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aquel embarazo. Ella se sentía feliz ante la idea de tener un hijo, e incluso ilusionada con respecto al futuro. El casi seguro rechazo que su embarazo provocaría en Lorenzo podría hacerle mucho daño, pero no dejaría que la hundiera.

      Esos eran los pensamientos que cruzaban por su mente mientras se vestía para asistir al funeral de Brooke. Cuando terminó, se recogió el cabello y se puso un sombrero y unas gafas de sol. Quería asegurarse de que nadie se fijara en ella y se diera cuenta del tremendo parecido entre Brooke y ella.

      Los abogados le habían asegurado que nadie esperaba que asistiese a la ceremonia. Por «nadie» había entendido que se referían a Lorenzo, y al oír eso había contraído el rostro y había contestado que no por eso pensaba dejar de asistir a la ceremonia de su hermana.

      Un coche la recogió a las diez de la mañana. La iglesia estaba casi vacía. Habían pasado tantos meses desde la muerte de Brooke que era normal que hubiese tan pocos asistentes, pero fuera había unos cuantos fotógrafos y reporteros mirando suspicaces a todo el que entraba. Sin duda estaban buscándola, a la media hermana de Brooke Tassini de la que todos habían oído hablar pero con la que ninguno había conseguido dar.

      Con la cabeza agachada y envuelta en un abrigo negro pasado de moda, Milly se sentó en un banco al fondo y escuchó la misa mientras se esforzaba por no quedarse mirando a Lorenzo, que estaba sentado al frente.

      ¿Cómo podría pensar en él como en el padre de su bebé cuando ni siquiera quería que se le acercara durante el funeral, no fuera a hacerles alguien una foto juntos? Al pie de la sepultura, mientras se esforzaba por contener las lágrimas por la hermana a la que había perdido y por ese afecto filial que no había conseguido despertar en ella, le lanzó una breve mirada a Lorenzo. Él la saludó con un leve asentimiento de cabeza. Sus facciones parecían más angulosas; había perdido peso. Claro que ella también había perdido unos kilos. Durante buena parte del día tenía náuseas y le costaba obligarse a comer.

      Lorenzo, por su parte, estudiaba pensativo a Milly, que estaba a unos metros de él. Habría preferido que no asistiera al funeral ni al entierro, que hubiera permanecido alejada, al margen. Se había dicho una y otra vez que era lo más sensato. Y, sin embargo, allí estaba, arrebujada en un abrigo negro, con su hermoso cabello oculto bajo un sombrero y el delicado rostro apenas reconocible. Parecía más delgada, y también más joven, aunque eso era normal, porque en realidad tenía unos cuantos años menos que Brooke. De hecho, aún no había cumplido los veintitrés.

      Por fin se había terminado, todo aquel desagradable asunto de su matrimonio con Brooke. Estaba acabado, finiquitado, se dijo, tratando de no pensar en las semanas que había pasado en Italia con Milly, esos días de despreocupación, su perfume, sus besos, el sonido de su risa y su sonrisa, siempre presta.

      No le haría ningún bien aferrarse al pasado. Su matrimonio con Brooke había sido un desastre de principio a fin, y la verdad era que Milly, al haber consentido en hacerse pasar por ella la había ayudado a engañar a personas inocentes.

      Y estaba claro que no había visto nada de malo en su comportamiento. En otras palabras: la falta de honradez que había caracterizado a su difunta esposa tenía su eco en Milly también. Sin embargo, él podría guiarla por el buen camino. Al fin y al cabo, nadie era perfecto. Y después del infierno de haber vivido con Brooke había descubierto que él tampoco lo era porque le estaba costando mucho volver a confiar en ninguna mujer. De hecho, había necesitado apartarse de Milly para recuperarse del drama de descubrir que durante los últimos meses había estado viviendo con otra mujer y creyendo que era su esposa.

      Recordó cuando Milly había cocinado para él, recordó el placer sin igual que había experimentado con ella en la cama y se encontró apretando los dientes. No había vuelta atrás: por el momento tenía que mantenerse alejado de Milly si no quería que los paparazzi saltaran sobre ella como hienas. Con un poco de suerte pronto perderían el interés en ella, pero si descubrieran quién era y qué lugar ocupaba en su vida, la destrozarían con insinuaciones, le harían un daño tremendo, y no se merecía eso.

      Cuando el entierro hubo terminado, Milly vio a Lorenzo darse media vuelta y alejarse, con los hombros erguidos y la espalda bien recta, y de pronto ya no pudo soportarlo más y la ira se apoderó de ella. ¡Había tantas cosas que no se habían dicho, y ni siquiera tenía su número de teléfono! ¿Qué pecado tan terrible había cometido para que la tratara como si no existiera?

      Además, tenía que decirle lo del bebé. No tenía elección; ¡no iba a llamar a sus abogados para que se lo dijeran! ¡Ni hablar! Tendría que escucharla.

      –¡Lorenzo! –exclamó yendo tras él, con las mejillas encendidas por verse obligada a dejar a un lado su dignidad.

      Lorenzo se paró en seco y se volvió hacia ella.

      –Necesito hablar de algo contigo –le dijo Milly apresuradamente–. ¿Podrías pasarte a verme esta tarde?

      Lorenzo fijó sus ojos negros en los de ella, y la intensidad de su mirada la hizo estremecerse por dentro.

      –Mañana por la noche, si es importante –masculló.

      –Lo es –recalcó Milly–. No te lo pediría si no fuera por una buena razón.

      –Entonces nos vemos sobre las ocho –le contestó él–. ¿Seguro que no es algo de lo que puedan ocuparse mis abogados?

      –No, es demasiado personal –replicó Milly irritada, sonrojándose por tener que hacer esa distinción.

      –De acuerdo; iremos a cenar y hablaremos de ello. Te recojo a las ocho.

      Lorenzo se alejó hacia donde esperaba su chófer, enfadado por la descarga de adrenalina que se había disparado por sus venas ante la perspectiva de volver a ver a Milly al día siguiente. Había pasado semanas intentando mantenerse alejado de ella y ahora había tenido que venir a desbaratar todo su esfuerzo mirándolo con esos tentadores ojos violetas…

      ¿Acaso no iba a ser capaz de salir a cenar con ella y controlarse? ¿De llevarla de vuelta al apartamento y luego marcharse? Pues claro que sí. ¿Y qué diablos sería aquello tan personal de lo que quería que hablaran?, se preguntó apretando la mandíbula. No le gustaba reunirse con alguien sin saber de antemano exactamente a qué iba a enfrentarse.

      Claro que tampoco podía poner pega alguna a su comportamiento desde que se había ido de Madrigal Court. No le había pedido nada ni había acudido a la prensa. Tampoco había intentado ponerse en contacto con él ni había dado muestras de necesitarlo; había hecho exactamente lo que él, supuestamente, había querido que hiciese.

      Sin embargo, a él no le había llevado más de un día darse cuenta de que, aunque había actuado con la convicción de que no tenía elección, de que así debían ser las cosas entre ellos, no era esa la actitud que quería de Milly. ¡Al diablo con los paparazzi!

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