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la puerta del horno–. Idos los dos al comedor.

      Karim y Luke obedecieron enseguida.

      Luke fue el primero en probar la comida.

      –Lily, esto es maravilloso. Si alguna vez decides que te aburre ser una princesa, puedes venir a mi casa y convertirte en mi ama de llaves.

      –Te aseguro que no se aburrirá –le informó Karim–. Encuéntrate tu propia princesa.

      –Yo no soy un príncipe –repuso Luke–. Ni necesito princesa.

      Lo único que él quería era una buena asistente para su trabajo, un ama de llaves a tiempo parcial y un montón de novias que quisieran divertirse y que aceptaran el hecho de que él no estaba buscando nada permanente.

      Aparte del problema de su asistente, que esperaba solucionar con la persona que Lily le había recomendado, así era su vida en aquel momento. Y le gustaba.

      Capítulo Uno

      Sara comprobó la dirección en su agenda. Sí, allí era. Se trataba de un antiguo almacén transformado en un bloque de uso residencial, con oficinas y tiendas. La planta baja estaba ocupada por cafeterías y tiendas de bisutería. Suponía que el primero y el segundo piso eran oficinas y que el resto del bloque serían viviendas. Las habitaciones de uno de los laterales del edificio tendrían unas maravillosas vistas del Támesis.

      «Seguramente se necesita una pequeña fortuna para poder permitirse uno de esos pisos». Ella no se quejaba del dormitorio que su hermano mayor le había cedido en su apartamento. El hecho de que no tuviera una vivienda propia no significaba que fuera una fracasada. Tenía una familia que la quería tanto como ella a ellos, una gran vida social y un trabajo que le gustaba. No necesitaba nada más.

      Subió al primer piso, donde una recepcionista estaba sentada tras un mostrador de madera.

      –¿Puedo ayudarla?

      –Tengo una cita con Luke Holloway. Mi nombre es Sara Fleet.

      –Al final del pasillo, la última puerta a la derecha –respondió la recepcionista con una sonrisa.

      La última puerta a la derecha estaba cerrada. Llamó y esperó.

      –Entre –dijo una voz, que sonaba algo agobiada.

      Sara se había imaginado a Luke Holloway como un hombre de traje impecable y zapatos hechos a medida. Sin embargo, el que vio estaba hablando por teléfono con los pies sobre el escritorio y tenía más bien el aspecto de ser una estrella de rock. Llevaba un jersey y pantalones negros y tenía el cabello corto y oscuro, peinado con uno de esos estilos que le daban el aspecto de acabar de levantarse de la cama. Eso, junto a unos ojos azules y la boca más sensual que ella hubiera visto nunca, era suficiente para poner a la libido de Sara en estado de alerta.

      A pesar de todo, sabía muy bien que no debía mezclar los negocios con el placer. Después de todo, aquel hombre era su cliente. Bueno, un posible cliente.

      Él colocó la mano sobre el recibidor y dijo:

      –¿Es usted Sara?

      Ella asintió.

      –Estupendo. Yo soy Luke. Lo siento mucho. Estaré con usted dentro de un par de minutos. Siéntese.

      Sara se sentó y miró a su alrededor. Había dos escritorios en la sala, que contaban con ordenadores de última generación, y un montón de archivadores. Desde la ventana, se divisaba una increíble vista del río.

      –Está bien. Soy todo suyo –dijo él, unos instantes después.

      Estas últimas tres palabras pusieron en la cabeza de Sara unos pensamientos muy poco profesionales. Se imaginó a Luke Holloway desnudo sobre unas sábanas de algodón... Apartó la idea de su pensamiento y esperó que no se hubiera sonrojado. ¿Qué demonios le ocurría? Nunca antes había fantaseado sobre sus clientes. Ni siquiera sobre los guapos.

      No obstante, Luke Holloway era más que guapo. Era el hombre más atractivo que ella hubiera visto nunca. La clase de hombre cuya sonrisa podía ponerle alas al corazón de una mujer.

      –¿Le apetece un café? –le preguntó él.

      –Sí, gracias.

      –¿Lo toma con leche, azúcar...? –quiso saber él tras abrir una puerta, que dejaba al descubierto una pequeña cocina.

      –Sólo leche, por favor.

      Luke Holloway añadió leche a una taza y azúcar a la otra y luego sacó una lata de un armario.

      –Sírvase usted misma. Son mi único vicio. Bueno, casi.

      Galletas de chocolate. Sara notó el brillo que se le reflejó en los ojos y se imaginó sin poder evitarlo el otro. De repente, se le secó la boca y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para centrarse de nuevo en su trabajo. Luke Holloway necesitaba a alguien que lo sacara de un apuro, no a una amante. Además, ella tampoco estaba buscando pareja. Le gustaba su vida tal y como era. Feliz y soltera. Sin complicaciones.

      –Bien, ¿qué le hace pensar que yo podría ayudarle? –le preguntó.

      –Viene usted muy recomendada. Lily me advirtió que podría usted estar ocupada.

      –Suelo estarlo. Había pensado en tomarme el verano libre para poder viajar un poco. Pasarme un mes en Italia o Grecia.

      –¿Buena comida, buen tiempo y playas de fina arena?

      –Ruinas, más bien –le corrigió ella. Asociaba las playas con el aburrimiento. Le gustaba explorar–. Es una de las ventajas de trabajar para una misma. Puedo elegir cuándo quiero tomarme unas vacaciones.

      Luke le entregó su café y volvió a la zona del despacho para sentarse de nuevo a su escritorio.

      –Vaya. A la mayoría de los que tienen su propio negocio hay que convencerlos para que se tomen tiempo libre.

      –Es importante hacerlo. Si no se llena el depósito, uno acaba quemado y ya no le sirve de nada a nadie. El aprovechamiento correcto del tiempo ayuda mucho.

      Luke no pareció convencido, pero, al menos, no trató de discutir con ella. Menos mal. Después de Hugh, Sara había terminado harta de los hombres adictos al trabajo. En realidad, había terminado harta de los hombres. Mantenía relaciones superficiales sin dejar opción alguna al compromiso.

      –Mi despacho no suele estar tan desorganizado –dijo.

      –¿Desorganizado? –repitió ella. Todo estaba impoluto.

      –Como le dije por teléfono, mi asistente personal está embarazada y está de baja. He tenido algunas empleadas temporales, pero, Di, mi asistente, no ha podido prepararlas adecuadamente ni yo he estado aquí lo suficiente para hacerlo yo mismo. La empleada temporal que esperaba hoy ni siquiera se ha molestado en aparecer. Estaba hablando con la agencia cuando se ha presentado usted.

      –¿Me está usted diciendo que da tanto miedo que las empleadas temporales tienen su nombre en una lista negra y se niegan a venir a trabajar para usted? –bromeó ella.

      –No doy ningún miedo. Simplemente espero un volumen de trabajo justo por una paga diaria también justa. Además, si no se pueden hacer cosas básicas como contestar el teléfono cortésmente o anotar un mensaje, no se debería aceptar un empleo como asistente personal. Necesito a alguien que repase todos los archivos y ponga mi despacho en el orden al que estoy acostumbrado y que lo mantenga funcionando hasta que Di decida si quiere regresar después de haber tenido a su hijo.

      –Lo primero lo puedo hacer sin problemas, pero yo sólo realizo trabajos durante un corto espacio de tiempo. Creo que una baja por maternidad es un periodo demasiado largo para mí.

      –Comprendido.

      –¿El volumen de documentos sin archivar adecuadamente es muy grande? Porque, a menos que me esté volviendo loca, yo no veo ningún papel fuera de su

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