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me consumiré así en vano?

      Vuelve con despecho la hoja del libro, y percibe el signo del Espíritu de la Tierra.

      ¡Cuán diversamente obra en mí este signo! Estás más cerca de mí, Espíritu de la Tierra; siento ya más exaltadas mis fuerzas; ya hiervo como un vino nuevo. Siento bríos para aventurarme en el mundo, para afrontar las amarguras y dichas terrenas, para luchar contra las tormentas y permanecer impávido en medio de los crujidos del naufragio.

      Anúblase el ambiente sobre mí... la luna vela su luz... mi lámpara se extingue. Exhálanse vapores... rojas centellas surcan el aire en derredor de mis sienes... un frío estremecimiento sopla desde la bóveda y se apodera de mí. Lo percibo: eres tú que flotas en torno mío, Espíritu implorado. ¡Descúbrete! ¡Ah!, ¡cómo se sobresalta mi corazón! Todos mis sentidos pugnan por abrirse a nuevas impresiones. Siento cómo mi corazón se entrega por completo a ti. ¡Aparece!, ¡aparece!, aunque me cueste la vida.

      Coge el libro y pronuncia misteriosamente el signo del Espíritu. Surge de pronto una llama rojiza, y aparece el Espíritu en la llama.

      ESPÍRITU

      ¿Quién me llama?

      FAUSTO

      (Volviendo la cabeza a otro lado.) ¡Espantosa visión!

      ESPÍRITU

      Me has atraído con fuerza; largo tiempo aspiraste en mi esfera, y ahora...

      FAUSTO

      ¡Ay de mí! No puedo resistir tu presencia.

      ESPÍRITU

      Suspiras anhelante por contemplarme, oír mi voz y ver mi rostro; la poderosa instancia de tu alma me obliga a ceder. Aquí me tienes... ¡Qué mezquino terror se apodera de ti, criatura sobrehumana! ¿Qué fue del clamor de tu alma? ¿Dónde está aquel pecho que se creaba un mundo dentro de sí, lo llevaba y mantenía con esmero; aquel pecho que se henchía con estremecimientos de gozo para encumbrarse al nivel de nosotros, los Espíritus? ¿Dónde estás, Fausto, tú, cuyo acento llegaba hasta mí, y que con todas tus fuerzas pugnabas por alcanzarme? ¿Eres tú quien, al sentirse envuelto en los efluvios de mi aliento, tiembla en las profundidades vitales, un gusano que huye medroso y encogido?

      FAUSTO

      ¿He de retroceder ante ti, engendro de la llama? ¡Soy yo, soy Fausto, tu igual!

      ESPÍRITU

      En el oleaje de la vida, en el torbellino de la acción, ondulo subiendo y bajando, me agito de un lado a otro. Nacimiento y muerte, un océano sin fin, una actividad cambiante, una vida febril: así trabajo yo en el zumbador telar del Tiempo tejiendo el viviente ropaje de la Divinidad.

      FAUSTO

      Tú, que vagas por toda la redondez de la vasta tierra, atareado Espíritu, ¡cuán cerca me siento de ti!

      ESPÍRITU

      Te igualas al Espíritu que tú concibes, no a mí.

      Desaparece.

      FAUSTO

      (Anonadado.) ¡No a ti! ¿A quién, pues? Yo, imagen de la Divinidad, ¿ni tan siquiera me igualo a ti?

      Llaman a la puerta.

      ¡Qué castigo! Lo conozco... es mi fámulo. Mi más bella felicidad, aniquilada. ¿Por qué ha de venir ese árido socarrón a desbaratar este mundo de visiones?

      Entra Wagner con bata y gorro de dormir, llevando una luz en la mano. Fausto le vuelve la espalda con enojo.

      WAGNER

      Perdonad; os oí declamar. ¿Leíais, sin duda, una tragedia, una tragedia griega? Algo quisiera yo aprovechar en este arte, porque hoy día es cosa de gran efecto. No pocas veces he oído decir en son de elogio que un comediante podía instruir a un clérigo.

      FAUSTO

      Cierto, si el clérigo es un comediante; como ocurre a veces.

      WAGNER

      ¡Ah! Cuando uno se halla así como encantado en su museo, sin ver apenas el mundo algún día festivo, y sólo de lejos, casi no más que con un anteojo, ¿cómo podrá dirigirlo por medio de la persuasión?

      FAUSTO

      No lo conseguiréis con todos vuestros afanes si no lo sentís, si ello no surge de vuestra alma y con encanto muy poderoso y sostenido no subyuga los corazones de todo el auditorio. Ya podéis estar siempre clavado en una silla, hacer una amalgama de todo, aderezar un guiso con los relieves de ajeno festín y sacar a fuerza de soplo mezquinas llamas de vuestro puñado de cenizas. Podréis así excitar la admiración de los niños y de los monos, si tal es vuestro gusto, mas nunca haréis llegar el corazón a los corazones si ello no os sale del corazón.

      WAGNER

      Sólo el discurso labra el éxito del orador. Me doy bien cuenta: todavía estoy muy atrasado.

      FAUSTO

      Buscad la ganancia honrada; no seáis un loco agitando sus cascabeles. La razón y el verdadero sentimiento se expresan ellos mismos con escaso artificio; y si deseáis decir algo serio, ¿qué necesidad tenéis de ir a caza de palabras? Sí; vuestros discursos, que tan brillantes son, y en los cuales rizáis recortes de papel para la humanidad, son pesados como el brumoso viento de otoño que murmura a través de las secas hojas.

      WAGNER

      ¡Ay, Dios! El arte es largo y breve es nuestra vida. En mis esfuerzos de crítica llego a temer no pocas veces por mi cabeza y mi pecho. ¡Cuán arduos de conseguir no son los medios por los cuales se remonta uno a las fuentes! Y sin duda ha de morir el pobre diablo antes de haber andado sólo la mitad del camino.

      FAUSTO

      ¿Crees tú que un árido pergamino es la fuente sagrada que, con sólo beber un trago de ella, apague la sed para siempre? No hallarás refrigerio alguno si no brota de tu propia alma.

      WAGNER

      Perdonad; es un vivo deleite transportarse al espíritu de los tiempos para ver cómo pensó algún sabio antes que nosotros, y considerar después qué lejos hemos llegado al fin.

      FAUSTO

      ¡Oh, sí!, hasta las estrellas. Los tiempos pasados, amigo mío, son para nosotros un libro de siete sellos. Lo que llamáis espíritu de los tiempos no es en el fondo otra cosa que el espíritu particular de esos señores en quienes los tiempos se reflejan; y a decir verdad, todo ello resulta muchas veces una miseria tal que uno se aparta con asco al primer golpe de vista. Es un cesto de basura, un cuarto de trastos viejos, y a lo sumo un mal dramón histórico con excelentes máximas pragmáticas, de esas que tan bien cuadran en boca de títeres.

      WAGNER

      Pero, ¿y el mundo?, ¿y el corazón, y el espíritu humano? ¿Quién no desea saber de ello alguna cosa?

      FAUSTO

      Cierto; ¡lo que llaman saber! ¿Quién se atreve a nombrar al niño por su nombre verdadero? Los pocos que supieron algo de esto, y, bastante insensatos para guardarlo en su corazón, y descubrieron a la plebe sus sentimientos y sus ideas, fueron desde siempre crucificados o quemados. Pero dispensadme, amigo, la noche está muy avanzada, y es menester que por hoy hagamos punto aquí.

      WAGNER

      Con gusto hubiera seguido en vela para continuar con vos una plática tan instructiva; pero mañana, como primer día de Pascua, permitidme haceros alguna que otra pregunta. Con celo me he consagrado al estudio; verdad es que ya sé mucho, pero quisiera saberlo todo.

      Vase.

      FAUSTO

      (Solo.) ¡Cómo nunca desaparece toda esperanza de la cabeza de aquel que siempre se aferra a cosas insulsas! Con ávida mano escarba la tierra buscando tesoros, y se da por satisfecho cuando encuentra lombrices. ¿Es posible que se deje oír semejante voz humana en este sitio, donde me rodeaba un mundo de visiones? Mas, ¡ay!, por esta vez te lo agradezco,

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