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carriles entre el bien y el mal, el placer y el displacer, el gozo y el dolor, son una inversión de valores y hacen que el individuo necesite un tratamiento igual al que se hace con cualquier adicción tóxica.

      Por otro lado, tenemos una adicción tan común como es la adicción a la televisión y a las noticias, donde también incluimos radios y periódicos. Generalmente están volcadas a noticias sociales y políticas, maquillados en frases como «hay que estar actualizado para saber qué pasa». Estos son individuos que se levantan a la mañana con la radio, como si fuera un despertador, escuchando a distintas personas hablando de cuestiones totalmente ajenas al individuo y donde los canales de noticias repiten la misma noticia diariamente porque, en el periodismo amarillista y el sistema de control social a través de los noticieros, la noticia que se supone es la información y la divulgación de lo que está pasando en una sociedad fue reemplazada por la noticia negativa. Lo que se informa desde el periodismo son crímenes, robos, la acción de un político deshonesto, la catarata de denuncias sobre situaciones domésticas de maltrato y violencia familiar o las inundaciones en los barrios por alguna lluvia o tormenta. Lo que sucede como buenas noticias, por ejemplo, lo que estoy haciendo en este momento —alguien escribiendo un libro— no es una noticia. O adquirir un nuevo gatito para la familia, no es una noticia. Entonces, el adicto a la noticia está conectado a una cascada de circunstancias que le generan una emoción negativa y una idea imaginaria de que lo que está sucediendo en todos lados, todo el tiempo; son catástrofes que muestran una ruina que resquebraja de la sociedad en su totalidad. Es, en definitiva, un fiel reflejo de una cultura en decadencia. Las noticias no somos los pensadores ni las buenas acciones cotidianas. Mucho menos las noticias científicas, porque para lo científico existen revistas especializadas con publicaciones determinadas, a las que no accede el que es adicto a la televisión y a los otros medios. Para comprender el contenido de las publicaciones científicas debe utilizar otras regiones del cerebro, que no son regiones adictas. El cerebro adicto consume noticias, consume vibración mala. Consume ruido.

      En cuanto a las «personas adictas a las personas», muchas veces deviene en adicción al sexo, por lo que forman parte de un mismo grupo. Es el mismo núcleo autodestructivo que se genera poniendo el foco de la atención sobredimensionada a las circunstancias que la otra persona está generando. Por ejemplo, con cada movimiento que el otro realiza en su cotidianidad —si el otro se va a trabajar, si me llama, si se cambia de ropa, si se baña, si duerme o se despierta— le genera emociones diferentes al adicto. En su adicción, elucubra una serie de fantasías respecto de cada uno de esos actos, con frases como: «Me llamó a las cuatro, cuando siempre me llama a las dos, algo le pasa…». «Mi marido se puso una camisa blanca y no una celeste», dándole una entidad a estos actos simples que llevan a la paranoia y al delirio de persecución, asfixiando al individuo que está relacionado con el adicto a las personas.

      Cuando esta circunstancia toma carriles más perversos, donde la satisfacción solamente pasa por el sexo, el individuo entra en procesos lascivos que llevan hasta el daño físico. Estos procesos tienen un abanico muy poderoso, que va desde el porno y la masturbación hasta el sadomasoquismo y el consumo de prostitución compulsiva, llegando a crear vacíos tan profundos que pueden llegar al suicidio, a la muerte por desnutrición, a la insuficiencia cardiaca o terminar en angustias y depresiones profundas.

      Por lo que vemos en esta reseña de las adicciones no tóxicas, los caminos y el desarrollo conductual y autodestructivo de cada una de ellas son parte del mismo cuadro, ya que el cerebro es el adicto que busca diferentes medios para la autodestrucción.

      El impacto del estrés en el cerebro adicto

      Al hablar de adicciones, el impacto del estrés aporta elementos significativos en el concepto general del cerebro adicto. En un cerebro normal se experimentan sensaciones de bienestar y placer en proporciones normales entre los opioides y las endorfinas que están presentes en él. La encefalina, uno de los neurotransmisores más comunes cuando de opioides se habla, al encontrarse el individuo bajo estrés, el nivel de opioides-endorfinas disminuye de manera significativa. Este mecanismo de disminución implica la liberación de la encefalinasa, enzima destructora de las endorfinas que, en condiciones de estrés, incrementa su segregación. Este mecanismo es normal, ya que es un mecanismo de defensa. Cuando los opioides bajan, se desarrolla una alarma en el cerebro que determina una urgencia, la cual ayuda a la persona a realizar ciertas actividades en estado de cansancio, como son las de hacer tareas específicas que requieran de una vigilia permanente, enfocados y concentrados. Cuando los opioides bajan, causan un aumento en la producción de dopamina, lo que genera claridad en el pensamiento y determina reacciones instintivas, ya que la dopamina es, por antonomasia, el mayor elemento instintivo. Debido al alto nivel de dopamina, disminuye la producción de serotonina, lo cual quita del individuo la somnolencia y la necesidad de dormir. También la baja serotonina produce el aumento de la norepinefrina y el ácido aminobutírico gamma (GABA), que eleva el acceso a la memoria y aumenta la ansiedad. El GABA incrementado reduce la disponibilidad de opioides y sigue aumentando la producción de dopamina.

      Cuando el mismo estrés ocurre en un individuo con procesos endorfínicos normales, estos encuentran niveles correctos, recuperando la sensación de bienestar. Sin embargo, algunas personas no nacieron con sistemas endorfínicos normales. Estas padecen, en el transcurso de su vida, una baja producción de endorfinas y, por consiguiente, de una sensación de urgencia, de estrés, incomodidades nerviosas y enfermedades psicológicas, como son los ataques de pánico y demás síntomas.

      En la sociedad del inmediatismo, los niveles de estrés son mucho mayores. Aunque un individuo se encuentre encerrado en su casa todo el tiempo, el estrés psicológico está presente, disminuyendo los niveles de endorfina aún más. Algunas investigaciones determinan que en la actualidad los niveles de estrés del hombre promedio se duplican cada dos años. Hay personas que, con baja producción de opioides y estrés ambiental, tienen tendencias a incursionar en hábitos y rituales que determinan los síntomas en la enfermedad de la adicción. Por eso se incrementa la producción de opioides de manera artificial, como el consumo de marihuana, para acrecentar temporalmente una sensación de bienestar.

      Si hablamos de hábitos adictivos, diremos que son ejercicios pensados para aumentar o disminuir diferentes niveles en los neurotransmisores y donde la fantasía implícita está dada por una prolongación del bienestar. Esto produce una elevación de las endorfinas o, quizá, con las adicciones no tóxicas como la comida, el juego, el cigarrillo y el sexo, que aumentan, por carácter transitivo, las endorfinas, aunque la búsqueda es la misma. Basado en una sensación de displacer, producto del estrés, se desemboca en ejercicios llamados hábitos adictivos que producen endorfinas.

      Incurriendo en las drogas opiáceas más fuertes como la heroína, la morfina y estimulantes opiáceos como la marihuana, las investigaciones —precisamente con marihuana— han encontrado sitios específicos de tetrahidro cannabinol (THC) en el cerebro. Reemplazándolas por sustancias naturales —similares al THC, como las anandamidas—, se ha descubierto que activa la dopamina, tal como lo hacen la cocaína, las anfetaminas, la heroína y la morfina.

      En el caso del alcohol, este produce un efecto aliviador en los opioides, pero de un modo un tanto diferente. Cuando se ingiere alcohol, es metabolizado en isoquinolinas tetra hidro (IQT). Estos se enlazan a diferentes tipos de opioides, que tienen la capacidad de desplazar a las encefalinas y a las endorfinas de estos sitios. Los IQT actúan como opioides, produciendo una sensación de bienestar y paz en una primera instancia del alcoholismo. Estos también recrean un circuito de retroalimentación que disminuye las encefalinas. El estudio de Genazzani de 1982 determinó que el nivel betha-en-endorfínico en el fluido del cerebro espinal en un grupo de veinte alcohólicos crónicos fue de dos tercios menos que en las personas no alcohólicas. Inclusive, beber cuatro copas de alcohol en un almuerzo o cena disminuye en cantidades considerables los opioides naturales y apoya a los neurotransmisores. Las investigaciones en ratones estresados tendían a preferir el alcohol, en lugar del agua y la hidratación, inmediatamente después del momento del estrés. Podemos sospechar entonces que era para restablecer la sensación de bienestar.

      Orígenes y causas del cerebro adicto

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