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asunto de la ropa, no se sentía preparada para volver a convertirse en un icono de la moda. No se imaginaba llevando un vestido de encaje con transparencias ni vaqueros que dejaban al descubierto las nalgas.

      Sin embargo, aquello también suponía un obstáculo más en su camino: Lorenzo se había casado con aquella Brooke atrevida que había vestido siempre a la última, una mujer desinhibida que no sentía pudor y sabía resaltar su atractivo físico. ¿Y si ese hubiera sido el denominador común de su matrimonio? ¿Y si Lorenzo y ella habían sido como los polos opuestos que se atraen, él reservado y ella atrevida? ¿Podría ser esa la razón por la que ahora Lorenzo se mostraba tan distante con ella, porque ella ya no lo atraía con su manera de vestir sensual y su carácter provocador? Si fuera así, no le quedaría más remedio que interpretar ese papel.

      Pero… ¿qué sabía ella de cómo ser sexy?, se preguntó con desánimo. Y, sin embargo, ¿cómo no iba a saber cómo serlo cuando antes del accidente se había vestido de ese modo tan atrevido?

      Pensó en el beso que Lorenzo le había dado y en su vientre afloró una ola de calor. Quizá el deseo la desinhibiera. Tal vez si hicieran el amor le saldría de forma natural. Pero… ¿y si no fuera así? ¿Y si la amnesia la había afectado también en lo relativo al sexo? ¿Y si al meterse en la cama con él se quedaba paralizada? ¿Qué pensaría Lorenzo?

      ¿Y por qué estaba pensando esas cosas, se preguntó, cuando hasta la fecha lo más que había conseguido de él había sido un beso? Quizá había sido siempre ella la que daba el primer paso, la que se mostraba sugerente y tentadora, pensó nerviosa. Si así fuera, no le quedaba otra que lanzarse…

      ME GUSTARÍA conocer algunos detalles sobre el accidente –le pidió Brooke a Lorenzo durante la cena, dos semanas después.

      –No creo que sea buena idea –respondió él.

      Por primera vez, a Brooke le entraron ganas de darle un guantazo a su marido por seguir tratándola como a una niña a la que tenía que evitar el más mínimo malestar.

      –No estoy de acuerdo. De lo poco que me has dicho es que yo no iba al volante. ¿Quién conducía?

      –Uno de mis chóferes. Desgraciadamente murió en el accidente –le explicó Lorenzo–. Se llamaba Paul Jennings.

      Brooke palideció.

      –¡Qué horror! Debería ir a ver a su familia para darles el pésame. ¿Me darás su dirección?

      –No tienes por qué hacerlo. No estaba casado ni tenía hijos; vivía con su madre, una mujer anciana. Ya le he dado el pésame yo en nombre de ambos, y me he asegurado de que, durante el tiempo que le quede de vida, estará bien atendida y no le faltará de nada –le aseguró Lorenzo.

      –Aun así creo que lo menos que puedo hacer es visitarla para darle el pésame en persona –respondió Brooke con firmeza.

      Lorenzo casi puso los ojos en blanco ante aquel inesperado despliegue de preocupación por parte de Brooke. Apretó los labios. Cada vez que la miraba lo irritaba lo hermosa que era, lo… tentadora que era. Como en ese momento, sentada frente a él, con el cabello ensortijado enmarcándole el rostro. Aun sin maquillaje seguía estando guapísima. Y hasta se había puesto unos vaqueros normales y corrientes y unos zapatos planos. Estaba casi irreconocible, pero no iba a dejarse embaucar por esa transformación porque estaba seguro de que no duraría, de que era imposible que durase. Era inevitable que, cuando recobrase la memoria, volvieran a resurgir su carácter obstinado y su sed insaciable de cosas caras, amantes y exposición mediática. Y él, desde luego, se alegraría cuando ocurriera, porque al fin podría poner punto final a su matrimonio y alejarse de ella.

      –¿Quieres que te cuente todos los detalles del accidente? –le preguntó–. ¿Aunque puedan alterarte?

      Lo cierto era que ocultándole cosas tampoco la ayudaba a adaptarse en su regreso al mundo de los vivos.

      Brooke, algo preocupada por esos detalles que no le había contado, asintió con vehemencia.

      –Sí.

      –Está bien. Iba otra mujer contigo en la limusina, y también murió –le dijo Lorenzo–. La policía no sabe por qué estaba contigo y, aunque indagué un poco acerca de ella antes del entierro, no encontré ninguna información que pudiera explicar qué hacía contigo ese día.

      Brooke frunció el ceño.

      –Sí que es raro… ¿Y quién era?

      –Era camarera en una cafetería de Londres, aunque dejó su empleo ese mismo día, mencionando que le había surgido una emergencia familiar. Sin embargo, por lo que he podido averiguar sobre ella, ni siquiera tenía familia –le explicó Lorenzo, encogiéndose de hombros–. Supongo que jamás sabremos por qué te acompañaba ese día, a menos que recuperes la memoria.

      Aquel asunto de la mujer misteriosa inquietó a Brooke igual que el descubrir que en su habitación no había demasiados objetos personales. Había hojeado una docena de álbumes con recortes de revistas con escandalosos titulares y fotos de ella en distintos clubes nocturnos con otros hombres, pero no había encontrado ni una sola fotografía de sus padres o de su infancia y adolescencia. Era como si hubiera vivido su vida exclusivamente a través de los medios y nada más le hubiese importado, y eso la entristecía, porque su anterior vida le parecía ahora superficial y vacía.

      Y si su estilo de vida la inquietaba, tampoco podía decirse que su matrimonio gozase precisamente de buena salud, pensó con pesadumbre. Excepto a la hora de la cena, apenas veía a Lorenzo, y cuando había hecho el esfuerzo de levantarse temprano para desayunar con él no parecía haber apreciado su compañía y no había levantado la vista del Financial Times, el único periódico que entraba en la casa.

      Resultaba irónico que hubiera pasado más tiempo con él estando en la clínica que ahora que estaba de vuelta en casa. Lorenzo se mostraba educado y agradable con ella, pero era casi como si para él no existiera.

      Claro que todo en su relación era bastante extraño. Por ejemplo, ¿por qué Lorenzo no dormía con ella? ¿Habría hecho algo antes del accidente que lo hubiera molestado? ¿Sería que algo iba mal en su matrimonio? Había intentado ignorar los signos de que había problemas en su relación, pero tras dos semanas allí, con Lorenzo tratándola como a una invitada en vez de como a su esposa, no podía seguir desdeñando las sospechas que tanto la preocupaban.

      –¿Por qué no me llevas nunca contigo a ninguna parte? –le preguntó, sorprendiéndose a sí misma. Nunca se había atrevido a ser tan directa con él.

      Lorenzo levantó la vista del plato, y cuando fijó sus ojos entornados en ella el corazón le latió con fuerza y sintió un cosquilleo en el estómago.

      –Siempre hemos llevado vidas sociales separadas –le explicó Lorenzo–. Además, por desgracia, si nos vieran juntos en público los paparazzi no nos dejarían en paz. Recuerda que eres la popular influencer que ha salido de un largo coma; hay mucha gente que siente curiosidad. Y, a diferencia de ti, a mí nunca me ha gustado que los medios hablen de mi vida privada.

      Oírle decir aquellas cosas hizo a Brooke sentirse fatal.

      –¿Quieres decir… que crees que si nos vieran juntos en público, saldríamos en las revistas?

      –No es que lo crea, es que es lo que pasaría –respondió Lorenzo. Exhaló un suspiro y se echó hacia atrás en su asiento, increíblemente guapo, y tan calmado que la enfurecía–. Desde el día en que te traje a casa ha habido paparazzi apostados frente a la verja. Si hubieras salido de compras los habrías visto. Supongo que ahora mismo no te apetece convertirte en el centro de atención de los medios, ¿no?

      –No –asintió ella.

      –Ya, pero antes era lo que buscabas, la atención mediática –le recordó Lorenzo–, y los paparazzi no se darán por vencidos tan fácilmente.

      Tras asestarle ese golpe descorazonador Lorenzo se

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