Скачать книгу

Prefacio

       Parte I

       Uno

       Dos

       Tres

       Cuatro

       Cinco

       Seis

       Siete

       Ocho

       Nueve

       Diez

       Once

       Doce

       Trece

       Catorce

       Quince

       Dieciséis

       Diecisiete

       Dieciocho

       Diecinueve

       Veinte

       Veintiuno

       Veintidós

       Veintitrés

       Veinticuatro

       Veinticinco

       Parte II

       Veintiséis

       Veintisiete

       Epílogo

       Contenido extra

       Glosario

      Para todas las luciérnagas que esconden su brillo

      y para las que no se han dado cuenta de que lo tienen.

      Encuentra tu luz y sigue caminando, luciérnaga.

      Prefacio

      Seis años de edad

      Eran uno solo.

      A él le agradaba porque no era como las típicas chicas de su colegio, ella era genial. Juntos escalaban el robusto roble que colindaba con sendas casas, solían hacer concursos de eructos, también jugaban a básquetbol, competían por el puesto de «la mejor costra». Por no mencionar que a David le encantaba hacerla reír haciendo chistes bobos que escuchaba de su padre o imitaciones absurdas de animales, los gorilas eran sus favoritos porque se formaban dos lindos hoyuelos casi imperceptibles en sus mejillas.

      Eran los mejores amigos.

      A ella le gustaba sentarse en su regazo para ver películas, y esa manera suya tan particular de protegerla cuando había tormentas; Carlene odiaba los truenos con cada parte de su alma. Siempre reían juntos, ni siquiera sus padres podían separarlos.

      —¡Carly! ¡Ven a ver esto! —gritó con emoción el chico de cabello cobrizo. Apresuró el paso y subió las maderas de colores clavadas en el roble, demorándose un poco debido a su estatura.

      —¿Qué sucede, D? —Dio un saltito para llegar hasta el piso de la casa del árbol.

      —Son luces. —El tono de asombro era perceptible, algo que podía justificarse, ya que los pequeños animalillos no habitaban en lugares como Nashville. David señaló unas lucecitas que destellaban frente a la ventana coloreada de azul metálico. Carlene se situó a su lado y observó con el ceño ligeramente fruncido.

      —No son luces, se llaman luciérnagas —contestó esta sin demora. Dave la buscó, solo para encontrar a una Carlene alargando la mano, estiraba un dedo con la intención de tocar uno de los foquitos que parpadeaban. Pensó que sus ojos miel brillaban con más luminosidad y no se apagaban en ningún momento.

      —Como tus ojos —dijo, mirándola sin pestañear. La comisura de la pequeña se estiró, su rostro adquirió una suave tonalidad rosa que intentó ocultar con sus palmas. David sonrió como el chiquillo que era, pasó su brazo por los hombros de su amiga—. Vámonos, luciérnaga.

      Uno

      Diez años de edad

      Estuvo esperando toda la semana a que llegara el veintitrés de febrero y, con él, su cumpleaños número once. Su madre rentó brincolines inflables para su fiesta, los globos en cada rincón decoraban el sitio, y un pastel de chocolate se refugiaba en lo más alto de la repisa para alejarlo de los dedos de las criaturas traviesas. También había una mesa llena de regalos con moños de colores en la entrada, y otra repleta de diferentes tipos de dulces. Todos los asistentes estaban arremolinados en esa zona, parecían hormigas.

      Escuchaba las risas de todos sus amigos del colegio, pero la única que quería ahí era Carlene. Quería enseñarle a andar en patineta y empezar el partido de fútbol cuando llegara.

      ¿Por qué tardaba tanto? Solo tenía que cruzar el césped. Ir por ella a escondidas lo tentaba, pero decidió resistir un poco más.

      El timbre resonó, anunciando que alguien más había llegado. Corrió hacia la puerta, desesperado.

      —¡Alto ahí, jovencito! —exclamó Rachel, persiguiendo al pequeño tan rápido como pudo. Dave se detuvo antes de que su madre lo castigara por abrir sin su permiso.

      Abrió y la señora Sweet apareció en su campo de visión con una gran sonrisa que a veces le parecía escalofriante. Detrás de ella, una linda niña de ojos miel se asomó, no pudo reaccionar.

      Su amiga dejó de esconderse, pudo ver el lindo vestido rosa floreado que estaba usando.

Скачать книгу