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Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé
Читать онлайн.Название Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad
Год выпуска 0
isbn 9788418013126
Автор произведения Zelá Brambillé
Серия Wings to Change
Издательство Bookwire
—Finge que no me veo ridícula, mi madre me obligó —pidió. Él sabía que Carly odiaba los vestidos porque no le permitían jugar como quería. No lo entendía, lucía tan bien que se le habían ido las ganas de empezar el partido. Se quedó ahí, pasmado, mirándola.
Carly aprovechó su mudez para tenderle una cajita de terciopelo negro, él la tomó y quitó la tapa. Un pequeño colguije de plata apareció ante sus ojos, era un óvalo, pero parecía otra cosa.
—Tengo uno igual. —Carly le mostró una cadena idéntica que colgaba de su cuello y le dio vuelta, una fotografía de ellos abrazados se encontraba ahí. Sonrió y, con rapidez, colgó el regalo de la misma manera y la miró de nuevo—. ¿Qué?
—Cuando seamos grandes te vas a casar conmigo —declaró.
Carlene frunció el ceño, no estando de acuerdo con él.
—Por supuesto que no —torció, indignada.
—¿Por qué no?
Carly miró el techo, pensativa, buscando un pretexto coherente que justificara su negativa. Enrolló en sus dedos un mechón de su cabello libre y arrugó sus labios. Terminó chasqueando la lengua.
—Porque no sabes encestar de espaldas en la canasta. —Movió la cabeza como si fuera algo obvio.
Dave aguantó la risa, la miró de nuevo, se removió con incomodidad visualizando a todos los niños que iban de un lado a otro. Su fiesta de cumpleaños no estaba resultando como había pensado. Creyó que iba a salir al jardín a jugar con sus amigos y con Carlene, pero no deseaba irse muy lejos. Este chico, Paul Grant, no dejaba de contemplarla como un odioso venado encandilado. Dave quería pedirle que dejara de hacerlo porque lo ponía nervioso.
Carly bajaba el faldón de su vestido con más frecuencia de la necesaria y apretaba la tela con sus puños. Su ceño estaba fruncido y su frente arrugada, tanto que temió que se quedara ceñuda siempre. Se veía adorable, incluso así.
Rio para sus adentros porque sabía que no le agradaba ser inspeccionada, sin embargo, se dio cuenta, sus gestos de enojo se intensificaron, su mirada miel llameó y se volvió anaranjada. Las cejas de D salieron disparadas, nunca se molestaba con él, excepto aquella vez que aplastó a su mascota. No quería pisar ese pollo, en realidad, pero nunca le creyó.
—¡Deja de burlarte de mí! —exclamó y giró la cabeza hacia otra parte, indignada.
—No me estoy burlando, luciérnaga —aseguró, volvió a enfocarlo. Entonces, su cara se relajó un poco y sonrió.
—Detesto esta cosa. —Señaló su atuendo con la nariz arrugada—. No hemos podido hacer nada divertido, creo que deberías ir a jugar tú.
Hizo una mueca que lo hizo reír en voz alta. Jamás la había visto usando un vestido, mucho menos de ese color. Seguramente Ginger, su madre, la había obligado a ponérselo. La señora Sweet se dedicaba, la mayor parte del tiempo, a exigirle cosas a Carlene.
—Te ves bien, parece que a Paul le gusta. —Señaló al chico al otro lado de la habitación, que se sonrojó, sus cachetes parecían dos tomates. Llevó su vista hacia él y se puso pálida, negó fervientemente y se levantó de un saltito.
—Paul se comió un saltamontes una vez. —Se retorció con asco, él volvió a reír.
Era un buen chico, solo que su amiga había quedado traumada desde el día que se metió el insecto en su boca en el patio de recreo, así que evitaba acercarse a él.
Rachel gritó que era tiempo de partir el pastel, todos corrieron hacia la mesa; era de chocolate y tenía muchas chispas de colores. La gente a su alrededor entonó una canción para desearle feliz cumpleaños. Después de dar una pequeña mordida y de que Carly fuera regañada por Ginger al querer llenar su cara de betún, la madre de Dave cortó el postre.
Una vez que tuvieron los platos llenos de tarta de chocolate, los dos corrieron al exterior de su casa, justo debajo de la casa del árbol que hacía años que no usaban. Se sentaron en el suelo
y empezaron a comer en silencio.
Algunas cosas habían cambiado últimamente, desde el día que Rachel empezó a molestarlo diciendo que Carlene le gustaba. Le gritó que era mentira, pero sus mejillas se colorearon y se pusieron muy calientes, así que la idea rondaba en su cabeza.
Le encantaba jugar con ella a cualquier cosa que se les ocurriera, y después hacer una batalla para ver quién había conseguido el raspón más grande. Los videojuegos de luchas eran divertidos, porque si perdía no lloriqueaba, y le gustaba comer pizza con jamón como a él. Detestaba que llorara cuando había truenos, era emocionante ver películas de terror porque, en vez de gritar, reían juntos. Y era bonita. ¿Todo eso significaba que le gustaba?
De pronto se dio cuenta de que lo descubrió observándola, alzó una ceja, se quedó quieto. Quizá sí le gustaba porque ninguna otra niña hacía que su corazón latiera tan rápido.
El niño esbozó una sonrisa cuando ella se manchó de betún, se lo quitó con la lengua. Antes de contenerse, se acercó.
El pobre estaba temblando, sus manos sudaban, más al ver su linda sonrisita de lado.
—¿Qué haces? —preguntó, ahora extrañada. Nunca habían estado tan cerca, pero extrañamente le gustaba, aunque un torbellino hiciera trizas sus nervios.
—No me vayas a pegar, Carly —susurró, quedito, pues no había necesidad de gritarlo.
Sus narices se tocaron, frunció sus labios sobre los suyos, una parvada de aves asesinas despertó en su estómago provocando un curioso cosquilleo. Carlene abrió los párpados, todo su rostro se iluminó de color rosa.
Se echó hacia atrás, asustado, pero ella no dijo nada, siguió comiendo su pastel como si su mejor amigo no le hubiera robado su primer beso. Fue ahí cuando David se dio cuenta de que le gustaba… y mucho.
Doce años de edad
—¡Eres fea y te vistes como un niño! —gritó una chica a todo volumen. Las demás se le quedaron mirando. Carlene se levantó, irritada, no entendía por qué las chicas de su escuela siempre eran tan odiosas. ¿Por qué no podían ser como David?
Cuando propuso jugar con un balón le pusieron mala cara. No había hecho nada y ahora la mayoría la observaba como si fuera un fenómeno.
—Te voy a jalar el cabello si sigues diciéndome cosas —amenazó, no sabiendo cómo actuar para que esa tonta cerrara la boca y dejara de molestarla. La chiquilla miró a sus amigas.
—¡Lo ves! Eres un niño —chilló.
—No es cierto —murmuró, sintiendo cómo los ojos se le comenzaban a humedecer. No quería llorar y que se burlaran más, pero no sabía si iba a poder controlar el llanto.
—Sí, juegas con los chicos, tus zapatos siempre están manchados de lodo, además, eres fea y pareces una escoba.
—No se llama Carly, se llama Carl —dijo otra, lo que provocó que todas ellas rieran a carcajadas. Solo pudo quedarse quieta y apretar sus puños, quería pegarles, pero su madre le había dicho que las señoritas debían comportarse y no quería desobedecerla.
Últimamente Ginger se ponía mal por cualquier cosa. Su padre, Steven, le suplicó que tuviera paciencia, dijo que la señora Sweet era especial y debía comprenderla. Le contó que necesitaba apoyo porque estaba enferma, muy enferma. No obstante, no entendía qué pasaba si veía a su madre como siempre. Le había preguntado, pero el señor Sweet le contestó que era muy pequeña para entenderlo.
—Carl es un niño, Carl es un niño —cantaban. Carlene sintió las lágrimas a punto de salir, así que salió corriendo de ahí. Nunca más volvería