó Murray–. Asegúrate de que llega sana y salva –le lanzó una mirada cargada de intención–. Viva donde viva.

      –Me ocuparé de ello –Trace la agarró de nuevo del brazo para sacarla del despacho.

      Priss oyó a su espalda que Hell empezaba a refunfuñar en voz baja y que Murray volvía a reírse.

      Tras cerrar la puerta, Trace le tiró del brazo para sacarla de su ensimismamiento:

      –Bueno, vamos.

      Priss hizo que tirara de ella todo el camino. Pero Trace solo fue hasta la mesa de la recepcionista.

      –Hola, cielo. ¿Puedes echar un vistazo a la agenda de Murray? Quiere fijar una cita para una comida.

      –Claro, Trace –Alice se puso un mechón de pelo detrás de la oreja y comenzó a teclear. Sus finos dedos volaron sobre el teclado.

      Priss entre tanto volvió a observar a Trace. Con Alice usaba un tono muy amable, mucho más amable que el que había usado con Hell o con ella. Hasta parecía… simpático.

      ¿Habría algo entre ellos? Priss estuvo pensándolo. Y sacudió la cabeza. No, era poco probable.

      Alice lo miró con sus grandes ojos marrones.

      –Mañana está libre un par de horas.

      No, no, no. No estaba lista aún.

      Trace frunció el ceño y, para alivio de Priss, dijo:

      –No hay tiempo suficiente para que la prepare.

      Alice miró a Priss con repentina compasión.

      –Ah. Entiendo.

      ¿Cómo que «ah»? ¿Qué había visto en ella?, se preguntó Priss. Molesta por que Trace la ignorara de aquel modo, fue a sentarse a una silla de cuero, pero él la agarró de la muñeca y la mantuvo a su lado.

      –A principios de la semana que viene tiene tres horas libres. Así tendrías todo el fin de semana para… acabar.

      –Con eso será suficiente. Elige un buen sitio y haz la reserva. El que más le guste a Murray, ¿de acuerdo? Luego me darás los datos.

      Como no podía cruzar los brazos porque Trace seguía agarrándola, Priss comenzó a dar golpecitos con el pie en el suelo. Era el único modo que tenía de hacer visible su enfado.

      Pero entonces Trace puso el pie sobre el suyo, sin fuerza, pero dejando claro lo que quería. Ni siquiera la miró.

      –De acuerdo –dijo Alice.

      –Gracias, tesoro –se incorporó de nuevo y, tras apartar el pie, fijó en Priss su peligrosa mirada–. Vamos.

      Ella lo siguió hasta el ascensor sin rechistar. Estaba deseando respirar aire puro.

      El ascensor los llevó directamente hasta el aparcamiento privado del sótano.

      –He aparcado fuera…

      Trace tiró de ella haciendo que pareciera que había tropezado y mientras la sujetaba le dijo en voz baja:

      –Nos están vigilando.

      –Ah –no miró a su alrededor, pero se le puso la piel de gallina al pensar que los estaban observando. ¿La estaba viendo Murray en ese preciso instante? Reprimió un escalofrío de temor.

      Trace se detuvo delante de un lustroso Mercedes negro con las ventanillas tintadas. Priss enarcó las cejas.

      –Caramba.

      Él abrió la puerta del copiloto y ella entró sin hacerse de rogar.

      –Abróchate el cinturón –cerró su puerta, rodeó el capó y se sentó tras el volante. Cuando las puertas estuvieron cerradas, respiró hondo varias veces, apoyó las manos en el volante y lo agarró con tal fuerza que se le transparentaron los nudillos.

      Consciente de que no podían verlos a través de las ventanillas tintadas, Priss enarcó las cejas:

      –¿Aquí estamos seguros?

      Él giró la cabeza bruscamente y clavó en ella una mirada llena de rabia.

      –Debería ahorrarme un montón de problemas y matarte aquí mismo, antes de que me lo ordene Murray.

      ¡Maldita sea! Priss echó mano del tirador de la puerta, pero los cierres bajaron automáticamente y comprendió que no iba a ir a ninguna parte a menos que Trace quisiera dejarla marchar. Un montón de ideas desfilaron por su cabeza. ¿Debía enfrentarse a él ya, o esperar a que estuvieran en la calle? ¿Debía atacar? ¿A la cara primero, o mejor a la entrepierna?

      Echó un vistazo a Trace y comprendió que, intentara lo que intentara, estaría preparado.

      3

      Consciente de la rabia contenida de Priscilla, Trace puso el coche en marcha y se dirigió a la rampa de salida.

      –¿Cómo es tu coche y dónde has aparcado?

      –Eh…

      Sintió

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