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aceptas como marido y como padre de tu hijo, moya dorogoya? –preguntó él de nuevo–. Quiero daros a Leonid y a ti todo lo que soy y todo lo que tengo.

      Los ojos de Cali se inundaron de emoción. ¿Sería porque lo amaba o sería solo de alivio ante no tener que ser madre soltera?, se preguntó él.

      En cualquier caso, Maksim aún no se lo había contado todo.

      Y debía hacerlo.

      Él le tomó la mano y se la llevó a los labios para besarla, sintiéndose como si fuera a saltar de ese avión otra vez, en esa ocasión, sin paracaídas.

      –Hay una cosa más que tienes que saber. Tengo una fractura craneal que me ha provocado un aneurisma. Ningún cirujano se ha atrevido a llegar a él, pues hay muchas probabilidades de que muriera en la operación, y nadie es capaz de predecir su pronóstico. Puede que llegue a la vejez sin problemas, o puede romperse y provocarme la muerte en cualquier momento.

      La mano de Cali se quedó helada. La apartó, se puso en pie de un salto y dio unos pasos atrás. Volviéndole la espalda, habló en un susurro:

      –Vienes buscando mi perdón y el cobijo de una familia solo porque lo que te ha pasado te ha cambiado la perspectiva y las prioridades. ¿Y qué esperas que yo haga? ¿Esperas que te dé lo que necesitas?

      Cuando él abrió la boca para defenderse, ella le hizo un gesto con la mano para que callara.

      –Por tus propios miedos, tomaste la decisión unilateral de echarme de tu vida sin ninguna explicación cuando más te necesitaba. ¿Y ahora has vuelto porque crees que puedes morir en cualquier momento y quieres aprovechar la vida mientras puedas? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

      Maksim se levantó y se acercó a ella despacio, temiendo que saliera corriendo.

      –Nunca creí que me necesitaras. Me dejaste claro que nuestra relación era solo sexual –explicó él–. Esa fue una de las razones de mi miedo, yo quería más de ti y pensaba que mis sentimientos no eran correspondidos. Si lo hubiera sabido…

      –¿Qué? ¿Qué habría cambiado? ¿Habrías olvidado las abrumadoras razones que te habían hecho abandonarme?

      Maksim se pasó la mano por el pelo con desesperación.

      –No lo sé. Quizá te habría contado lo que acabo de confesarte y te habría dejado que decidieras tú. Tal vez, me habría quedado y habría tomado cualquier medida necesaria para protegerte de mí.

      –¿Qué medidas podías haber tomado para no convertirte en el monstruo que creías que podías ser?

      –Algo se me habría ocurrido. Igual, algunas de las medidas que pensaba tomar ahora. Como hablarle a Aristides de mis miedos y pedirle que me vigile. O hacer que alguien esté presente todo el tiempo para que intervenga si me paso de la raya –explicó él, y le posó las manos con suavidad en los hombros.

      Cali no se apartó, solo lo miró con gesto inexpresivo.

      –Pensé que no necesitabas nada de mí –prosiguió él–. Me sentía inútil y, además, incapaz de estar contigo. Por eso, mi existencia no tenía sentido. Quizá, de forma inconsciente, le sugerí a Mikhail hacer aquel salto con la esperanza de morir en él.

      –En vez de eso, le provocaste la muerte a tu amigo y te has causado un aneurisma –le espetó ella.

      Maksim no había esperado que fuera cruel con él, sobre todo, después de lo compasiva que se había mostrado al principio. Pero la mayor crudeza de sus palabras residía en que eran solo la verdad.

      –Todo lo que dices es cierto –reconoció él, dejando caer los brazos a los lados del cuerpo–, pero tengo la intención de hacer lo que sea durante el resto de mi vida para que me perdones.

      –Tu vida puede terminar en cualquier momento.

      Su crudeza le llegó a Maksim al corazón. Sin embargo, sabía que era lo que se merecía.

      –Igual que la de cualquiera. La única diferencia es que yo soy consciente de ello.

      –No solo eso. Además, estás experimentando los síntomas de forma obvia.

      Maksim pensó que se refería a lo deteriorado de su estado físico y le sorprendió que ella se mostrara tan implacable con ese tema.

      –El aneurisma no tiene síntomas. No tengo buen aspecto porque todavía no me he recuperado de las heridas y las operaciones, pero ahora…

      –No.

      Aquella palabra lo hirió como una bala.

      –Caliope…

      –No, Maksim. Rechazo tu propuesta –le interrumpió con determinación, y dio dos pasos atrás–. Y no voy a cambiar de idea. No tienes derecho a buscar la redención a expensas mías.

      –Solo quiero redimirme para ti. Quiero ofrecerte todo lo que pueda. Y tú has admitido que me necesitabas.

      –Solo he dicho que te fuiste cuando más te necesitaba. Pero hoy en día lo último que necesitamos Leo y yo es introducir tu inestable influencia en nuestra vida. No tenías derecho a desahogarte conmigo ni a esperar mi perdón. Te voy a pedir que sigas alejado de nosotros como hasta ahora.

      Maksim se fue encogiendo con sus palabras. Sin embargo, ¿cómo podía haber esperado otra cosa?

      Lo cierto era que no había esperado nada. De todos modos, la frialdad de Cali lo había tomado por sorpresa. Había creído que, si le desnudaba su alma, ella al menos tendría algo de compasión. No había creído que pudiera ser tan implacable, menos aún cuando le había confesado su fragilidad física.

      Pero había sido justo cuando le había hablado de su diagnóstico médico cuando ella había cambiado la empatía por frialdad.

      –¿Me rechazas porque no puedes perdonarme o porque ya no quieres estar conmigo? ¿O… solo lo haces por mi delicado estado de salud?

      –No tengo por qué darte explicaciones, igual que tú no me las diste cuando desapareciste.

      –Tenía que contarte toda la verdad, para que tomaras una decisión con conocimiento de causa…

      –Te lo agradezco. Y ya he tomado mi decisión. Espero que la respetes.

      –Si me rechazas por mi estado de salud, me aseguraré de que nunca os perjudique a Leonid ni a ti –insistió él–. Si me aceptas como tu esposo y el padre de Leonid, nunca tendrás que temer nada durante mi vida… ni después de mi muerte.

      –Déjalo. He dicho que no. No tengo nada más que añadir.

      Maksim la miró a los ojos, que brillaban como el hielo. Sin duda, cualquier sentimiento que hubiera albergado hacia él había muerto, adivinó. Al parecer, en el presente, lo que le ofrecía no solo le resultaba insuficiente, sino una aberración.

      Y no podía culparla por ello. Era solo culpa suya haber albergado esperanzas, se dijo él.

      Con rigidez, Cali se encaminó hacia la puerta para mostrarle la salida. Él la siguió, hundido, sintiéndose mucho peor que la última vez que la había visto. Sin mirarlo, Cali apoyó la mano en el picaporte para cerrar la puerta en cuanto hubo salido, ansiosa por librarse de él. Cuando Maksim se giró hacia ella, en sus ojos, creyó percibir algo parecido al… ¿pánico?

      Quizá era solo fruto de su imaginación, caviló él. Pero, antes de irse, debía hacerle una última pregunta.

      –No me sorprende tu rechazo –murmuró Maksim– No me merezco otra cosa. Pero, al menos, ¿puedes permitir que vea a Leo?

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