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pelea de enamorados.

      –No te creerán.

      –Puedo resultar muy convincente…

      Caitlyn lo observó llena de frustración. Lo estuvo observando durante unos instantes, tratando de encontrar una salida. Evidentemente, no la halló.

      –Está bien –dijo por fin–. De todos modos, seguramente se pondrían de tu lado y terminarían echándome a mí de mi propia habitación…

      –Bueno, yo jamás dejaría que ocurriera algo así. Jamás consentiría que mi esposa sufriera un trato así.

      Caitlyn lanzó un bufido y se sopló el ligero flequillo que le caía por la frente.

      –Eres un imbécil…

      –¡Qué bien! Ya estamos con las intimidades…

      –Mira, Jefferson. No sé lo que estás tramando, pero no te va a servir de nada sea lo que sea.

      –¿Qué te ocurre? ¿Acaso tienes miedo de estar a solas conmigo?

      –Eso es ridículo.

      –¿Sí? En ese caso no hay problema en que yo me quede aquí.

      –Está bien. Puedes quedarte hasta que te encuentren una habitación.

      Algo que no ocurriría en un futuro cercano. De eso Jefferson estaba completamente seguro.

      –Pero dormirás en el suelo.

      –Es decir, me tienes miedo. O, mejor dicho, tienes miedo de ti misma cuando estás conmigo.

      –Tu ego es increíble.

      –Gracias.

      –No me puedo creer que esto esté ocurriendo.

      –Venga, Caitlyn –dijo él dirigiéndose al armario, donde ya había colgado las pocas ropas que se había llevado junto a las de Caitlyn–. No queremos empezar nuestras vacaciones con una pelea.

      –¿Qué vas a hacer?

      –Vestirme.

      –¿Aquí?

      –¿Y dónde si no? –preguntó mientras se agarraba la toalla para quitársela. Antes de que lo hiciera, Caitlyn salió disparada en dirección al cuarto de baño.

      –Vístete y márchate. Tengo que prepararme para una cita.

      –¿Una cita?

      Caitlyn se detuvo en la puerta del cuarto de baño y se volvió para lanzarle una sonrisa de satisfacción.

      –Sí, una cita. Simplemente estoy disfrutando de mis vacaciones.

      Cuando ella cerró la puerta, Jefferson arrojó la toalla al suelo con un gesto de enojo. ¿Llevaba allí dos días y ya tenía una cita? Aquello no pintaba nada bien para sus planes de seducción. Entonces decidió que ya había ganado el primer round de aquel combate aunque ella no lo sabía: Caitlyn le había permitido quedarse en su habitación.

      Además, el hecho de que ella tuviera una cita no significaba que iba a disfrutar de la compañía de su donjuán durante mucho tiempo.

      Caitlyn sonreía a Chad mientras él le regalaba otro apasionante relato de su jornada laboral. Estaba prácticamente dormida con los ojos abiertos cuando él le preguntó:

      –¿Te lo puedes creer? Vendí esas acciones con un ocho por ciento de beneficios. Es el margen más estrecho que he tenido nunca en un trato –dijo. Entonces, con un suspiro, se reclinó sobre la silla–. No hay nada más peligroso que el mercado bursátil.

      –Parece fascinante…

      Caitlyn tomó su copa y deseó que estuviera llena. No sabía si estaría bien que llamara al camarero para pedirle otra. No creía que pudiera aguantar mucho más aquella conversación sin caer en coma.

      De repente, recordó las palabras de advertencia de su madre sobre los hombres guapos. «Algunas veces, cariño, Dios quita y Dios otorga. En muchas ocasiones, los rostros hermosos sólo ocultan cabezas vacías».

      Dios, odiaba que su madre tuviera razón.

      –Hola.

      Caitlyn se sobresaltó y, al mirar por encima del hombro, se quedó atónita al sentir lo contenta que se ponía de ver a Jefferson a sus espaldas. Por supuesto, no pensaba consentir que él se diera cuenta de ese detalle. Quería que él creyera que se estaba divirtiendo mucho. Sin él.

      –Hola –respondió Chad mirando a Jefferson con un gesto algo confuso.

      Éste se inclinó sobre Caitlyn y le dio un beso en la mejilla. Ella no se había recuperado del hormigueo que el contacto le produjo sobre la piel cuando vio que él le extendía la mano a Chad y le dedicaba una sonrisa.

      –Caitlyn, cariño –dijo afablemente–, no me habías dicho que alguien más vendría a tomar una copa con nosotros. Siento haber estado al teléfono tanto tiempo, pero ya sabes lo largas que pueden llegar a ser esas llamadas de negocios –añadió mientras se sentaba a su lado y, tras llamar al camarero, le colocaba a ella un brazo por encima de los hombros.

      Caitlyn trató de zafarse inmediatamente, pero él se limitó a apretarla con más fuerza. Chad pareció más confuso que nunca.

      –Bueno, cielo –comentó Jefferson–, ¿quién es tu amigo?

      –Se llama Chad.

      –¿De verdad? ¿Chad?

      –Jefferson… –murmuró Caitlyn.

      –Mira… –dijo Chad, muy nervioso, después de que el camarero apareciera para anotar lo que Jefferson quería tomar y se marchara otra vez–, no sé lo que está pasando aquí, pero Caitlyn y yo habíamos quedado para tomar una copa y…

      –¿Para tomar una copa? –repitió Jefferson, con una carcajada.

      –¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó Chad.

      –Nada. Siempre me resulta muy entretenido que un hombre crea que tiene una cita con mi esposa.

      –¿Con tu esposa? –repitió Chad a su vez, poniéndose de pie y lanzando a Caitlyn una mirada de reprobación.

      –Jefferson… Chad.

      –Pero si no lleva anillo. Te aseguro que no me ha dicho nada de que estuviera casada, tío.

      –Bueno, tuvimos una discusión y seguramente aún está disgustada conmigo. ¿No es así, cariño? –le preguntó, dándole un rápido beso en los labios. Caitlyn se quedó tan asombrada que ni siquiera pudo contestar.

      –No quería tratar de…

      –Lo comprendo, Chad. Mi esposa es una mujer muy hermosa. No me extraña que hayas intentado coquetear con ella, pero ahora, si nos perdonas…

      Chad desapareció tan rápidamente que Caitlyn se sorprendió de no ver chispas saltándole de los pies. Entonces volvió a quedarse a solas con Jefferson.

      –¿Por qué estás haciendo esto?

      –¿Quieres decir por qué te estoy rescatando del aburrimiento? –le preguntó apretándola de nuevo los hombros–. Bueno, porque soy muy humanitario.

      –¿Cómo sabes que estaba aburrida? Chad es un hombre fascinante. Te aseguro que no me perdía ni una sola de sus palabras.

      –Tenías los ojos vidriosos y tu lenguaje corporal indicaba una inconsciencia casi inminente.

      Caitlyn suspiró. Se soltó y tomó su vaso vacío. Se lo mostró a Jefferson y, una vez más, él llamó al camarero. ¿Por qué tenía que fingir? Le estaba muy agradecida de que hubiera llegado como el Séptimo de Caballería.

      –Está bien. Lo admito. Creo que no me he aburrido tanto en toda mi vida.

      –¿Y qué esperabas? Ese tipo

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