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se pregunta a cualquier etíope quién es el hombre más rico del país, sin duda responderá: Al-Amoudi. Este empresario saudita-etíope ha sabido aprovechar el amplio programa de liberalización económica que el gobierno ha promovido durante los últimos quince años. A la cabeza de un verdadero imperio, el sheikh Mohammed Al-Amoudi ha invertido en sectores tan diferentes como la construcción, los servicios, la producción textil, la minería de oro y la agricultura. También ha hecho del Sheraton de Adís Abeba uno de los hoteles más lujosos del continente, emblema de su gran éxito. Además de su carrera industrial y comercial, se le conoce por su generosidad, que muestra participando en numerosos proyectos benéficos y de renovación urbana.

      Población e idiomas

      Población

       Demografía. Estimada en 105 millones de habitantes en 2018, la población etíope podría alcanzar los 185 millones de aquí a 2050. Con una tasa de fertilidad del 4,5 % y una tasa de crecimiento demográfico del 2,5 %, Etiopía es uno de los países con mayor crecimiento demográfico, y también uno de los de mayor densidad de población, con 108 habitantes/ km2. Sin embargo, y a falta de una política eficaz contra el sida, esta cifra podría reducirse considerablemente. La población está compuesta por una proporción casi idéntica de hombres y mujeres, cuya esperanza de vida es de 62 y 65 años, respectivamente. La población es muy joven, la edad media es de 19 años, y también muy pobre (aproximadamente un tercio vive por debajo del umbral de pobreza). Entre los jóvenes de entre 15 y 24 años, el 63 % de los chicos sabe leer y escribir, frente al 47 % de las chicas.

       Distribución étnica. Etiopía está formada por multitud de grupos diferentes, a menudo divididos en varios subgrupos, que hacen del país un verdadero mosaico de pueblos, muchos de los cuales carecen de rasgos comunes. De los casi 80 grupos recogidos en fuentes oficiales, hay tres mayoritarios que representan más de dos tercios de la población: los oromo (con casi el 40 %), los amhara (30 %) y los tigrayas (alrededor del 6 %), siendo estos dos últimos muy próximos en cuanto a cultura. Les siguen los sidama (9 %), somalíes (6 %), afares (4 %) y gurage (2 %). El resto de la población está formado por decenas de micropoblaciones, muchas de las cuales corren el riesgo de desparecer porque no reúnen más que unos pocos miles de individuos, como los karos, de los que solo quedan 1500 miembros.

      Idiomas, escritura y alfabeto

      Los etíopes actuales pertenecen a la familia cusita. Etiopía ha recibido profundas influencias semíticas. La mayoría de las lenguas y los múltiples dialectos que se hablan en el territorio pertenecen a una de las tres ramas de la familia afroasiática: semita, cusita y omótica.

       Grupo semita. La lengua clásica etíope, el ge’ez, es una lengua puramente semítica emparentada con el árabe, el hebreo y el arameo. Desapareció de la cultura oral hacia el siglo X (entre 900 y 1200, según los expertos), pero siguió siendo una lengua culta y literaria hasta el siglo XIX y aún hoy es la lengua litúrgica de la Iglesia etíope. El tigraya, que se habla en el norte del país y en Eritrea, es la lengua semítica más pura, mientras que el amárico, que se ha impuesto como lengua oficial, está muy influenciado por el cusita. Ocurre lo mismo con el gurague y harari, enclaves semíticos en territorio oromo que con el tiempo han absorbido muchos rasgos cusitas.

       Grupo cusita. El oromifa es el idioma cusita dominante y utiliza el alfabeto romano. Además de los oromos, afares, sidamos y somalíes representan los mayores grupos cusitas. Los boranas, konsos, dassanetch y hameres en el sur, así como los agaw, aislados en el norte en un país semita, pertenecen a este grupo lingüístico.

       Grupo omótico. Emparentadas con las lenguas cusitas, las lenguas omóticas, probablemente presentes en un territorio más extenso antes de la expansión oromo, se concentran hoy en el valle del Omo. Incluyen multitud de idiomas y dialectos, entre ellos el bana, el ari o el karo.

       Otros grupos. Los grupos anuak, nuer y surma, concentrados principalmente a lo largo de la frontera sudanesa, hablan lenguas nilóticas emparentadas con el grupo de lenguas nilo-saharianas.

       Escritura y alfabeto. Etiopía es el único país africano con alfabeto propio, que es la base del amárico moderno. Adaptado primero al alfabeto arábico, que solo recogía consonantes sin vocales, la escritura etíope cambió para convertirse en un silabario. Hay 34 caracteres básicos (veintiséis clásicos, más seis que aparecieron con la evolución del idioma), cada uno de los cuales representa una sílaba. No hay vocales, pero los cambios en la forma de los caracteres marcan las vocalizaciones. Cada carácter tiene siete vocalizaciones, con lo que para poder leer y escribir en amárico hay que memorizar 238 caracteres. Eso sin tener en cuenta algunas combinaciones adicionales para los diptongos como wa. Si a esto añadimos que nuestra escritura es incapaz de reproducir correctamente los sonidos del etíope, que muchos sonidos son muy parecidos y que otros parecen en principio impronunciables, la tarea es difícil. Sin embargo, los etíopes aprecian sobremanera que los extranjeros conozcan unas pocas palabras y frases básicas. Los contactos espontáneos se multiplican y el trato es aún más amable y acogedor. Además, estas palabras pueden hacer que sea más fácil deshacerse de las personas no deseadas y regatear bienes y servicios a precios justos.

      Estilo de vida

      Nacer en Etiopía significa muchas cosas, dependiendo de si uno es de las altas mesetas o de las regiones periféricas, cristiano, musulmán o animista, sedentario o nómada, y, por último, si proviene de zonas rurales o urbanas, pues ello implica estilos de vida muy diferentes y, a veces, costumbres opuestas. Sin embargo, todos estos pueblos pertenecen a la entidad nacional etíope y crean vínculos que van desde lo más distendido a relaciones estrechas entre pueblos.

      Vida social

       Nacimiento y edad. Un niño etíope tiene más de un ochenta por ciento de posibilidades de nacer en un entorno rural. En condiciones de bienestar, higiene y alimentación que suelen ser mínimas, la primera batalla es la supervivencia en un lugar en el que la tasa de mortalidad infantil es de casi 47 muertes por cada 1000 nacimientos. Para muchos el nombre recibido es un signo de afiliación religiosa, que permite distinguir entre musulmanes, con nombres de influencia árabe, y cristianos, entre los que hay muchas referencias bíblicas. Así, Belén, Betel (casa de Dios), Yordanos (Jordania), Gabra Christos (obra de Cristo) o, más simplemente, Petros, Paulos y Mariam son comunes. Aún más típico, muchos nombres tienen su propio significado, que se supone que debe determinar el carácter de la persona o incluso glorificarlo: Abebe (ha florecido), Tadesse (ha sido restaurado), Abera (el que ilumina), Getachew (el líder, el guía), Teferi (el que tememos). Pero el primer nombre también puede tener su origen en acontecimientos durante el embarazo o el parto, por lo que Aschenek (el que causó dolor) recordará un parto difícil. Es común a todos que el apellido del padre se una al nombre de la persona de forma patronímica, con lo que se suele llamar a la gente por su apellido, que define su verdadera identidad. En las tribus animistas es común que los niños reciban un segundo nombre del bestiario o que esté vinculado a elementos naturales. Entre las poblaciones nómadas, para las cuales el ganado es la riqueza suprema, el segundo nombre suele ser el de un bovino o un término que caracteriza el color del pelaje de una vaca. Según el ritual ortodoxo, se bautiza a un niño cuarenta días después de su nacimiento (ochenta días si se trata de una niña) y, aunque la religión no lo menciona expresamente, es probable que

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