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lo que había querido decir.

      –¿Muy pronto para qué? ¿Quieres decir que ha pasado poco tiempo desde que murió Ivy?

      –Sí.

      –¿Me estás diciendo que podrías casarte conmigo más adelante?

      Levantó los ojos. Jason vio que estaba a punto de responder de forma afirmativa. Pero algo se lo impedía.

      –Dentro de un mes –le respondió–. Pídemelo dentro de un mes.

       Jason se sentó sobre sus talones y suspiró. Tampoco era tanto tiempo. Pero le dejaba preocupado. No creía que aquel período de espera tuviera nada que ver con la muerte de Ivy. Era por Ratchitt. Seguro que esperaba que volviera.

      La posibilidad de que aquel desgraciado volviera era mínima, pensó Jason. Pero, por mínima que fuera, le ponía enfermo. Sólo imaginarse a Emma otra vez en sus brazos, le revolvía el estómago.

      Se sentía celoso. Lo extraño era que él nunca había sentido celos. Emma evocaba unos sentimientos extraños en él. Además de celoso se sentía protector.

      Pero la mayoría de los hombres se sentiría protector con una chica como Emma. Era tan frágil, tan dulce. Alguien tenía que protegerla de tipos como Ratchitt. No tenía experiencia para saber a qué tipo de persona se estaba enfrentando.

      –Está bien, Emma –replicó Jason–. Un mes. Pero eso no quiere decir que no te pueda ver hasta dentro de un mes, ¿no? Me gustaría salir contigo de vez en cuando, para así conocernos.

      –Pero todo el mundo pensaría que… que…

      –Que estás saliendo con el doctor Steel –terminó por ella–. ¿Y qué hay de malo en ello? Eres una chica soltera. Yo también estoy soltero. La gente soltera queda para salir, Emma. Eso no es nada malo.

      –No conoces a las damas de Tindley.

      –Las estoy empezando a conocer. ¿Qué te parece si quedamos mañana a cenar? Es viernes y yo siempre salgo los viernes. Nos podemos ir a la costa, si no quieres que te vean conmigo en Tindley.

      Emma parpadeó y lo miró.

      –¿Y después vas a pedirme que me acueste contigo?

      Jason casi no pudo evitar mostrar en su mirada el sentimiento de culpabilidad. Porque no tenía pensado seducirla esa noche. Era algo que había pensado hacer después de algún tiempo.

      –No –le respondió, con lo que él esperaba que fuera un tono convincente–. Te prometo que no.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Por qué no? –le preguntó–. Me has dicho que me encuentras bonita y deseable. Me has pedido que me case contigo. Supongo que me deseas, aunque sólo sea un poquito.

      –Claro que sí, más que un poquito, Emma –se puso en pie y se alisó el pelo con las manos. No se había preparado para una pregunta como aquella. ¿Estaba pidiéndole que la sedujera, o no?

      –No te preocupes, Jason –le dijo en tono tranquilo–. Me he criado en un pueblo, no en un convento. Sé lo que los hombres piensan y quieren con respecto al sexo. Sé que no has salido con nadie desde que has venido a Tindley. Lo que no quiero es darte falsas esperanzas si salgo contigo a cenar. Eres un hombre muy atractivo y con experiencia. Estoy segura de que sabes cómo conquistar a una chica. Pero no pienso acostarme contigo. Y menos antes de casarme.

      Jason se quedó mirándola a los ojos. Aquel era un lado de Emma que nunca había visto. Tenía una actitud decidida y desafiante en su mirada.

      Llegó a sentir admiración por ella, hasta que se acordó de Ratchitt. Estaba seguro de que no le había dado el mismo ultimátum a aquel tipejo.

      O a lo mejor sí. ¿Sería eso lo que ocurrió entre ellos? ¿Le habría dicho que no quería acostarse con él hasta no casarse? ¿Le habría dado el anillo sólo para acostarse con ella?

      –¿Retiras entonces la invitación de salir a cenar mañana?

      –No –le respondió él–. Pero me gustaría que me respondieras a una pregunta.

      –¿Qué pregunta?

      –¿Eres virgen?

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