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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Peggy Bozeman Morse

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Su seductor amigo, n.º 1060 - septiembre 2020

      Título original: The Marriage Assignment

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-129-6

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      LA PUERTA del despacho de Jye se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la estancia iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una rubia platino de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.

      –Buenos días, Steff –saludó, dejando el informe que había estado leyendo–. Duncan me dijo que habías vuelto.

      –¡Él lo sabía! –respondió a modo de saludo.

      «Oh, oh», pensó Jye, que habría preferido a los bomberos. Stephanie Worthington furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano. El modo en que podía oscilar de la volatilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional.

      –¿Puedes creerlo? –demandó ella–. ¡Sabía en todo momento que estaba casado! ¡Quiero decir, lo sabía y no dijo ni una sola palabra! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan enfadada que podría arrancarle el corazón! No estaba preparada para que me lo soltara de esa manera. Incluso ahora me cuesta creer lo sucedido, y…

      –Stephanie –interrumpió, sabiendo que si no la cortaba en ese momento podría divagar durante una hora sin que él se enterara de nada–. ¿De qué estás hablando? ¿Quién lo sabía?

      –El padrino, por supuesto –fue de un lado a otro sin dejar de pasarse la mano por su corto pelo–. ¡Ha sabido en todo momento que estaba casado y yo ni siquiera me enteré hasta ayer por la noche! Así… –chasqueó los dedos–. ¡Se levanta y se casa sin decir una palabra!

      Cualquiera que no conociera a Duncan Porter habría pensado que la evidente irritación de su ahijada al descubrir que ella era la última en enterarse de su matrimonio era comprensible. Pero Jye conocía a Duncan Porter. También era su tutor y lo había criado desde los diez años. Lo cual habría sido reto más que suficiente para cualquier soltero, sin los quebraderos de cabeza adicionales de educar a la airada y gesticulante rubia que no paraba de moverse en el despacho de Jye.

      –Quiero decir, ¿puedes creértelo? –repitió.

      Jye no podía. La idea de que Duncan, de setenta y dos años, se hubiera casado sin mencionárselo a ninguno de los dos resultaba incomprensible. No, imposible; incomprensible era Stephanie.

      –¡Maldita sea, Jye! –bufó–. ¿Es que no vas a decir nada? No me vendría mal un poco de simpatía.

      –Lo siento –murmuró, luchando por contener una sonrisa–. Te prometo que te brindaré toda mi simpatía si te calmas y me cuentas de qué demonios estás hablando.

      –¡Hablo de Brad Carey! –su tono y su mirada impaciente indicaron que el nombre debería significar algo para él.

      –Carey… Carey… –el nombre resultaba vagamente familiar, pero…– ¡Ah! ¿Te refieres al tipo que Duncan ascendió a Director de Diseño hace más o menos una semana?

      Un suspiro sonoro y un gesto de ella confirmaron que había identificado al hombre. Jye apenas iba por el departamento de diseño, y en las raras ocasiones en que tenía que tratar con él lo hacía a través del director, pero Carey y él aún no habían necesitado ponerse en contacto.

      –¿Y? –instó cuando Steff no añadió nada más–. ¿Qué pasa con él?

      –Te lo acabo de decir –espetó–. Se casó.

      –Entonces es él quien necesita mi simpatía, no tú –ese comentario por lo general habría provocado uno de los discursos a favor del matrimonio de Steff; pero lo único que consiguió fue que frunciera los labios y parpadeara con vehemencia–. ¿Steff? ¿Qué pasa?

      –¡Se casó con Karrie Dent!

      –Hmmm… ¿su secretaria? –Jye tuvo que volver a esforzarse por darle una cara al nombre.

      –¡Sí!

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