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una casa en el campo que creo que te gustará –le dijo Mikhail–. Puedes invitar a venir a tus hermanas y hacer como si fuese tuya. Y vendrás conmigo a la boda de Luka.

      Ella lo agarró de la chaqueta de seda y lino y lo miró con los ojos todavía húmedos y el corazón acelerado.

      Él pasó un dedo por la generosa curva de su labio inferior.

      –Funcionará... ya lo verás –predijo con su habitual seguridad.

      Luego la besó apasionadamente y Kat dejó de pensar.

      Terminó el día tumbada en su cama, con el cuerpo débil y saciado, preguntándose si habría sido una locura acceder a quedarse con él. ¿Estaría limitándose a posponer el momento de la decepción? ¿Estaría prolongando su sufrimiento? Lo amaba con locura, pero se temía que lo que Mikhail sentía por ella fuese solo deseo.

      Capítulo 10

      Mikhail escuchó los consejos del abogado solo porque le pagaba muy bien para que lo asesorase, pero era inflexible en lo relativo a presentarle a Kat otro acuerdo legal, en esa ocasión, referente a su estatus como amante que vivía en su casa. ¡No iba a volver a cometer aquel error! Estaba convencido de que Kat no tenía nada de mercenaria. Una y otra vez, había rechazado las oportunidades de enriquecerse a su costa. A pesar de que cuando la había conocido necesitaba desesperadamente el dinero para saldar sus deudas, la cantidad que les había cobrado por pasar la noche en su posada había sido ridícula.

      –Mi novia no es una cazafortunas –murmuró–. No soy tan tonto. Puedo oler a una cazafortunas a cien metros.

      –Las situaciones cambian, las personas cambian –le dijo el abogado–. Es de crucial importancia que piense en el futuro y se proteja.

      Mikhail pensó que había estado toda su vida protegiéndose, así que aquella no era una idea nueva. Protegerse era algo que le salía de forma automática. Era consciente de que todavía estaba estupefacto por haber conseguido convencer a Kat de que volviese a su vida de manera menos temporal. Había resultado ser una buena jugada y ya había empezado a disfrutar de sus ventajas. Sonrió al imaginársela en su bañera, en su cama, en su mesa a la hora de la cena, Kat... a todas horas y en todas partes, donde él quisiera. Después de seis semanas, pensaba que su nueva vida era la esencia de la perfección. Lo que era todavía mejor, había averiguado en qué se había equivocado su padre con las mujeres. El verdadero secreto era la moderación. No se permitía disfrutar de Kat todas las noches, se controlaba para asegurarse de que ella no se convertía en algo demasiado necesario para su bienestar. En ocasiones se quedaba en la ciudad más tiempo del necesario y ponía como excusa el trabajo. A veces no la llamaba, aunque ella cada vez lo llamaba más para preguntarle por qué no la había llamado. No obstante, mientras él lo controlase todo, no preveía ningún problema.

      –¿Ha pensado en casarse? –le preguntó directamente el abogado.

      Él frunció el ceño y apretó los labios.

      –¿Piensas que tu ruso ha considerado la idea de casarse contigo? –le preguntó Emmie mientras le subía la cremallera del vestido en el probador–. Ya sabes... ¿crees que para él vivir juntos es el paso previo al compromiso final?

      –No. Mikhail está muy contento como estamos ahora –contestó Kat pensativa–. Es un hombre muy cauto... ¿Qué te parece este vestido?

      –El plateado era más llamativo, ya te lo he dicho –insistió Emmie, pasándose una mano por el abultado vientre–. No quiero que te hagan daño, Kat... Y los años no pasan en balde...

      –¡No hace falta que me lo recuerdes! –exclamó ella riendo.

      –Sí, pero tienes que pensarlo en serio. Si quieres tener hijos algún día, no te queda mucho tiempo para decidirte.

      –Emmie, hace solo un par de meses no había ningún hombre en mi vida –le recordó ella–. No puedo esperar que el primero con el que he estado en años quiera formar una familia conmigo. Además, eso sería mucho pedir para un tipo que huye de los compromisos.

      –¿Has hablado del tema con él? –le preguntó Emmie.

      Kat se puso tensa y recordó la conversación que había tenido con Mikhail varias semanas antes, cuando le habían llegado los resultados negativos de la prueba de embarazo que se había hecho después de su descuido en el barco. Mikhail había recibido la noticia en silencio y no había mostrado alivio ni disgusto, pero Kat no había podido evitar sentirse muy decepcionada. Después de haber pasado tantos años criando a sus hermanas, siempre había pensado que no querría tener además la responsabilidad de tener sus propios hijos. Por desgracia, al estar con Mikhail había empezado a desear tener un bebé, aunque estaba convencida de que no lo tendría nunca.

      Mikhail quería que formase parte de su vida, pero no estaba construyendo una vida con ella, pensó Kat con tristeza. La había llevado a su impresionante casa de campo, la había animado a hacer los cambios que quisiera, pero lo cierto era que a Mikhail le daba igual su casa, siempre y cuando estuviese cómodo. Se lo había puesto fácil mandándole una empresa de mudanzas a Birkside. Sus pertenencias y los muebles que Emmie no había querido estaban guardados en un granero al que Kat podía ir cuando quisiera. Emmie estaba viviendo en otra casa y haciendo planes para abrir un negocio mientras se ganaba la vida con un trabajo que había encontrado en el pueblo, pero cuando tenía algún día libre solían encontrarse en Londres para ir de compras. En aquella ocasión estaban buscando un vestido para Kat, para ir a la boda de Luka Volkov.

      –¿Kat? –insistió Emmie.

      –Mira, Mikhail solo tiene treinta años. Tiene mucho tiempo por delante para decidir tener una familia y, por supuesto, no tiene ninguna prisa –comentó Kat con naturalidad.

      –Pero si te quiere...

      –Yo no creo que me quiera. No creo que nuestra relación vaya a ser para siempre –le confesó ella con toda sinceridad mientras tomaba el vestido plateado y se dirigía a la caja a pagarlo con una de las muchas tarjetas de crédito que Mikhail había insistido en darle.

      No obstante, a Kat no le gustaba sentirse una mujer mantenida y habría preferido buscarse un trabajo, pero Mikhail quería que estuviese a su disposición cuando él tenía tiempo libre, y que pudiese acompañarlo en sus viajes si era necesario. Kat había tenido que preguntarse qué era más importante: si su orgullo y su independencia o su amor. Y había ganado el amor porque cuando sus hermanas no la atormentaban con sus preguntas, era muy feliz, mucho más feliz de lo que se había imaginado que sería. Mikhail era su sol, su luna y sus estrellas, pero sabía que tenía que aceptar que, fuera de los lazos del matrimonio, muchas relaciones acababan terminándose.

      Su teléfono sonó. Era Mikhail.

      –Ven a mi despacho e iremos a comer juntos, milaya moya –le pidió con voz ronca, haciendo que se estremeciese.

      Kat sonrió, encantada de que tuviese tantas ganas de verla. La noche anterior se había quedado a dormir en el apartamento que tenía en Londres y lo había echado de menos. Era posible que él también a ella, porque si no habría esperado a la noche para verla.

      Emmie la miró mal.

      –Lo que no me gusta es que sea tu dueño...

      –¿Qué quieres decir? –le preguntó Kat.

      –Es como si fueses... adicta a él –dijo Emmie con desprecio–. Hasta Topsy se dio cuenta el fin de semana que se quedó contigo. Cuando llega Mikhail solo lo ves a él.

      –Lo quiero y no creo que a Topsy le haga ningún mal ver que me preocupo por el hombre con el que vivo –respondió ella en tono amable.

      Le habría gustado saber algo más del embarazo de su hermana porque, según iban pasando las semanas, Emmie iba odiando más a todos los hombres.

      Una limusina llevó a Kat a las oficinas de Mikhail. Fue acompañada de Ark, el hermano pequeño de Stas. Tenía la sensación de que Mikhail estaba obsesionado

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