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lo conseguiría. Encontraría el lugar adecuado, preferiblemente un establecimiento algo menos cochambroso que el que acababan de visitar y lo transformaría en un hotel espectacular.

      Se decidió por el brie al horno con arándanos de primer plato y el bacalao servido con risotto al laurel y con parmesano.

      –Veo que te gusta comer –comentó él.

      –Por supuesto. Prefiero disfrutar con la comida que tomar sólo una hoja de lechuga para estar delgada pero deprimida por lo que me estoy perdiendo.

      Entonces, recordó la clase de mujeres con las que Luke solía salir.

      –Lo siento... no me refería a la clase de mujeres con las que te gusta estar.

      Luke se echó a reír.

      –Lo sé. Te aseguro que resulta más fácil disfrutar de una cena con alguien a quien le interesa lo que come que con alguien a quien sólo le preocupa contar las calorías.

      Luke se decantó por las gambas a la plancha con limón, seguidas de un filete con ensalada y patatas asadas.

      –De postre me encantaría tomar la bandeja de fruta con chocolate, pero es demasiado grande para mí –comentó Sara.

      –Bien. Podemos compartirlo. Ahora, el vino. Pediremos blanco dado que tú vas a tomar pescado. ¿Te parece bien un Chablis?

      –Sí, pero tú vas a tomar carne.

      –Que también va perfectamente bien con el vino blanco. No tiene por qué ser tinto... Creo que podríamos tomar un Chablis, un Margaux o un Nuit St. Georges...

      –Y tú me gastabas bromas a mí por ser elegante.

      –¿Quién dice que a un muchacho de barrio no le puede gustar el buen vino? Si cenamos a las siete, podremos ver la puesta de sol. Llamaré para pedir la cena y, mientras tanto, podemos deshacer la maleta y tomar una taza de café en el balcón.

      No tardaron mucho en deshacer la maleta. Estar sentada en el balcón contemplando la puesta de sol resultaba tremendamente relajante. Incluso Luke parecía haber perdido la mirada vigilante a la que estaba tan acostumbrada. De hecho, estaba más guapo que nunca...

      Decidió que debía refrenar su libido. Ciertamente, él no se le había vuelto a insinuar. De hecho, cuando le dio su taza de café, los dedos de él rozaron los suyos y no realizó señal alguna de apreciación. No hubo chispa.

      De hecho, no sabía que era lo que había entre ellos en aquellos momentos. Si eran compañeros de trabajo o amantes. Tenía un aspecto tranquilo. Reposado. Sara decidió que no iba a arriesgarse a estropear aquel momento preguntándole nada.

      A los pocos minutos, llegaron tres camareros para llevarles el servicio de habitaciones. La presentación y el servicio resultaron impecables. La calidad de la comida no se quedó atrás.

      –Esto está delicioso –dijo ella, tras probar el brie–. Pruébalo.

      Luke la miró un instante, pero permitió que ella le diera un trozo con un tenedor.

      –Es cierto. Muy bueno. Ahora prueba esto.

      El hecho de abrir la boca para que él le depositara una gamba entre los labios tenía un carácter decididamente sensual.

      –Delicioso... –susurró. Y no se refería solamente a la comida.

      Los platos principales no se quedaron atrás. Por fin, la camarera les sirvió el postre. Había un bol de chocolate derretido, acompañado de trozos de papaya, piña, fresas y de trozos de pasteles de la zona.

      Sara pinchó un trozo de pastel de jengibre y lo mojó en el chocolate. Estaba a punto de llevárselo a la oca cuando Luke se inclinó hacia delante y se lo arrebató.

      –¡Eh! ¡Era mío! –protestó ella.

      –Hay que compartir –dijo. Entonces, mojó otro trozo en el chocolate y se lo ofreció a ella–. Abre bien la boca.

      A Sara le gustaba aquel juego y, por el tamaño de las pupilas de Luke, deducía que a él también. Se olvidaron de la puesta de sol. Sara sólo se podía concentrar en Luke.

      –Tienes la comisura de la boca manchada de chocolate –dijo él cuando terminaron. Entonces, se inclinó sobre ella y se lo lamió.

      Sara no estaba segura de quién se movió primero, si Luke o ella. Sin embargo, sin que se diera cuenta, se encontró sentada sobre el regazo de él. Ambos se besaban apasionadamente.

      –Creo que sería mejor que volviéramos dentro. Alguien podría ver algo que no debiera –dijo él–. Menos mal que les dije a los del servicio de habitaciones que dejaríamos el carrito fuera cuando termináramos –añadió, antes de robarle otro beso–. No quiero que se me moleste el resto de la noche.

      Se puso en pie y la levantó a ella en brazos al mismo tiempo. Se dirigió al dormitorio. Allí, la colocó suavemente sobre la cama.

      –Espérame. Dos minutos...

      Regresó al salón para sacar el carrito de la cena al pasillo. Cuando volvió al dormitorio, echó las cortinas y encendió la luz de la mesilla de noche.

      –Sara...

      Ella se levantó y se dirigió a él. Igualó cada beso, cada caricia que él le dio.

      –Yo también lo necesito...

      Comenzó a desabrocharle la camisa. Al terminar, se la quitó y exploró ávidamente el musculoso torso y los anchos hombros. Estaba dispuesta a disfrutar cada instante.

      –Vaya con la tableta de chocolate –dijo, deslizándole la mano por el abdomen–. ¿Y esto es por el kick boxing?

      –Supongo...

      –Bien.

      Le desabrochó los pantalones y le bajó la cremallera muy lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos.

      –Ahora, quítate los zapatos.

      –¿Ya empiezas con las órdenes? –replicó él, pero se los quitó de todos modos.

      –Y ahora...

      Sara estaba a punto de bajarle los pantalones cuando él le agarró las muñecas.

      –Ahora me toca a mí. Levanta los brazos.

      Sara dejó que le sacara la camisola por la cabeza. Entonces, le desabrochó los pantalones y se los bajó. Como ella ya se había quitado los zapatos hacía tiempo, sólo tuvo que mover los pies para sacárselos.

      –Ya sabía yo que llevarías la ropa interior a juego... Ayer, te imaginé sólo con los zapatos de ante verde que llevabas puesto, la ropa interior del mismo color y un hilo de perlas negras...

      –¿Has estado fantaseando sobre mí en ropa interior? –le preguntó. La idea despertó aún más su deseo.

      –Sí, y también quitándotela.

      –Demuéstrame cómo.

      En primer lugar, Luke le soltó el cabello. A continuación, le deslizó los tirantes del sujetador por los hombros.

      –Tienes unos hombros preciosos –susurró, mientras se los besaba–. Y tu piel es tan suave... –añadió, antes de mordisquearle suavemente el cuello. Sara se echó a temblar de la cabeza a los pies.

      Después, Luke le soltó el broche lentamente, con una mano. Mientras la prenda caía al suelo, dejó que los senos le llenaran las manos.

      –Eres muy bella, Sara...

      Se inclinó sobre ella y comenzó a besarle de nuevo los hombros. Le lamió la clavícula y terminó depositándole delicados besos entre los senos. De repente, se arrodilló ante ella y se metió un pezón en la boca. Sara sintió que las rodillas se le doblaban. Tuvo que agarrarse a él para no caerse.

      –Sigue así...

      Entonces,

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