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Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé
Читать онлайн.Название Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad
Год выпуска 0
isbn 9788418013126
Автор произведения Zelá Brambillé
Серия Wings to Change
Издательство Bookwire
—No quiero perderte, luciérnaga —dijo quedito.
—¡Hey, Dave! —exclamó un chico con el cabello oscuro y los ojos más azules que había visto en su vida.
Desde que pusieron un pie en Niston, la que era su nueva escuela, David se le pegó como una lapa malhumorada. La llevaba a su costado con la mandíbula tensa y sin mirar a los que lo saludaban. Pensó que esta vez D iba a detenerse, pero solo elevó la barbilla como saludo y la tomó del antebrazo para guiarla a otro lado.
Las instalaciones eran enormes, no sabía cómo haría para no perderse entre todo el alumnado.
—¿Quién era él? —preguntó.
—Ian, un compañero del equipo de lacrosse —respondió, seco.
Decidió no prestarle más atención a su actitud y se dedicó a observar. Recién es que se dio cuenta de que se dirigían a la coordinación. Se detuvieron al final de una extensa fila.
—¿Estás molesto por algo? —cuestionó. Él levantó la mirada y la clavó en la suya. Dio un paso al frente, haciendo que quedaran muy juntos.
Siempre era así, siempre estaban muy cerca, pero eso no quería decir que había aprendido a mirarlo como algo normal.
Automáticamente su corazón comenzó a acelerarse, sus ojos eran tan verdes que por un momento creyó que estaba en el bosque, bajo las copas de los árboles, como los del campamento al que iban todos los veranos. Luego recordó que era su mejor amigo y no debía sentirse de esa manera.
—Solo quiero cuidarte, Carlene, todos esos chicos van a buscar una sola cosa y no voy a permitir que te lastimen, ¿me entiendes? —Todo el aire se atoró en sus pulmones cuando Dave levantó su mano y acarició su mejilla con los dedos.
—¿A quién tenemos aquí? ¿Ella es la famosa Carlene? —Una voz desconocida la sacó de su momento, también logrando que David diera un paso atrás.
Buscó la fuente de la interrupción, un joven moreno, un tanto obeso, portaba una sonrisa amigable. Su mejor amigo relajó los hombros y le regresó la sonrisa.
—Ella es, Roger —musitó. El mencionado la recorrió de arriba abajo con la vista y sonrió aún más.
—Ahora puedo entender la fascinación —respondió con aprobación. Ella miró a David pidiendo una explicación a ese comentario, sin embargo, él solo se encogió de hombros—.
Soy Roger, preciosa, el mejor amigo de tu amigo.
Iba a responder que era un gusto, pero alguien interrumpió, más bien dos chicos tan rubios que el color amarillo se quedaba corto. Lo que hizo que abriera los ojos fue que eran idénticos, como dos gotas de agua, hasta usaban la misma clase de gafas.
—¿Son gemelos? —Roger y David soltaron una risita secreta. Los chicos despegaron la vista de sus aparatos electrónicos al mismo tiempo, sincronizados. Dos pares de pupilas celestes, detrás de grueso vidrio, la observaron.
—Técnicamente, pero no estamos tan seguros, Michael tiene un nevo en forma de esfenoides en la zona poplítea de la extremidad derecha —dijo uno de ellos.
—Martín tiene razón, eso quiere decir que, probablemente, no nos desarrollamos en el mismo saco vitalíneo —complementó el que, supuso, se llamaba Michael.
—O tenemos una teoría, creemos que los espermas de nuestro padre colonizaron al óvulo de nuestra madre —dijo Martín.
—Y por alguna razón decidieron que podríamos desarrollarnos en diferentes sacos. Eso explicaría por qué somos tan parecidos y por qué tengo un nevo en forma de esfenoides —concluyó Michael, orgulloso del discurso.
Se quedó en blanco porque… ¡Mierda del cielo! No había entendido nada más que la palabra «técnicamente».
—Ehh… Claro, diferentes sacos, mismo óvulo —susurró, a lo que ellos sonrieron.
—¿Ya la asustaron con el discurso de la reproducción de sus padres, diminutos geeks? —preguntó alguien. El chico pelinegro de pasillo llegó, rodeó los hombros de los gemelos y clavó su vista aguamarina en ella—. ¿Dónde están tus pechos, pequeña? —preguntó él con descaro. ¡Hijo de puta!
—Escondidos, probablemente en donde está tu cerebro
—dijo. Todos lanzaron una risotada que los hizo echar el cuello hacia atrás.
—Definitivamente entiendo la fascinación —murmuró Roger entre risas hacia nadie en particular.
Después de recibir un montón de bienvenidas y más cosas aburridas, dejaron salir al receso al grupo de primer año. Siguiendo a los demás, se introdujo a la cafetería, donde se tropezó con un chico. Se le hizo conocido, en alguna parte lo había visto, pero no pudo recordar.
—¿Te conozco? —preguntó. El muchacho sonrió, quizá él también la recordaba.
—Soy Paul, Paul Grant, estuvimos juntos en preescolar.
La boca de Carly se abrió con asombro, ¡no podía ser posible que el chiquillo que le daba miedo por tragarse el maldito saltamontes se hubiera convertido en un chico lindo!
Iba a sonreír, pero David llegó en ese momento y se la llevó a una mesa sin darle la oportunidad de responder.
Más tarde, a la hora de la salida, se detuvo en el pasillo y contempló a un furioso Dave discutiendo con Paul. Nunca más se le volvió a acercar el comesaltamontes.
Dos
Quince años de edad
Carlene aún no entendía por qué David no había llegado. A pesar de sus quince años, corría todos los viernes hacia su casa y juntos hacían cualquier cosa. Habían planeado por semanas que armarían una casa de campaña y acamparían toda la noche, ya que sus padres habían suspendido el campamento de esas vacaciones. Él todavía no llegaba, no contestaba su móvil y el foco de su habitación no estaba encendido, algo que era habitual en un día normal.
Después de esperar dos horas, se resignó, decidió sentarse en el banco junto a su ventana. Quizá estaba haciendo algún trabajo en equipo o estaba entrenando con el equipo de lacrosse.
Había un lienzo impecable en el caballete blanco, su mente viajó a un posible escenario para colorear esa blancura. Ella pintaba para relajarse, era una especie de terapia. Jamás pensó que los mitos de la escuela secundaria fueran reales, hasta que recibió un montón de bromas pesadas y burlas por parte de sus compañeros. También estaba esa época negra en su vida que se esforzaba para olvidar, pintar la ayudaba a estar en paz.
Su único amigo era Dave —quizá Roger y los gemelos, pues Ian era un imbécil—, algo que era extraño, ya que era la reencarnación del típico chico popular, jugador estrella y todas las chicas lo deseaban. Odiaba caminar por los pasillos siendo testigo de cómo lo miraban.
Detuvo los movimientos de su pincel cuando se percató de dos siluetas en la casa contigua. Su mejor amigo estaba con una chica. Acercó su rostro al vidrio y entrecerró los ojos. Podría reconocer ese perfecto cabello negro donde fuera. Amanda West. ¿Qué hacía la abeja reina con D?
Sin despegar ni un poco los ojos, escuchó a su madre:
—¿Qué haces ahí, hija? —Detestaba que le dijera «hija», se asqueaba de cualquier cosa que viniera de parte de ella. Ginger era un monstruo y Carlene le había tenido miedo por mucho tiempo. Se lo seguía teniendo, pero ahora sabía enfrentarla.
Se limitó a negar. No podía hablar por temor