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no respondió.

      –Estoy aquí para ayudaros. A todos –añadió ella.

      Él señaló el papel.

      –¿Y esto?

      –Es la lista de los periodistas invitados a la fiesta, que empezará sobre las cuatro de la tarde y terminará por la noche. También hay que hacer una lista de invitados. Pam me ha dado la suya, así que todo depende de ti.

      Él la miró a los ojos.

      –Cena conmigo.

      –¿Perdona? –dijo ella confundida.

      –Que cenes conmigo.

      –¿Por qué?

      –¿Y por qué no?

      –Porque no trabajo después de las seis de la tarde –respondió ella.

      –Pero los bebés duermen. Mucho.

      Yelena se quedó mirándolo y sopesando las ventajas y los inconvenientes de cenar con él. Podría obtener más información acerca de su familia.

      –Está bien.

      Alex sonrió de medio lado y Yelena no pudo evitar devolverle la sonrisa, como una tonta.

      –Estupendo –dijo Alex levantándose con los papeles en la mano–. Ponte vaqueros y espérame en recepción a las seis y veinte.

      –Espera, pensé que íbamos a cenar en mi habitación.

      Él volvió a dedicarle otra arrebatadora sonrisa.

      –Te vendrá bien algo de aire fresco. Yo llamaré a Jasmine para que se quede con Bella.

      Y se marchó. Yelena se dio cuenta demasiado tarde de que un Alexander Rush sonriente y encantador era mucho más preocupante que uno enfadado y combativo.

      ESA tarde, Yelena estaba trabajando en su habitación, con Chelsea sentada enfrente, en la alfombra de su habitación, cuando esta le preguntó:

      –¿Desde cuándo sales con mi hermano?

      –¿Qué te hace pensar que salimos juntos? –le preguntó ella, levantando la vista del ordenador.

      –Que os miráis como si estuvieseis deseando quedaros solos para devoraros el uno al otro.

      –¡Chelsea! –exclamó ella–. Eso… eso…

      –¿No es asunto mío?

      –Exacto –respondió Yelena, cerrando el ordenador–. Ahora, tengo que ir a ducharme.

      –Para la cena, ¿no?

      –Sí.

      –¿Con Aaaalex? –inquirió Chelsea guiñándole un ojo.

      –¡Eres…!

      Sonriendo, Yelena tomó a Bella en brazos y desapareció por el pasillo. Cuando volvió al salón media hora más tarde, toda compuesta, Chelsea la miró con desaprobación.

      –¿Qué pasa? –le preguntó ella.

      –¿Por qué te has recogido así el pelo?

      –¿No te gusta?

      –No. Déjatelo suelto y recógetelo solo en los lados. Ve al espejo, te enseñaré cómo.

      La adolescente hizo que se sentase en una silla y encendió la luz.

      –Se te da bien –le dijo Yelena al ver cómo la peinaba–. ¿Nunca has pensado en dedicarte a la moda?

      –Me paso el día pensándolo –admitió Chelsea.

      –¿Y por qué no lo haces?

      –Porque es complicado. Alex y yo discutimos la otra noche al respecto. Se me da bien el tenis y se han gastado mucho dinero en mis entrenamientos. Y Alex y mamá…

      –Olvídate de lo que piensen los demás un instante. ¿Qué quieres hacer tú?

      –Quiero… estudiar diseño. Tal vez trabajar en una revista. Ya está, terminado.

      Yelena se levantó.

      –Pues deberías hacerlo.

      Ambas se miraron a los ojos a través del espejo y Yelena vio algo en la expresión de la chica.

      –Necesito contarte algo… algo personal.

      –Está bien –le dijo Yelena, dispuesta a escucharla.

      –Se trata de mi padre… Yo… Quiero hacer una declaración oficial. ¿Puedes ayudarme?

      Yelena frunció el ceño.

      –¿Qué quieres decir?

      –Estoy harta de que todo el mundo piense que mi padre era un Dios.

      –¿Qué hizo tu padre, Chelsea? –le preguntó Yelena.

      –Era un controlador. Elegía a mis amigas dependiendo de sus padres. Decidió que yo debía jugar al tenis y entrenar cuatro horas diarias. Era un asco. Se puso como loco cuando le dije que quería ser diseñadora de moda. Y… –apartó la mirada–. Trataba a mamá como si fuese idiota, siempre supervisaba su ropa, decidía quiénes debían ser sus amigas. Gritaba por cualquier cosa y ella… yo… –se ruborizó–. Lo que está saliendo en la prensa no es suficiente para hacer justicia.

      –Chelsea… ¿Tienes pruebas de que le fuese infiel a tu madre?

      –No, pero no me extrañaría.

      –¿Has hablado de esto con Alex?

      –No –respondió ella–. Ese es mi problema. No quería contárselo, con todo lo que está pasando.

      –Yo creo… –empezó Yelena, pero en ese momento sonó el timbre de la puerta–. Debe de ser Jasmine. Mira, Chelsea, deberías hablar antes con tu madre. Y luego, lo hablaremos también con Alex, ¿de acuerdo?

      –De acuerdo.

      –Bien. Quiero ayudarte.

      Chelsea asintió y señaló la puerta con un movimiento de cabeza.

      –Deberías marcharte. Alex odia que lo hagan esperar.

      Yelena puso los ojos en blanco y sonrió.

      –Lo sé.

      Al llegar a recepción, Yelena se quedó de piedra nada más ver a Alex, al otro lado de las puertas de cristal.

      Era la fantasía de cualquier mujer hecha realidad, todo vestido de cuero. Ella se llevó la mano al colgante y se sintió aturdida. Entonces, Alex se miró el reloj, levantó la vista y le sonrió, y ella deseó salir corriendo hacia él, poner los brazos alrededor de su cuello y besarlo.

      Pero no podía hacerlo.

      Ruborizada, miró a su alrededor y vio una…

      –Moto.

      Alex sonrió más y a ella se le volvió a cortar la respiración.

      –Pero no una moto cualquiera… Una Shinya Kimura. El único modo de conocer los alrededores del complejo. Toma –añadió, dándole un casco.

      Ella se lo puso e intentó abrocharlo.

      –Déjame a mí –le dijo Alex, ayudándola.

      Yelena notó cómo reaccionaba su cuerpo al tocarla y se sintió como una adolescente nerviosa.

      Alex tomó una chaqueta de cuero que había encima del asiento de la moto y se la puso sobre los hombros. Esperó a que ella metiese los brazos y, luego, se la abrochó.

      Mientras lo hacía, la miró a los ojos con sentido del humor… y con algo más. Luego, se apartó.

      –Ya está. Vamos.

      Alex

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