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zapatos planos. Unas alpargatas de plataforma nuevas, que todavía nadie había sacado de la caja.

      La guiaron hasta un salón del piso de abajo y salieron a la pequeña terraza que ella había visto desde el balcón, cubierta de una enredadera con flores. Desde allí se veía la piscina exterior.

      El aroma de las flores inundaba el ambiente. El aire era cálido y la tranquilidad ayudó a calmar su mente. Apollo levantó la vista y dejó de mirar a la distancia. Tenía una copa de vino en la mano.

      Se puso en pie y separó una silla para que ella se sentara. Su aroma masculino eclipsó el aroma a flores.

      Ella percibió que había tensión entre ellos. Después de lo que él le había dicho antes, no le extrañaba, pero también sentía otro tipo de tensión más profunda.

      Él se sentó frente a ella y agarró una botella de vino blanco griego.

      –¿Te apetece un vaso?

      Sasha no estaba segura. ¿Le gustaba el vino? ¿Quizá la ayudaría a relajarse?

      –Un poco, por favor –contestó.

      Cuando él le sirvió el vino, ella bebió un sorbo y le gustó. Rhea, el ama de llaves, apareció con los aperitivos. Apollo empujó uno de los platos hacia Sasha.

      –Esto es tzatziki con menta, y lo otro es hummus.

      Ella untó un poco de cada salsa en pan y lo saboreó.

      –Tienes una casa preciosa –comentó ella. No le parecía su casa, aunque hubiera estado viviendo allí unos meses–. Debes ser un hombre exitoso.

      Apollo bebió un sorbo de vino.

      –Podría decirse que sí.

      Sasha tenía la sensación de que él se estaba mofando de ella. Antes de que pudiera responder, Rhea apareció de nuevo para recoger los platos del aperitivo y Kara sirvió los platos principales. Pechugas de pollo con ensalada y patatas de guarnición. Sasha se sonrojó cuando oyó que le rugía el estómago. Dio un bocado y se contuvo para no gemir al probar el pollo al limón. Le parecía que había pasado un año desde que había probado algo tan sabroso.

      Cuando se terminó el plato miró a Apollo y vio que él la estaba mirando.

      –¿Qué? –preguntó ella, y se limpió con la servilleta.

      –Al parecer has descubierto que tenías hambre –contestó él.

      Rhea apareció de nuevo y recogió los platos. Sasha comentó:

      –Estaba delicioso, gracias.

      Rhea se detuvo y, antes de marcharse, la miró como si fuera un monstruo de dos cabezas. Sasha no quería preguntar, pero sentía que no le quedaba más elección.

      –¿A qué te referías con lo de la comida y por qué ella me ha mirado así? Y Kara también… como si tuvieran miedo de mí.

      –Porque probablemente lo tengan. Tú no las trataste con mucho respeto. Y, antes, probabas todas las comidas que te servían como si estuvieran envenenadas.

      Sasha notaba que comenzaba a dolerle la cabeza.

      –¿De veras no te crees que tengo amnesia?

      Apollo la miró inexpresivo.

      –Digamos que tu comportamiento en el pasado no me hace confiar en tu capacidad para decir la verdad.

      «¿Qué ha pasado?».

      Sasha no se atrevió a hacer la pregunta porque no estaba segura de estar preparada para oír la respuesta. Y especialmente si lo que él le había contado era verdad. Apollo la miraba con esa expresión de desdén que empezaba a resultar dolorosa y demasiado familiar.

      –Prometo que no estoy mintiendo. Ojalá pudiera aclarar mi mente, pero no puedo. Créeme, no hay nada más aterrador que no saber nada de uno mismo, de tu pasado o de tu futuro. Solo me queda confiar en que eres mi marido y en que vivo aquí contigo, cuando lo que siento es que no he estado aquí jamás. No sé lo que hice, pero a juzgar por la actitud que tenéis Rhea, Kara y tú hacia mí, no debió ser nada bueno. ¿Y cómo puedo disculparme por algo que ni siquiera recuerdo haber hecho?

      Sorprendida por la presión que sentía en el pecho a causa de la emoción, Sasha se puso en pie y se acercó al borde de la terraza, cruzándose de brazos. Horrorizada notó que las lágrimas afloraban a sus ojos y pestañeó con fuerza para contenerlas.

      Apollo estaba muy tenso y tuvo que obligarse a respirar hondo para relajarse. Miró a Sasha y vio que estaba tensa. Tenía la tez muy pálida y su cabello rojizo brillaba bajo la luz de la puesta de sol como si fuera una llama contra el blanco de su blusa.

      Parecía muy disgustada. Agitada. Apollo no confiaba en ella, pero por algún motivo ella insistía en aquella locura. Quizá intentaba ganar tiempo para encontrar la manera de convencerlo para que permaneciera casado con ella.

      Durante los tres meses anteriores ella había empleado todos los trucos para intentar llevárselo a la cama, pero había sido sencillo no desearla. Sin embargo, él no estaba seguro de si podría resistirse a ella en esos momentos y, si ella se enteraba…

      Él se puso en pie y notó que ella se ponía todavía más tensa. Se acercó a su lado y ella no lo miró. Tenía los labios fruncidos y apretaba los dientes. Él se fijó en que tenía húmedas las pestañas. ¿Había estado llorando? Para su sorpresa, en lugar de sentirse disgustado, Apollo sintió cargo de conciencia.

      Durante todo el tiempo que lo había estado engañando, no había llorado de verdad ni una sola vez. Cuando tres meses antes ella había aparecido en el despacho que Apollo tenía en Londres, parecía que estaba a punto de llorar, pero no lo hizo.

      «A lo mejor está diciendo la verdad».

      Sería idiota si confiara en ella después de todo lo que había sucedido, pero ya sabía quién era ella, así que, ya no podría sorprenderlo otra vez.

      –Mira –dijo él, volviéndose para mirarla–. Has tenido una experiencia terrible y necesitas recuperarte. Podemos hablar acerca de si te creo o no cuando estés más fuerte.

      Durante la siguiente semana, Sasha recordó las palabras de Apollo como en una nebulosa. Todavía estaba lo bastante magullada como para no discutir cuando Kara o Rhea insistieron en llevarle la comida a su cuarto, o cuando aparecieron para taparle las piernas con una mantita mientras ella estaba sentada en la terraza al anochecer, a pesar de la cálida temperatura que había en Grecia.

      Sasha se fijó en que a medida que pasaban los días, las mujeres estaban más amables con ella. Aunque todavía las pillaba mirándola con suspicacia y cuchicheando cuando pensaban que ella no estaba mirando.

      A Apollo no lo había visto. Solía irse a trabajar al amanecer y ella solía despertarse cuando oía alejarse el potente motor de su coche. Y antes de que él regresara, ella ya estaba dormida.

      De hecho, si no fuera porque oía el motor todas las mañanas, habría pensado que él no regresaba a casa para nada. Un hombre como él debía tener otras propiedades. ¿Un apartamento en Atenas?

      ¿Una amante?

      La idea provocó que se le formara un nudo en la garganta. Era viernes por la noche y estaba sentada en la pequeña terraza. Empezaba el fin de semana. Si no compartían dormitorio, era evidente que el matrimonio no funcionaba. Sin embargo, la idea de que Apollo pudiera estar con otra mujer le provocaba náuseas.

      Apenas conocía a aquel hombre y, en cambio, experimentaba un fuerte sentimiento de posesividad hacia él. También tenía la sensación de que le habían hecho algo que no recordaba.

      –Buenas noches.

      Sasha se sobresaltó y se volvió para ver que el hombre que ocupaba su pensamiento se encontraba a poca distancia. Una extraña sensación se apoderó de ella. Desconcertante, pero familiar.

      Él llevaba un pantalón oscuro y tenía desabrochado

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