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Ética y ciudadanía. Fabio Orlando Neira Sánchez
Читать онлайн.Название Ética y ciudadanía
Год выпуска 0
isbn 9789588844268
Автор произведения Fabio Orlando Neira Sánchez
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
LA CULTURA
Este concepto es víctima de un uso reduccionista de su significado. Siempre se le menciona como una de sus manifestaciones solamente. A diario se escuchan expresiones como: Iremos a una actividad cultural, la conferencia deuna muestra de danzas... o una exposición de pintura... o una obra teatral-, como si solamente estos eventos representaran lo esencial de la cultura. Se toma la parte por el todo.
Lo racional e intelectual del hombre, su capacidad de inventiva, su voluntad, su libertad, su comprensión de lo intrahistórico, le han permitido la construcción de una mediación que le ha hecho posibles los diversos procesos para su propio perfeccionamiento. Esta mediación es lo que se ha llamado cultura, el ethos cultural que, como afirmara santo Tomás, es la segunda naturaleza humana.
La cultura es una construcción social que permite cohesión y dirección en busca de fines y logro de propósitos, y que va íntimamente unida a la experiencia particular de los diversos grupos humanos. Esto es lo que permite hablar de contextos de culturas que están marcadas por algunas diferencias y particularidades, que han sido moduladas por los procesos históricos como tales.
Por señalar un ejemplo, la lengua o sistema de comunicación lingüística, considerada como un producto cultural complejo, es el elemento que coadyuva a la cohesión social y permite las diversas dinámicas de cambio. Siendo así, es uno de los factores más drásticos de un choque cultural; se entiende cuando se desconoce un código de lengua como el alemán o cualquier otro en relación con el castellano. La cultura lo implica todo, es el aporte del hombre a la naturaleza que le rodea, es la resignificación de su realidad, es el situarse en el mundo.
En las costumbres, los hábitos y los usos está el origen, la generación de la cultura. Pero esta dinámica de la conducta humana se considera importante en cuanto que trasciende hasta lo más profundo del ser, es decir, se internaliza de una manera tal que va modelando esquemas en el pensamiento, permite construir mentalidades definidas, esquemas de sensibilidad o maneras muy especiales de sentir y esquemas de valoración o formas de cargar de sentido la compleja realidad. Estos esquemas cincelados por las costumbres, los hábitos y los usos, es decir, por la dinámica humana, constituyen la identidad de un grupo, el ropaje que le caracteriza, sus maneras de ser, sus maneras de enfrentar la realidad y resolver las necesidades, retos y problemas.
Por esto, la cultura es cambiante y a la vez transformadora. En una dinámica espiral, permite advertir el fenómeno de las culturas como algo diacrónico, que varía con el transcurso del tiempo, pero a la vez sincrónico en el sentido de la coexistencia de diversas formas culturales que, en este momento de globalización, es más notoria con la llamada diversidad cultural de los pueblos del mundo, hoy por hoy muy cercanos gracias a la tecnología de las telecomunicaciones y de los medios de transporte, que permite observar con simultaneidad asombrosa rasgos tan diversos del modo de ser del hombre en el mundo.
Sin reparar en estas características generales de la cultura, sería difícil entrar a exponer aspectos relativos a la ética, la religión y la legalidad: concordancias y diferencias que son el motivo del presente capítulo y que se ampliarán al campo de lo social como generalidad y de lo técnico.
La aproximación a este análisis se abordará desde lo normativo, esto es, en cuanto que la norma explica suficientemente el carácter de lo ético, lo religioso, lo legal y jurídico, lo técnico y lo social, estableciendo con mayor claridad las concordancias y diferencias de estas categorías.
LAS NORMAS SOCIALES
Recordemos que el hombre es gregario por naturaleza, es decir, que conforma grupos, agregados, clase y comunidad. Que, como producto de la actuación con su realidad, genera una dinámica muy particular que se llama cultura; que la cultura se modifica permanentemente y se enriquece, y que se manifiesta en contextos definidos por las relaciones del grupo.
La cultura se constituye en la mediación y la posibilidad de perfeccionar la comunicación y de desarrollar procesos de transformación que mejoren las condiciones de vida. De esta manera, la cultura se presenta como una necesidad para el desarrollo de procesos netamente humanos y se internaliza como aprendizaje en cada uno de los individuos que la conforman. Esto es lo que se denomina socialización y comienza a partir del nacimiento. En la socialización se van adquiriendo rasgos y maneras de ser características a cada grupo o contexto particular, que permiten la inclusión efectiva en el grupo.
La cultura igualmente hace posible la ritualización, como una forma de aceptación convencional de maneras de ser y de actuar. Estas ritualizaciones solo son posibles a partir de las normas, unas explícitas otras tácitas, unas conocidas y divulgadas en escritos, otras inconscientes pero que van configurando un campo semiótico de significaciones y simbolizaciones.
Un ejemplo muy sencillo que nos permite comprender estas interacciones es la clase. Para que este ritual social sea posible y se constituya como ritual, debe implicar una hora de inicio y otra de finalización; la asistencia tanto de los estudiantes como del profesor es obligatoria; los estudiantes deben ocupar siempre su pupitre; el profesor debe llamar lista y puede estar en su escritorio o recorrer el salón mientras divulga los conocimientos previamente convenidos, evalúa, sugiere, hace observaciones. Esto es posible por la existencia de normas, algunas presentes en el reglamento estudiantil, otras en las cláusulas del contrato laboral del profesor o en otro tipo de disposiciones reglamentarias. Sin estas normas sería imposible la existencia de ese ritual social llamado clase. Pero hay otro tipo de normas más sutiles y no muy conscientes que siempre funcionan y que contribuyen igualmente a la existencia de este rito cultural.
Veamos: el profesor ingresa al aula, sus estudiantes ven que este camina a su escritorio, saluda, organiza sus documentos, observa el tablero, etc. Estas pueden ser conductas repetitivas, es decir, costumbres; “esto es normal” quiere decir que se ajusta a las normas, pero las sutilezas son poco perceptibles. Si el profesor rompiera alguna de estas normas sutiles o normas culturales, se expondría a ser sancionado. ¿Cómo? Con el desconcierto de sus estudiantes y sus risas, con el ridículo. Sigamos ilustrando este ejemplo. Vamos a suponer que el profesor, al pasar el umbral de la puerta del salón, cae de rodillas y así se dirige a su escritorio. Con esta conducta no estaría agrediendo ni la integridad física ni la moral de los estudiantes, pero estos reaccionan con sus risotadas e interpretaciones; para algunos puede estar padeciendo un problema mental, para otros sería simplemente algo “anormal”. Los estudiantes permiten este hecho; la clase siguiente sucede lo mismo y así todas las clases. Al final todos aceptan la conducta del profesor, pero los profesores de aulas cercanas se enteran de esto y deciden hacer lo mismo con las mismas consecuencias. Esta conducta tiene tanta aceptación que, después de mucho tiempo, se convierte en una manera obligatoria para ingresar al aula en las universidades y, si no se efectuara esta conducta, ya sería mal visto. Así, podemos advertir que la costumbre hace ley, quien legisla las normas sociales es la costumbre y la sanción es el ridículo.
Algo similar podría ser el tomar con la mano los espaguetis y succionarlos ruidosamente en un elegante restaurante italiano; imaginemos cómo nos mirarían las personas cercanas a nuestra mesa.
Pero hay normas culturales aun más sutiles. Es el caso de los segundos que se nos permite mirar los ojos de un desconocido. En nuestra cultura serían unos tres o cuatro segundos; si el tiempo de la mirada se prolonga, se trasgrede la norma y eso provoca reacciones sancionatorias y múltiples interpretaciones. Esto se puede constatar en el bus urbano, un verdadero laboratorio sociológico donde puede ocurrir que, si observo a alguien y este se entera, de inmediato retiro mi mirada; o cuando la silla va de frente a otra silla la norma dice que no nos podemos mirar directamente a los ojos; o en el ascensor la norma sugiere mirar el número que indica el piso antes que mirar al desconocido. Estas normas no se expresan en algún escrito, pero funcionan y, si se transgreden, se nota la sanción.
Lo mismo sucede con el espacio personal, que en nuestra cultura va de cincuenta a sesenta centímetros para la interacción; si se rompe esta regla, se produce un choque cultural y múltiples interpretaciones. No siempre la norma es la misma de cultura a cultura. Por ejemplo, los judíos, en el caso de