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de haber sido un infierno para él, caviló Cali.

      –Los maltratadores no se preocupan por el bienestar de sus víctimas –señaló ella–. Los culpan por provocarlos, por hacerles perder los estribos –explicó–. Seguro que no viven con miedo a lo que pueden hacer. No te pareces en nada a tu padre.

      –No podía arriesgarme –repitió él con el rostro contraído por el dolor.

      –Háblame de él –pidió Cali.

      Maksim exhaló. No había esperado esa petición. Y odiaba hablar de su padre.

      Sin embargo, accedió.

      –Era muy posesivo con mi madre, era celoso del aire que ella respiraba. Sospechaba de todo lo que ella hacía. Estaba tan trastornado que se ponía furioso cuando ella atendía a sus hijos. Hasta que, un día, se convenció a sí mismo de que mi madre lo estaba rechazando a nuestro favor, porque nosotros no éramos hijos suyos.

      –Y fue entonces cuando él…

      Maksim asintió.

      –Después de darnos una paliza de muerte, nos llevó al hospital. El día que le dijeron que mi hermana había muerto, salió a la calle y se dejó atropellar por un camión.

      Cielos, ¿cómo podía haber sido todo tan horrible?, pensó Cali. ¿Cómo había sobrevivido su madre a la violencia de su marido y a la terrible pérdida de su bebé? ¿Cómo podía haber mantenido la cordura?

      –¿Cuántos… cuántos años tenías entonces? –balbució ella al fin.

      –Nueve.

      Lo bastante mayor como para entender lo que pasaba, para estar aterrorizado de forma permanente. Y para haber estado sufriendo durante demasiado tiempo.

      –Y, desde entonces, has temido ser como él.

      Maksim esbozó un terrible gesto de aversión. Y, aunque tuvo deseos de acariciarle la mejilla para consolarlo, ella se contuvo, esperando que continuara con la historia.

      –¿Tu madre no se dio cuenta de que tu padre estaba trastornado antes de casarse con él?

      –Admitió que había adivinado algo cuando habían estado saliendo. Pero había sido pobre y joven y él la había embaucado por completo. No se dio cuenta del todo de lo trastornado que estaba hasta la primera vez que la golpeó. Pero él siempre se mostraba tan arrepentido, tan enamorado después, que siempre la convencía para que lo perdonara. Era un ciclo interminable de abusos y miedo. Entonces, de forma inesperada, mi madre se quedó embarazada de Ana.

      Como le había pasado a ella con Leo, pensó Cali. Quizá, aquella coincidencia había servido para incendiar más las oscuras proyecciones de Maksim.

      –Pensó en abortar, temiendo que el nuevo nacimiento desatara todavía más la inestabilidad de mi padre. Lo mejor que él hizo jamás fue ponerse delante de aquel camión y librar a mi madre de su existencia. Pero, después de todo el daño que nos había hecho, fue demasiado tarde.

      –Al dejarse atropellar, tu padre pagó de alguna manera por sus pecados… aunque le negó a tu madre el derecho a odiarlo, algo que le habría ayudado a superar la pérdida de su bebé –adivinó ella.

      Maksim abrió mucho los ojos al escucharla.

      –Había analizado el tema un millón de veces, pero nunca lo había visto desde esa perspectiva. Podrías tener razón. Ese bastardo… incluso al morir consiguió seguir torturándola.

      Sin duda, Maksim amaba a su madre y se sentía protector con ella. Cali sabía que la defendería con su vida sin pensárselo. Una prueba más de que era un hombre de confianza y de que sus temores eran injustificados, pensó.

      –¿Cómo pudiste pensar que algún día serías como él, con todo lo que odiabas su comportamiento?

      –Porque pensé que odiar algo no implicaba no llegar a serlo. Y la evidencia de tres generaciones de hombres Volkov maltratadores era demasiado abrumadora. La noche en que Ana murió, tomé la decisión de no casarme nunca. No había puesto en duda mi resolución durante treinta años, nunca había sentido la necesidad de estar con nadie. Hasta que llegaste tú.

      Maksim hablaba como si… ella le hubiera cambiado la vida. ¿Acaso la amaba?, se preguntó Cali, sin poder creerlo.

      No. Si Maksim hubiera albergado ese sentimiento hacia ella, se lo habría confesado, pensó.

      –Me fui, decidido a no volver jamás, aunque quería quedarme contigo, ser el primero en tener a Leo en mis brazos, no separarme de vuestro lado. Pero no pude escapar de mi propia condena. Empecé a seguirte, como un adicto incapaz de renunciar a su droga. Tenía que comprobar que Leonid y tú estabais bien, necesitaba estar cerca para intervenir, si me necesitabais.

      Cali lo había necesitado cada segundo del último año…

      Por el momento, Maksim había respondido a las preguntas que durante todos esos meses la habían torturado. Solo restaba una.

      –¿Qué te ha hecho presentarte ahora, después de haber estado escondiéndote cada vez que percibía tu presencia?

      Aquello lo sorprendió.

      –¿Notabas mi presencia? Creí que me escondía bien…

      –Nunca he dejado de sentir tu cercanía –reconoció ella.

      La sordidez de su pasado dejó paso a una arrebatadora pasión al escuchar las palabras de Cali. Maksim tomó el rostro de ella entre las manos, temblando de deseo.

      –El trato que hicimos nuestra primera noche y el que te propuse cuando me dijiste que estabas embarazada…

      Cali dejó de respirar. ¿Acaso quería él asegurarse de que se mantuvieran aquellas condiciones?

      –Necesito cambiarlos. Quiero ser el padre de Leonid en todos los sentidos… y tu marido.

      Maksim contempló el rostro bello y estupefacto de Cali.

      Cómo había echado de menos esa cara, pensó él. Sus rasgos eran el vivo reflejo de todos sus deseos y fantasías, un rostro perfilado por la elegancia, la armonía y la inteligencia. Cómo había echado de menos aquellos ojos de azul cielo, su pelo color caramelo, esa piel bañada por el sol… Se había estado muriendo por poder volver a ser testigo de sus miradas, de su respiración, su aroma, su deseo.

      Como si saliera de un trance, Caliope parpadeó. Abrió la boca, pero no pudo emitir sonido alguno.

      Su propuesta la había dejado atónita.

      –Quieres casarte… –susurró ella–. ¿Quieres que nos casemos?

      Él asintió con el corazón acelerado.

      –Lo siento, pero no puedo entenderlo –repuso ella con un nudo en la garganta–. ¿Qué te ha hecho cambiar de idea de forma tan radical? –inquirió con los ojos muy abiertos–. ¿Es por el accidente que has sufrido? ¿Es eso lo que te ha hecho cambiar de perspectiva?

      Maksim solo pudo asentir de nuevo.

      –¿Puedes contarme qué te pasó? ¿O vas a necesitar años para hablar de esto también?

      Incapaz de seguir sentado a su lado sin tomarla entre sus brazos, Maksim se puso en pie. Sabía que tenía que contárselo y que ella tenía derecho a saberlo.

      Cali lo observaba con atención, recorrida por un millar de emociones.

      –He venido aquí para abrirte mi corazón –confesó él, y se quedó parado, buscando la manera de empezar.

      –No pienses tanto. Cuéntamelo sin más.

      Cali se había mostrado comprensiva con la primera parte de su confesión, incluso había creído en él más que él mismo.

      Y, ya que ella no había rechazado su proposición, todavía podía esperar que lo aceptara. Sin embargo, no podía presionarla. Antes, al menos,

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