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      NATALIA S. SAMBURGO

       La niña en la ventana

      Editorial Autores de Argentina

      Samburgo, Natalia S.

       La niña en la ventana / Natalia S. Samburgo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

       Libro digital, EPUB

       Archivo Digital: online

       ISBN 978-987-87-0810-2

       1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

       CDD A863

      Editorial Autores de Argentina

      www.autoresdeargentina.com

      Mail: [email protected]

      Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

      Impreso en Argentina – Printed in Argentina

       Dedicado a toda mi familia en Argentina y en Estados Unidos.

       Para mis amigas.

       Para mis lectores.

       Introducción de la autora

      El magistral paisaje de Mendoza se erige rodeando sucesos día a día. Algunos salen a la luz, y otros quedan ocultos... En esta provincia argentina, han ocurrido hechos sorprendentes que dejarían a más de uno con el aliento contenido.

      Luego de llevar un caso muy importante durante meses, Iván y Jacinto tendrán que enfrentarse a la realidad que los atormenta mientras resuelven una nueva intriga. Aunque, quizás, las cosas no son tan novedosas como parecen y los hechos se vienen pergeñando desde hace muchos años.

      Te invito a acompañarme a resolver este caso junto a ellos. Necesitarán de mucha ayuda y deberán confiar en sus instintos. Pero los problemas personales y los fantasmas amenazarán con perjudicar su trabajo.

      Un nuevo jefe al que deberán apoyar y aprender a entender. Un nuevo caso, que no será tal hasta que lo descubran. Una nueva sospecha y un nuevo compañero que se ganará un lugar entre ellos.

      Acompáñame a observar que están haciendo. Quién te dice... tal vez, podemos ayudarlos.

       Los hombres no son prisioneros del destino,

       son solo prisioneros de sus propias mentes.

       Franklin D. Roosevelt

       Prólogo

       Buenos Aires, Argentina. Febrero de 2019.

      Aguardó, mientras el tono de llamada se repetía en la línea. Intentaba comunicarse con su madre. Por fin, al cuarto sonido se escuchó el aló del otro lado.

      —¡Hola, mamá!

      —¡Hola, hijito! ¿Cómo está todo por allá?

      —Muy bien. Tengo novedades. Estoy súper feliz.

      —Quiero saber ya mismo qué es lo que te tiene tan contento.

      —Me dieron el trabajo. Ya estoy en mi puesto desde el lunes. —El muchacho esperó expectante la reacción de su madre.

       —¡Oh! ¡Eso es maravilloso! ¿Fuiste al estudio jurídico que les recomendó el tío Aldo? —la mujer se refería a su hermano, quien les había brindado el contacto de un bufete de abogados bastante nuevo que buscaba estudiantes de abogacía, principiantes, para incorporar a su nómina.

      —Sí, mamá. Igual no fue fácil. Me hicieron todas las entrevistas correspondientes y, por lo que me enteré, fueron muchos los postulantes.

      —¡Bravo, hijo! Felicitaciones... De todas maneras, te pido que no descuides lo otro.

      —No. Eso lo maneja muy bien mi hermano. Pero yo necesito este trabajo, para algo estudié —mencionó decepcionado. Su madre siempre se ocupaba de opacar los momentos felices.

      —Sí, lo sé, cariño, lo sé. Pero, por favor, no dejes a tu hermano solo. Tiene muchas cosas de las que ocuparse.

      —No te preocupes, mamá. Él está muy contento por mí y, además, ya está tramando algo para lograr ventajas desde la posición que yo obtenga en el estudio.

      —Ese hombre es un genio. Lo entrené muy bien, parece...

      —Bueno... —titubeó el muchacho algo ofendido.

      —“Ambos” son mi orgullo —aclaró la mujer alertada por el silencio de su hijo, que dejaba entrever los celos hacia su hermano.

      —Gracias. Bueno... quería contarte esta buena noticia.

      —Sí, mi amor. Gracias por compartirla conmigo.

      —¿Cuándo venís a visitarnos? —consultó el joven, sonando ahora algo melancólico porque extrañaba a su madre.

      —Pronto, hijo. En cualquier momento estaré por allí.

      —¿Y nosotros para allá? ¿Alguna vez podremos ir? ¿Cómo está papá?

      —Él está bien. No vuelvas a preguntar si van a venir a esta ciudad. Sabés muy bien que eso es imposible —dijo la madre de manera delicada, pero con un tono más autoritario.

      —Lo sé, pero nunca voy a perder la esperanza de que las cosas cambien.

      —Quiero que lo entiendas de una vez por todas: las cosas nunca van a cambiar.

      La llamada se cortó.

       Capítulo I

       Mendoza, Argentina. Año 2003.

      Salió de la clínica abrazando a su mujer. Quería protegerla de las miradas acusatorias o de lástima, con que la acribillaban. La gente se amontonaba a la salida del sanatorio. Los móviles de TV ocupaban la calle, la policía y el personal de seguridad intentaban controlar el paso. Bea no debía sufrir, ya había tenido suficiente, y él se encargaría de eso. Habían perdido un hijo. Otro hijo. La peor noticia llegó a sus oídos pasadas las dos de la madrugada. La espera se hizo insostenible y su corazón ya no aguantó. Murió con la esperanza de que ese órgano llegara desde algún lugar. Murió con la sonrisa que lo mantenía vivo día a día.

      Martín Valente era un niño de ocho años que había nacido con una enfermedad congénita. Su insuficiencia cardíaca se hizo notar desde muy pequeño. Luego de varias operaciones, tuvo unos años de tranquilidad solo con controles y estudios periódicos. Fue un niño alegre, sostenido por sus padres, acompañado de su tío que lo mimaba hasta el infinito. La pérdida de su hermano lo había afectado anímicamente y se preveía un futuro incierto. A los seis años un nuevo episodio lo dejó a la deriva, a la espera de un milagro que jamás alcanzó a llegar.

      Osvaldo Valente, padre de Martín y director del Instituto para Sordomudos de la Provincia de Mendoza desde hacía tres años, estaba devastado por el dolor de la pérdida y, más aún, por suponer, con fundamentos, que su mujer no se repondría tan fácilmente. Estaba muy preocupado por ella. Sin embargo, con mucho valor fue Bea quien se encargó de los trámites y de preparar el cuerpo de su hijo. Ella no dejó que él se ocupara de nada. Le ahorró ese dolor.

      Cinco años atrás habían perdido otro hijo, víctima de la misma enfermedad y que también estaba a la espera de un corazón, y Bea había procedido igual: a pesar del momento fatal, se ocupó de todo, dejándose caer en la depresión luego de que todo estuvo resuelto.

      Les quedaba su hija Maribel, nacida unos meses atrás. Hasta el momento, no presentaba signos de tener la misma enfermedad que sus hermanos, aunque su padre la hacía pasar por constantes controles de igual manera. Los médicos lo tranquilizaban con que la beba estaba en perfectas condiciones, pero él insistía en someterla a estudios complejos para descartar cualquier patología.

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