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El tiempo en el que sucede la acción se desarrolla durante la plena dominación del Imperio Romano sobre todo el mundo civilizado, y parece evidente que aquél disponía de unos mecanismos de inteligencia e información inigualables, y en una Judea en la que dominaba el poder religioso del Sanedrín, que también contaba con su red de espías que seguían a Jesús y sus discípulos a todas partes. Frente a ellos, una organización o secta minoritaria, pacifista, en la que no había mecanismos de protección diferentes a los que los propios componentes se podían otorgar a sí mismos, ni afán de ocultamiento (entrada triunfal de Jesús, pocos días antes en Jerusalén, entre ramos de palmas y olivos) además de que su líder era consciente de que su detención se produciría en forma inminente. Si esto es así, parece evidente que aquellos servicios de inteligencia se bastaban a sí mismos para practicar la detención en una ciudad, Jerusalén, que ofrecía en los días de Pascua un especial despliegue policial en torno al templo para que la muchedumbre reunida no produjera sediciones (Flavio Josefo, Guerras Judías, II, 224). Por ende, los perseguidos contaban con pocas posibilidades de pasar desapercibidos a la autoridad, ocultamiento que era aun más difícil en los alrededores de Jerusalén. El Huerto de los Olivos, cuyos contornos entonces y ahora no podían producir demasiadas dificultades de localización, ofrecía una fácil captura de la persona perseguida. No se trataba de una zona boscosa o inaccesible por la sencilla razón de que el olivar, por sus propias características, es una plantación limpia de malezas, para poder facilitar su explotación, y ni el clima ni el árido terreno que rodea Jerusalén favorecían zonas boscosas o de difícil acceso en las que la vegetación impidiera la búsqueda de una docena de personas. No obstante, parece que, en cualquier caso, esos servicios policiales no renunciaron a la colaboración de Judas.

      3. El precio de la delación es otro de los aspectos que carece de la suficiente prueba para demostrar que Judas fue guiado por la ambición. La cantidad ofrecida (treinta monedas de plata) es una suma ínfima para motivar la voluntad de alguien que quiere cobrar su delación con ánimo de lucro, ánimo que, en todo caso, desapareció cuando, después, el delator arrojó las monedas al templo. Por ello, quizá esta teoría no tenga otro sentido que llenar el vacío producido por la ausencia de otras más comprometidas, que llevarían a unas interpretaciones más coherentes con la acción desplegada.

      4. La posible parcialidad de los testigos es otra cuestión que debe ser tenida en cuenta. Sólo dos testigos coetáneos hablan de este episodio, los demás son de referencia. Uno, Mateo, lo hace con carácter más genérico; otro, Juan, se convierte en el gran acusador, tachando a Judas no sólo de traidor, sino también de ladrón. Sin embargo, tales acusaciones no se basan o sustentan en ninguna prueba objetiva; dada la manifiesta parcialidad del testigo-acusador, su testimonio sería seriamente cuestionable por su parcialidad, al ser parte interesada e incluso de negativa valoración en ese hipotético juicio propuesto.

      III

      Si pusiéramos en el fiel de la balanza de la Justicia todos estos argumentos y todos los que magistralmente resalta Juan Bosch en el libro, la sentencia que decidiría la suerte de Judas Iscariote no sería necesariamente condenatoria para él. Probablemente, la carencia de pruebas sólidas llevaría a su absolución.

      Quizá por esto, es tiempo de que la Iglesia católica, cuyas estructuras de poder tantas veces han quebrantado la propia esencia de la doctrina cristiana, haga una reflexión y abra la posibilidad de un juicio equitativo y reparador hacia Judas Iscariote, acogiéndole en el seno de la Comunidad Cristiana a cuya formación contribuyó de forma decisiva. Una revisión de aquella postura oficial, dos mil años después y a la luz de los descubrimientos producidos, sería acorde con la doctrina del perdón que la misma proclama.

      Juan Bosch hace, en este libro, un original y excepcional trabajo poniendo en entredicho la historia oficial, acción por la cual todos debemos estarle agradecidos.

      Me hubiera encantado que Juan Bosch, ahora, después de los últimos hallazgos, pudiera retomar sus investigaciones sobre Judas Iscariote, pero como dice el acerbo popular, «los muertos están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio». Sin embargo, Juan Bosch está entre nosotros más que nunca, preside desde lugar privilegiado la historia de su República Dominicana por la que tanto luchó y sigue luchando, para que, a través de sus ideas y sus libros, la democracia se asiente definitivamente en este país hermano.

      Uno de los homenajes más hermosos que le podemos ofrecer es leer este libro y acercarnos al pensamiento de este visionario que hizo de la crítica y de la duda racional un instrumento indispensable para la acción científica y de gobierno. La sensación de que nada es inalterable y de que todo puede y debe cuestionarse, mucho más cuando de la construcción de la Historia se trata, es algo que da fundamento a nuestras vidas, aunque la discusión que se proponga se refiera a unos hechos ocurridos hace dos mil años, pero cuyas consecuencias todavía rigen muchos caminos y proyectos. «Judas Iscariote, el Calumniado» es un buen inicio para esta reflexión.

      Baltasar Garzón

      Madrid, julio de 2009

       Aclaración para la edición dominicana

      Como todo libro, éste tiene su historia. Pero el lector puede estar tranquilo, que esa historia no se le va a hacer. De lo que el autor hablará ahora es de la edición chilena, que fue la primera, y un poco de la dominicana, que es la segunda y ha tardado veintidós años en aparecer.

      Cuando los señores de la caverna política de este país se enteraron de que en alguna parte del mundo se había publicado un libro mío titulado Judas Iscariote, el Calumniado, se llenaron de júbilo, porque dedujeron del título que ahí estaba la prueba de mi militancia comunista. Se adelantaron un poco, porque mi conocimiento de Marx y Engels vino a darse por el año 1969,después de haberme instalado en París, y fue de ese conocimiento, no muy amplio, por cierto, de donde salió mi afiliación al marxismo.

      Lo que sí puede ver cualquiera de los lectores de Judas Iscariote, el Calumniado, es el afán de hacerle justicia a un personaje que tenía cerca de dos mil años de vida en la infamia.

      Cuando Raúl Roa se enteró, allá por el año 1947, de que planeaba este libro, me dijo con su lengua chispeante, tan cubana para dar con el ángulo risible de toda actitud humana: «Sí, escríbelo, que la familia de Judas te lo va a agradecer mucho». Pero eso sí, una vez publicado el libro, Raúl lo elogió generosamente en un artículo que le dedicó, publicado en El Mundo de La Habana, me parece que hacia 1956.

      El libro no se conoció en la República Dominicana, si se exceptúan los que leyeron unos diez o doce ejemplares que llegaron hasta aquí. ¿Qué pasó que no se publicó en Santo Domingo? ¿Es, como pensaron algunos señores de la caverna política, que su autor temió que con la publicación aquí su militancia comunista quedara al desnudo? No. Es más, si algún libro mío puede probar que cuando se publicó yo no tenía la menor relación con el marxismo es éste, y no por lo que digo o callo en el cuerpo de la obra sino por lo que digo en el prólogo, que aparece en esta edición tal como salió en la chilena.

      Judas Iscariote, el Calumniado,no se había publicado antes en la República Dominicana porque yo le había vendido los derechos de autor a Editorial Prensa Latinoamericana, S.A., que hizo que la edición chilena en agosto de 1955, y los derechos de autor se venden por treinta años. Ese plazo no se ha cumplido aún, pero la Editorial Prensa Latinoamericana, S.A., no existe ya porque su propietario, el Partido Socialista de Chile, fue desmantelado por la espantosa tiranía de Pinochet y los derechos de autor han revertido a mí. Eso es lo que explica que pueda disponer ahora de la publicación de un libro que era literalmente mío y sin embargo no lo era en el orden comercial.

      Juan Bosch

      Santo Domingo, 16 de febrero de 1977

       Un prólogo indispensable

      Después

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