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      Milly asintió nerviosa. Tenía las manos frías y sudosas y el estómago revuelto, pero no iba a dejarle entrever su debilidad a Lorenzo. Aunque estuviese echándola, no iba a comportarse como la pobrecita víctima que no podía valerse sola. Bastante mal lo había pasado ya sintiéndose débil y vulnerable durante el tiempo que había estado ingresada en la clínica.

      Cuando abrió la puerta para salir, apareció Topsy, que corrió hacia ella y apoyó las patas delanteras en sus rodillas para saludarla.

      –También puedes llevarte al perro contigo –murmuró Lorenzo–. Se ha acostumbrado a ti y sería cruel separaros.

      Sin embargo, no le parecía cruel echarla a ella con cajas destempladas de golpe y porrazo, pensó Milly mientras subía las escaleras, esforzándose por contener las náuseas que estaban asaltándola de nuevo. Seguro que no era más que un estúpido virus que debía haber pillado y no la dejaba en paz, pensó de nuevo, cansada, restándole importancia. Tan pronto como se hubiera instalado pediría cita con un médico.

      La ropa que había usado en Italia estaba aún en las maletas, pues todavía no habían deshecho el equipaje, pero cuando estaba empezando a reunir las pocas prendas que no se había llevado al viaje, apareció una criada que le traía unas maletas vacías. Parecía que Lorenzo ya había informado al servicio de que se marchaba, se dijo con pesar, y el estómago se le revolvió de tal modo que tuvo que salir corriendo al cuarto de baño para vomitar.

      Luego se cepilló los dientes y, como si fuera un robot, continuó preparando lo que iba a llevarse. Se quitó los anillos, el reloj con incrustaciones de diamantes y el colgante de zafiro y los dejó sobre la cómoda. No eran suyos. O, al menos, cuando Lorenzo se los había regalado, lo había hecho pensando que era Brooke.

      Intentó convencerse de que, aunque tuviera la sensación que su vida había acabado, solo estaba empezando una nueva fase. Era absurdo que se sintiera dolida por que Lorenzo quisiera que se marchara. Tenía que llorar la muerte de Brooke y aceptar que la mujer por la que había estado velando durante meses mientras estaba en coma era otra persona. Tenía que trazar una línea divisoria entre el presente y los últimos meses, y era lógico que necesitase que se alejase de él para poder hacerlo.

      Las maletas estaban ya en el maletero del coche y Milly estaba sentada en el asiento de atrás, abrazando a Topsy contra sí a modo de consuelo. Lorenzo salió por fin de la casa. Su atractivo rostro estaba desprovisto de emoción, de calidez, y apenas cruzó palabra con ella durante el trayecto a Londres.

      El apartamento al que la llevó era fabuloso. Tenía incluso su propio ascensor privado. Sin embargo, cuando entraron, Milly se quedó parada, mirando con aprensión los prístinos muebles blancos a su alrededor.

      –Hice que lo decoraran así para Brooke –murmuró Lorenzo en un tono tenso–. Le encantó.

      –Es espectacular –respondió ella de mala gana.

      Quería que se fuera ya para no seguir teniendo que poner cara de póquer, pero al mismo tiempo la aterraba que llegara el momento en que se marchase y se encontrara preguntándose cuándo lo volvería a ver.

      –Ahora es tuyo. Puedes hacer los cambios que quieras –le dijo Lorenzo–. Yo lo pagaré –añadió con impaciencia cuando ella lo miró sorprendida–. Además, legalmente este apartamento iba a ser tuyo de todos modos.

      Milly frunció el ceño.

      –¿Mío? ¿Cómo?

      –Lo puse a nombre de Brooke antes del accidente, y según mis abogados lo más probable es que todo su patrimonio acabe pasando a ti cuando yo lo rechace. No quiero nada de lo que pertenecía a Brooke –le confesó Lorenzo en un tono quedo–. Naturalmente llevará semanas, si no meses, solucionar todo el embrollo legal por el error en la identificación del cadáver y liberar su fondo fiduciario, pero entretanto me aseguraré de que no tengas que preocuparte por nada. Tengo contratado un servicio de limpieza con una agencia, y también se encargan de hacer la compra; deberías encontrar llena la nevera.

      –No quiero tu dinero –susurró ella.

      Sin embargo, nada más pronunciar esas palabras se sintió ridícula porque estaba en un apartamento que él había comprado y la ropa que llevaba la había pagado con una tarjeta que él le había dado. Y el saber que había consultado a sus abogados acerca de su situación antes incluso de que se hubiera ido de su casa le había helado el corazón.

      –Aun así, no voy a dejarte en la indigencia. Sería imperdonable –masculló Lorenzo con fiereza–. No has hecho nada malo; todo esto ha sido fruto de una equivocación cuando os identificaron, una equivocación que ha alterado tu vida tanto como la mía. Es responsabilidad mía asegurarme de que no sufras por ello.

      El problema era que ya estaba sufriendo por ello y no quería oírle decir que seguía considerándola como una responsabilidad, no cuando estaba rechazándola como quien se desprende de unos zapatos viejos.

      Cuando Lorenzo se hubo marchado, se quedó un buen rato sentada en el sofá del salón con Topsy en su regazo. Ahora tenía una nueva vida que planificar, se dijo. No quería volver a trabajar de camarera. Vivir la vida de Brooke durante ese tiempo la había hecho más ambiciosa, igual que el largo periodo de rehabilitación después del accidente la había hecho más fuerte. Buscaría otros empleos y averiguaría si podría empezar, aunque fuera, en periodo de formación.

      El haber perdido a su hermana para siempre, y ahora también –en otro sentido– a Lorenzo, hacía que se sintiera como si se hubiese abierto un inmenso agujero negro en su pecho, pero no podía dejarse arrastrar por ese pesar o acabaría hundiéndose.

      EL MES siguiente se le hizo espantosamente lento a Milly. Lorenzo no se había puesto en contacto con ella para nada, pero había recibido más de una visita de sus abogados para que firmara declaraciones juradas y otros documentos, además de para persuadirla de que consintiera en hacerse una prueba de ADN. La mantenían informada de su situación jurídica y de cuáles serían los siguientes pasos. Y, tal y como ocurre con todos los asuntos legales, las cosas avanzaban despacio, pero finalmente llegó el día del funeral de Brooke.

      Al saltar la noticia de la muerte de Brooke y del error en la identificación de ambas tras el accidente se había desatado una tormenta mediática, pero apenas había durado, por una parte porque la gente se había olvidado ya de Brooke, y por otra porque ella se había negado a hablar con los medios para contar su historia y no habían encontrado ninguna información «jugosa» sobre ella.

      Durante todo ese mes había llevado una vida muy discreta, dando largos paseos con Topsy e intentando mantenerse ocupada para no pensar en el tiempo que había pasado junto a Lorenzo. No tenía sentido revivir constantemente una relación que para empezar jamás debería haber tenido lugar, se decía a sí misma con severidad. El corazón de Lorenzo no le pertenecía; nunca le había pertenecido y jamás le pertenecería.

      Y aun así, en medio de todo ese dolor, llegó un día en que ya no podía obviar la complicación que había surgido: estaba embarazada de Lorenzo. Aquel descubrimiento la había llenado de dicha, pero también de preocupación porque tenía la sensación de que sería la única a la que alegraría ese embarazo. Había ignorado los síntomas demasiado tiempo, pensando que sería solo un virus, y para cuando había ido a un médico para confirmar sus sospechas, era porque ya se había hecho un test de embarazo en casa y había aceptado que era más que probable que el resultado no hubiese sido un falso positivo.

      Además, tampoco era ninguna sorpresa que se hubiese quedado embarazada, se dijo con pesar. Lorenzo y ella habían hecho el amor un sinfín de veces y no habían tomado precaución alguna porque él, creyendo que era Brooke, le había dicho que no tenía que preocuparse porque tenía un DIU.

      Estaba segura de que cuando le dijese que estaba embarazada no le caería nada bien, pero antes o después tendría que hacerlo. Tenía derecho a saberlo, aunque ella no fuese la mujer que habría elegido para ser la madre de su hijo.

      Cuando

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