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en Seducción sobre dos zapatos de tacón alto y…

      –¿Y? –la presionó el entrevistador.

      –Y vi a Finn Fitzgerald, ahí, sentado, vestido todo de negro. Jersey negro con cuello de polo, vaqueros negros, pelo negro… Tenía algo, no sabría describirlo, que atrajo mi atención, como si tuviera una luz interior especial. Era…

      –¿La cosa más sexy sobre dos patas? –sugirió Paul–. ¿La testosterona en persona?

      Amber soltó una risotada. Era una manera escandalosa de expresarlo. Aunque se ajustaba a la realidad.

      –Bueno, sí –concedió ella–. Pero su atractivo iba mucho más allá de su físico. Tenía mucho carisma… El caso es que estaba sentado, hablando por teléfono y con todas esas fotos de chicas preciosas colgadas por las paredes. Estuve a punto de marcharme.

      –¿Por qué?

      –Me sentí intimidada, fuera de lugar –Amber se encogió de hombros.

      –Entonces te miró y dijo…

      –Colgó el auricular, me miró durante unos segundos eternos y me dijo que, si empezaba a llevar tacones altos, era probable que consiguiera mucho dinero en… sugirió que iba vestida como una… –todavía le dolía recordar aquellos instantes.

      –¿Cómo?

      –Como una prostituta –especificó de mala gana.

      –¿Eso te dijo?

      –Lo sugirió.

      –¿Y qué respondiste?

      –Que sus ojos parecían dos semáforos.

      –¿Semáforos?

      –Sí –Amber rió–. Es que sus ojos son verdes, pero esa vez también eran rojos. Tenía gripe, era la primera vez que se ponía enfermo desde hacía años. Todos decían que era muy mal paciente.

      –¿Cómo se lo tomó?

      –Rompió a reír. Echó la cabeza hacia atrás, se echó a reír y cuando dijo touché todos dejaron lo que estaban haciendo y me miraron. Al principio creía que me miraban por la pinta que llevaba; pero mucho más tarde me enteré de que estaban asombrados porque nunca habían visto a Finn reírse tan desinhibido.

      –¿Quieres decir que es un hombre seco?

      –No tanto. Quiero decir que no hay muchas personas que puedan hacerlo reír.

      –¿Y tú eres una de ellas?

      –Eso espero.

      –Así que te contrató y te pidió que salieras con él.

      –No –Amber negó con la cabeza–. Me dijo que no era lo suficientemente alta para ser modelo.

      –¿Ah, no? –preguntó el entrevistador mientras la miraba de arriba abajo.

      –Yo mido sólo metro setenta y cinco y la mayoría de las modelos llegan al uno ochenta hoy día.

      –¿Qué le dijiste?

      –Que, a cambio, él no era lo suficientemente amable para ser mi jefe. Y eso lo hizo reír de nuevo.

      –Y te marchaste.

      –Estuve a punto. Pero en ese momento sonó el teléfono y Finn comenzó a hablar; y sonó una segunda línea y empezó a hacer gestos de impaciencia con la mano, así que descolgué, respondí, tomé nota del mensaje y me dispuse a marcharme –explicó Amber–. Entonces me llamó, me preguntó si sabía escribir a máquina y le dije que sí. Luego me preguntó si sabía servir cafés y le dije que sí… y que si él también sabía.

      –Y volvió a reírse.

      –Exacto.

      –¿Y entonces?

      –Entonces me ofreció trabajo como secretaria.

      –Y le dijiste por dónde podía meterse el trabajo, ¿no?

      –Estuve tentada –confesó Amber–. Pero tenía curiosidad. Había un ambiente de locos en la agencia, frenético. Y le dije que tenía que pensármelo. Él contestó que no tenía tiempo para discutirlo en esos momentos, pero me ofreció hablar de ello esa noche cenando… y apareció con otras dos modelos.

      –O sea, que no fue la velada más romántica de tu vida –ironizó Paul.

      –En absoluto. Las dos chicas se pasaron el tiempo metiéndose la una con la otra y tratando de captar la atención de Finn.

      –¿Y qué hiciste?

      –Las dejé que siguieran y me limité a disfrutar de la cena.

      –Lo cual lo sorprendió.

      –Lo dejó asombrado. Primero mandó a casa a las dos modelos y luego miró mi plato vacío y dijo que nunca había visto comer tanto a una mujer. Y yo respondí que es que yo no tenía costumbre de comer en restaurantes así y que, si no era capaz de apreciar esos platos tan deliciosos, es que su paladar estaba atrofiado y quizá debiera tomar comida normalita durante una temporada.

      –Y siguió riéndose.

      –En efecto. Entonces me preguntó si sabía cocinar y contesté que sí, por supuesto, pero que si estaba buscando una secretaria o una esposa.

      –Déjame que adivine: te miró a esos grandes ojos azules que tienes y te dijo que lo segundo; que llevaba toda la vida esperando a una chica como tú.

      –En absoluto. Frunció el ceño y me dijo que, si iba a trabajar para él, tendría que hacer algo con mi imagen –Amber dio un sorbo de champán y disfrutó recordando lo fácil y divertido que había sido todo al principio–. Yo le pregunté si eso significaba que me estaba ofreciendo el trabajo y él respondió que por supuesto.

      –Y saltaste de alegría.

      –No. Le dije que no podía aceptar el trabajo salvo que incluyese alojamiento, porque mi trabajo en el hotel era como interna, y él contestó que no había problema; que encontraría donde alojarme.

      –Con idea de que te mudaras a su casa. Supongo que fue ahí cuando saltó la chispa.

      –No, no. Me estaba ofreciendo el piso destartalado que había encima de la agencia… Bueno, no estaba tan mal –se corrigió Amber–. Así que me mudé allí.

      –¿Y se fue a vivir contigo?

      –¡Ni hablar! –Amber rió–. No me imagino a Finn viviendo allí. Él tenía un apartamento mucho más grande con vistas a Hyde Park.

      –¿Este apartamento? –preguntó el entrevistador tras mirar en derredor.

      –Sí… Al final me vine con él aquí, pero así fue cómo empezó todo.

      –Vamos, que fue un romance apasionado desde el primer momento – concluyó Paul.

      –Al contrario: trabajé dos años para Finn antes de que me pusiera una mano encima –aseguró Amber–. Digamos que se enamoró de su obra, como en Pigmalión.

      –¿Y cómo lo hizo?

      –Me llevó a una peluquera y a una experta en maquillaje. Luego, me recomendó una modista que me asesoró sobre el tipo de ropa que debía ponerme.

      –Pues te dio buenos consejos –murmuró el periodista mientras miraba las piernas de Amber, descubiertas por el vestido corto que lucía.

      –A Finn sí se lo pareció –replicó ella, molesta por el descaro de Paul.

      –Sí, Finn… –el entrevistador dio un nuevo sorbo de champán–. Le van muy bien las cosas, ¿verdad?

      Amber asintió. A veces pensaba que, en realidad, las cosas le iban demasiado bien. Con lo bien que marchaba la agencia, apenas parecía encontrar tiempo para verla, a pesar de que se había asociado con Jackson Geering.

      Lo

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