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¿Qué caracteriza a una «disciplina técnica» y a su contrario, a saber, una ciencia teorética, una ciencia en el sentido preciso de la palabra? En este último ámbito, están, por ejemplo, las ciencias matemáticas, la física, la química, la biología, la lingüística y la literatura, y otras ciencias del espíritu. Ya di ejemplos para las disciplinas técnicas. Menciono aún aquí la cuestión de cómo podría, para las múltiples tecnologías físicas y químicas, ampliarse, según su sentido literal originario, el concepto de tecnología, de modo tal que signifique una disciplina técnica en general, de manera que también podamos hablar de tecnologías científico-espirituales, por ejemplo, de jurisprudencia práctica, de teología práctica y de pedagogía. La expresión «disciplina práctica» es también un equivalente de «disciplina técnica».

      ¿Qué distingue, entonces, las disciplinas técnicas (tecnologías o, también, disciplinas prácticas), por un lado, y las disciplinas teóricas, las ciencias en sentido preciso, por el otro? Ambas son disciplinas científicas, también lo son las disciplinas técnicas; pues no solo distinguimos la técnica misma y la disciplina técnica, sino que, según el uso lingüístico filosófico general, una disciplina técnica no significa lo mismo que una disciplina relativa a un oficio, por ejemplo, la descripción, útil para quien ejerce una técnica, de los medios técnicos, de las precauciones, de los movimientos en la práctica de la técnica, de las instrucciones puramente prácticas para el aprendiz, que no son gravadas con explicaciones científicas. Ahí donde las ciencias entran al servicio de fines prácticos y surgen métodos científicamente fundados para la consecución de estos fines, son posibles disciplinas técnicas de contenido científico. Estos ofrecen, por un lado, teoremas científicos con sus fundamentaciones teóricas; por el otro, tratan de su adecuación a las situaciones prácticas concretas así como de todo lo que puede servir para fundamentar racionalmente un sistema de reglas lo más fecundo posible para las efectuaciones conformes a los fines requeridos.

      Brentano añade que esto explicaría por qué en una ciencia teórica solo se unifican conocimientos homogéneos, objetivamente interconectados, mientras que en una disciplina práctica frecuentemente llegan a una unidad conocimientos completamente heterogéneos. La unidad del interés teórico se extiende, pues, tanto como la interconexión objetiva de causa y efecto, que une solo lo que es homogéneo. Donde, sin embargo, se trata de realizar un fin (y naturalmente un fin tan elevado que requiere un medio complejo) y de reunir en conformidad con él todas las verdades científicas cuyo conocimiento podría ser de ayuda a esta realización, ahí tales verdades pueden ser completamente heterogéneas. En sí, toda verdad tendría su lugar teórico en una ciencia teórica. Sin embargo, en relación con diferentes fines guía, la verdad puede ser útil tanto para esta como para aquella disciplina técnica, y esta utilidad no cuestiona la interconexión interna. Quien escribe, desde el punto de vista práctico, un manual para arquitectos recurrirá, naturalmente, a elementos de la matemática, física, química, estética, etc.; hablará también de los materiales de construcción, interviniendo, entonces, en el estudio de las piedras, <hablará> de las reglamentaciones para la construcción, etcétera.

      Esta exposición tiene, sin duda, su fuerza y un cierto contenido válido. Y, sin embargo, a causa de una ambigüedad oculta, tuvo, de modo desconcertante, efectos fatales en Brentano [16] mismo, pero también en todos los que, siguiéndolo o guiados por semejantes motivos vetustos, extrajeron consecuencias para la ética, la lógica, la estética y, en general, para las disciplinas filosóficas normativas y prácticas.

      Sin duda, en este lugar necesitamos mayor precisión. Detengámonos aquí un instante. La expresión originaria para un interés teórico no es otra cosa que «filosofía», amor a la verdad o a la sabiduría. Según la conocida narración de Herodoto, Solón no recorre el mundo de entonces para satisfacer intereses comerciales o políticos, sino puramente para conocer el mundo, las naciones y los pueblos, los seres humanos, las costumbres, las organizaciones estatales, etc., por el puro gozo en lo dado en la experiencia cognoscitiva. Con esto, naturalmente, se desplegaba el experimentar directo en juicios de experiencia determinantes que, en su verdad fundada intuitivamente, se convierten en una posesión cognoscitiva permanente. En una necesaria conexión ordenada, surge la unidad de un saber empírico sobre un fragmento del mundo de experiencia en cuanto definición ordenada, conforme a juicio, de lo que este es en una verdad experiencial.

      Pero el instinto filosófico como aspirar amoroso y teleológicamente activo al conocimiento del mundo ya no es satisfecho con este mero conocimiento empírico. Encuentra y busca valores cognoscitivos [17] siempre más altos. El simple conocimiento empírico se eleva al nivel más alto del conocimiento, específicamente teórico, que se configura en las formas del logos. El valor superior de una configuración conceptual rigurosa y de las verdades acuñadas de modo rigurosamente conceptual, el valor de su configuración empírica sistemática en demostraciones rigurosas y, finalmente, en teorías, resplandece e ilumina, con esto, la escala infinita de los valores teóricos que se superan uno a otro y del valor unitario que los abarca en un progreso sistemático en la formación de estos valores. En una palabra, surge la idea de la ciencia como idea de un habitual, profesional estar-dirigido a un progreso sistemático de teorías siempre más abarcadoras, el cual idealmente debería revelarnos, de modo teórico, la totalidad de todo el ser o, al menos, de una región de ser definida de modo puramente conceptual. El fin de la ciencia universal o de la filosofía, en cuanto dirigido al infinito, entendido, sin embargo, como progreso sistemático de teorías que, en el trabajo práctico, se amplían y se elevan, es una teoría universal. Lo mismo vale también para toda ciencia particular, para su ámbito en sí ya infinito. La meta propulsora en el interés teórico no es, pues, una verdad en general, coleccionada arbitrariamente. Lo es la unidad de una teoría universal y racional.

      En cualquier caso, es claro que en toda ciencia estamos en un reino de la praxis, en el cual nos guía la unidad de un fin práctico y de un sistema de fines. Lo que se describe habitualmente y en sentido objetivo como ciencia no es otra cosa que lo que ha llegado a ser y sigue siendo históricamente en el trabajo de los científicos. Las teorías, incluso una configuración como, por ejemplo, la completa construcción de la teoría geométrica que se encuentra en Euclides y en otros manuales, por tanto, también toda ciencia, son una técnica guiada, como toda técnica, por la unidad del fin en la razón práctica y no es diferente, por ejemplo, de la técnica de la construcción o de la estrategia que, precisamente, no tienen otros fines que edificios, campañas militares y semejantes.

      Para nosotros era ya evidente cómo cada técnica tiene junto a ella, según la idea, una disciplina técnica correspondiente. Esto vale también para aquella técnica que aquí llamamos

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