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A menudo empleamos las palabras «ético» y «moral» como equivalentes. Referimos, de modo indudable, la última palabra a las disposiciones y acciones de un amor puro por la humanidad, especialmente, por tanto, en las relaciones prácticas en las que aquello que deseamos y a lo que aspiramos de modo práctico para nosotros mismos (y aquí también se trata de bienes puros y auténticos) entra en competencia con lo que desean nuestros prójimos o con lo que, para ellos, es digno de ser deseado; y lo mismo, naturalmente, para lo que tiene valor negativo. En sentido específico, entonces, es inmoral toda disposición y actuación fruto del egoísmo, de la maldad, de la difamación, etc.; asimismo, todo daño consciente a la comunidad, traición a la patria, fraude y así sucesivamente. Se pregunta, pues, lo siguiente: la dedicación a la vocación científica o artística, para quien está «verdaderamente llamado» a ella, para quien, precisamente, reconoce ahí su deber absoluto, ¿se caracteriza, por ello, como lo debido por y en la medida en que beneficia a su prójimo, a su comunidad, finalmente, a la humanidad y quiere hacer lo debido y lo hace en virtud de tal disposición amorosa?

      Pero ¿cuál era el pensamiento de fondo que dirigía nuestra definición de la ética? Dicho en pocas palabras, es el siguiente: ética es la disciplina técnica del actuar correcto o, ya que un actuar correcto es el que apunta a fines justos, la ética es la disciplina técnica de los fines que nuestro actuar debe legítimamente perseguir. Pero si es verdad que en toda situación está trazado de antemano para cada agente un único fin como el unum necessarium, en cuanto el único que debe ser querido, entonces la ética es la disciplina técnica que se refiere a este absolutamente debido o que se refiere a la exigencia absoluta de la razón práctica. Con todo esto, se definía un concepto de lo ético, un encuadramiento universal de la corrección e incorrección éticas, en el que evidentemente no se hablaba de lo moral en el sentido acostumbrado del término [11], mientras que, no obstante, el lenguaje usa por regla general las palabras ético y moral como equivalentes. ¿Coinciden ambos conceptos, al menos, en su extensión? Esto significaría lo siguiente: siempre que planteemos a nuestras decisiones de la voluntad y, por lo tanto, también a las acciones, la pregunta por la corrección absolutamente práctica, una decisión de la voluntad, en cuanto absolutamente debida, puede acreditarse solo si su fin final, o sea, el último, el que determina todo actuar, tiene el título de amor al prójimo, si bien puede realizarse más tarde una definición más precisa.

      Algunos ejemplos muestran que esta posición tiene dificultades. Un aspirar científico o artístico, por tanto, justificado por motivos del deber absoluto, sería entonces ético solo si su motivo determinante último fuese el noble apoyo a nuestros «prójimos», eventualmente, aprehendido de modo más generoso como el bien de la más amplia y vasta comunidad, de la nación, de la humanidad, en la cual, sin embargo, no podemos incluirnos, por ejemplo, como aquellos que reciben un beneficio. Y lo mismo pasaría con todas las acciones en las que, siguiendo los estímulos de los sentimientos sensibles, hacemos posible la conservación de nosotros mismos. Solo gracias a la posibilidad de vivir, por medio de nuestra autoconservación, una vida de amor al prójimo, podríamos, por ejemplo, concedernos legítimamente una comida sabrosa.

      Estas dificultades, que no pueden encontrar aquí obviamente una solución efectiva, no son tales que puedan perjudicar de alguna manera nuestra determinación conceptual de la ética. Si solo es seguro que hay un deber normativo absoluto referido a todo querer y actuar posibles, entonces también está evidentemente legitimada la idea de una disciplina técnica superior referida a ello. Es claro, sin más, que una ética definida así, de manera científica, tendría que tratar todos los géneros de bienes prácticos que puedan presentarse con el carácter de deber absoluto; también, por tanto, el ámbito del amor al prójimo que, sin duda, tiene un alto rango, si no el superior. Pero si lo tiene en el sentido de que todo otro bien práctico deriva su valor del deber absoluto del amor al prójimo, esto confiará una disciplina técnicoética en nuestro sentido legítimo a una específica investigación ética. En todo caso, nuestra definición tiene la ventaja de que, en su universalidad formal, no prejuzga en nada lo absolutamente debido a favor de una determinación cualquiera del contenido [12] mediante esferas particulares de bienes, y señala solo el marco de definición para todas las posibles investigaciones de contenido.

      c) Sobre la diferencia entre ética individual y ética social

      Aún tenemos que considerar una última objeción a nuestra definición de la disciplina técnica ética en la que, seguramente, más de uno de ustedes habrá pensado. Se puede preguntar: ¿hace justicia dicha definición a la diferencia, que sin duda ha de tenerse en cuenta, entre ética individual y ética social? A fin de cuentas, ¿no delimita esta solamente a la primera, esto es, a la ética individual? Sin embargo, nuestra definición conceptual no necesita ser entendida así, si la comprendemos adecuadamente y admitimos, en tanto sujetos humanos que actúan, no solo a los seres humanos singulares, sino también a las comunidades humanas, tal como, por ejemplo, Platón describía al Estado como un gran ser humano. Pero aquí necesitamos decir algo más preciso sobre el conjunto de nuestra concepción.

      Como campo de actividad posible, todo ser humano se tiene a sí mismo y a su mundo circundante, y ahí se encuentra, y no por razones contingentes, como miembro de comunidades más o menos amplias. Como miembro, vive en parte una vida específicamente comunitaria, es decir, en funciones espirituales y, entre estas, funciones del actuar, las cuales ejerce conscientemente como funcionario de la comunidad, por ejemplo, en el Estado como ciudadano en relación con ciudadanos, como empleado, como soldado. Pero en parte vive, aunque no deje de ser miembro de sus comunidades, una vida extracomunitaria, en la que tales funciones sociales motivadoras no son cuestionadas: como cuando, para su propia instrucción o edificación y no para la preparación de una clase, lee un libro o toma su almuerzo, etc. Todo esto, sin embargo, puede llegar a ser éticamente relevante y, entonces, ser cuestionado desde el punto de vista de lo absolutamente debido, y <ello> en universalidad científica, en la medida en que existe, más allá de la múltiple forma infinita de las circunstancias contingentes concretas, una legalidad normativa y práctica según la cual se puede apreciar el caso individual.

      Además, es claro que las preguntas éticas pueden ser planteadas no solo a los miembros de una comunidad, sino también a las comunidades mismas. También es claro que [13] las comunidades pueden ser valoradas éticamente. Esto es obvio en la medida en que las comunidades son vistas como medios para la consecución de los fines que sus miembros se ponen. Pero las comunidades también pueden, en buen sentido, tomar el carácter de personalidades de orden superior, de manera que se hable con sentido de la voluntad de la comunidad frente a la voluntad de los individuos. Según esto, por ejemplo, se podrá y se deberá hablar también de una ética nacional. Las naciones, tanto en su vida propia como en su trato con otras naciones, estarán sometidas a normas éticas. En todo caso, si una ética en general tiene legitimidad en cuanto disciplina práctica y normativa, también se debe considerar con anticipación una ética de la comunidad.

      § 3. La pregunta por el criterio de distinción entre disciplinas técnicas y ciencias teóricas. El problema de la delimitación del interés teórico respecto del práctico a partir de Brentano

      Después de haber esclarecido, en primer lugar y legitimados en cierto modo por la tradición más antigua, la definición de la ética como disciplina técnica y de haber reconocido su derecho evidente, regresamos a la duda ya insinuada acerca de si el punto de vista de la disciplina técnica es radicalmente determinante para el tratamiento de los problemas específicamente propios de la ética tradicional, problemas que son tales que no pueden encontrar su lugar en ninguna otra disciplina científica.

      Con esto, iniciamos una consideración de gran envergadura filosófica, que tiene su paralelo exacto en una consideración que realicé en el primer tomo de mis Investigaciones lógicas para la disciplina técnico-lógica y con la cual intenté dirimir la lucha contra el psicologismo de la lógica que se nos legó y, como consecuencia, contra el psicologismo teórico-cognoscitivo. De hecho, es necesario combatir hasta el final esta misma lucha contra el psicologismo ético y contra el psicologismo en la teoría de la razón práctica y en la teoría del conocimiento ético, así como, luego, en todas las esferas paralelas de la razón y [14]

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