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      La celestina

      Página legal

      La celestina (1499)

      Fernando de Rojas

      Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

      [email protected]

      Edición: Marzo 2020

      Imagen de portada: Shutterstock

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      Argumento de toda la obra

      Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda crianza, dotado de muchas gracias, de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, mujer moza, muy generosa, de alta y serenísima sangre, sublimada en próspero estado, una sola heredera a su padre Pleberio y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido el casto propósito de ella (interviniendo Celestina, mala y astuta mujer, con dos sirvientes del vencido Calisto, engañados y por ésta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleite), vinieron los amantes y los que les ministraron, en amargo y desastrado fin. Para comienzo de lo cual dispuso la adversa fortuna lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto se presentó la deseada Melibea.

      Introdúcense en esta tragicomedia las personas siguientes CALISTO Mancebo enamorado.

      MELIBEA -Hija de Pleberio.

      PLEBERIO -Padre de Melibea.

      ALISA -Madre de Melibea.

      CELESTINA -Alcahueta.

      PÁRMENO -Criado de Calisto.

      SEMPRONIO -Criado de Calisto.

      TRISTÁN -Criado de Calisto.

      SOSIA -Criado de Calisto.

      CRITO -Putañero.

      LUCRECIA -Criada de Pleberio.

      ELICIA -Ramera.

      AREÚSA -Ramera.

      CENTURIO -Rufián.

      Acto primero

      ARGUMENTO DEL PRIMER ACTO DE ESTA COMEDIA

      Entrando Calisto en una huerta en pos de un halcón suyo, halló allí a Melibea, de cuyo amor preso, comenzole de hablar. De la cual rigurosamente despedido, fue para su casa muy angustiado. Habló con un criado suyo llamado Sempronio, el cual, después de muchas razones, le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mismo criado una enamorada llamada Elicia. La cual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al cual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El cual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conocido de Celestina, la cual mucho le dice de los hechos y conocimiento de su madre, induciéndole a amor y concordia de Sempronio.

      PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO.

      CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

      MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

      CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase y hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto los gloriosos santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Más ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.

      MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes esto, Calisto?

      CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.

      MELIBEA.- Pues aun más igual galardón te daré yo, si perseveras.

      CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis

      oído!

      MELIBEA.- Mas desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera

      cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido de ingenio de tal hombre como tú. ¿Haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete! ¡Vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.

      CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

      * * *

      CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

      SEMPRONIO.- Aquí soy, señor, curando de estos caballos.

      CALISTO.- Pues, ¿cómo sales de la sala?

      SEMPRONIO.- Abatiose el gerifalte y vínele a enderezar en el alcándara.

      CALISTO.- ¡Así los diablos te ganen! ¡Así por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intolerable tormento consigas, el cual en grado incomparablemente a la penosa y desastrada muerte que espero traspasa. ¡Anda, anda, malvado! Abre la cámara y endereza la cama.

      SEMPRONIO.- Señor, luego hecho es.

      CALISTO.- Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella que deseada a los afligidos viene! ¡Oh! si vinieseis ahora, Hipócrates y Galeno, médicos, ¿sentiríais mi mal? ¡Oh, piedad de silencio, inspira en el Plebérico corazón, porque sin esperanza de salud no envíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!

      SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?

      CALISTO.- ¡Vete de ahí! No me hables; si no, quizá ante del tiempo de mi rabiosa muerte mis manos causarán tu arrebatado fin.

      SEMPRONIO.- Iré, pues solo quieres padecer tu mal.

      CALISTO.- ¡Ve con el diablo!

      SEMPRONIO.- No creo, según pienso, ir conmigo el que contigo queda. ¡Oh desventura!

      ¡Oh súbito mal! ¿Cuál fue tan contrario acontecimiento que así tan presto robó el alegría de este hombre y, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dejarle he solo o entraré allá? Si le dejo, matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel a quien es enojosa la vida que no yo que huelgo con ella. Aunque por al no desease vivir sino por ver mi Elicia, me debería guardar de peligros. Pero si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dejar un poco que desbrave, madure: que oído he decir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque más se enconan. Esté un poco. Dejemos llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas y suspiros mucho desenconan el corazón dolorido. Y aun, si delante me tiene, más conmigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reverberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. Y cuando aquél es cerca, agúzase. Por eso quiérome sufrir un poco. Si entretanto se matare, muera. Quizá con algo me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Aunque malo es esperar salud en muerte ajena. Y quizá me engaña el diablo. Y si muere, matarme han y irán allá la soga y el calderón. Por otra parte dicen los sabios que es grande

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