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      La joven desposada miró con extrañeza la puerta cerrada y, encogiéndose de hombros, decidió que no había ningún motivo por el que preocuparse. Cerró su puerta lentamente y se quedó cavilando en la absurda visita que acababa de recibir: o me quería asustar, o es que a este chico le está pasando algo muy raro… Hoy apenas le he visto, parece que me evita… Claro, como está en la edad del pavo, pobrecito…

      Julia se sumergió al instante en el sueño reparador que su frágil naturaleza venía exigiéndole desde hacía varias semanas.

      En el gran banquete nupcial en honor de los recién casados, Pedro Gonzales y Julia Rivas, que se estaba celebrando en la casita Los Peñones, dentro de la Viña Sol, todo era un derroche, pero con gran esplendor. En cuanto el fasto hubo comenzado, Pedro Segundo se sentó a la mesa principal, justo enfrente de los flamantes esposos. Mientras mascaba todo lo que le ponían por delante, se preguntaba desolado sobre lo que estaba viviendo, hastiado de ver lo que sucedía a su alrededor y entristecido por el brusco giro que había tomado su plácida vida de hijo único. No conseguía entender qué le había sucedido a Julia el pasado verano. La contempló con pena, haciéndole una mueca de disgusto.

      Ella se la devolvió con ojos vidriosos y sin ánima, como apagándose por momentos; sus delgados brazos parecían sostenerla de milagro apoyada en la mesa, iba a desplomarse sobre el plato de un momento a otro.

      Pedrito la seguía mirando, pensando con disgusto.

      ¿Por qué esta cabra se portó tan amable conmigo cuando pasamos juntos el verano? ¿Y qué le sucedió cuando de repente desapareció y, cuando la volví a ver, se había transformado en otra persona…? Un día me dijo que cuando acabara el verano ella ya habría cruzado otra puerta más… ¿De qué casa me estaba hablando? ¿De la mía?

      El chico volvió la mirada hacia una mesa cercana donde su padre brindaba alegremente con unos amigos. Y los quedó mirando largo rato mientras maquinaba.

      ¡Qué tipo de fiesta es esta mierda aburrida y fome! ¿Todo esto lo has montado tú solito, papá? No me lo creo. Volver a casarte… y con Julia… y dejarme a mí tirado como una colilla… Una idea estupenda… ¿Y yo, qué? ¡Julia, Julia! Todo el santo día Julia pa’rriba, Julia pa’bajo, repetía Pedro Segundo, angustiado y encolerizado, sin llegar a ver por qué después de lo bien que lo pasó con ella, de pronto se había tornado en una grave amenaza para él, contra su tranquila y apacible existencia como el delfín Gonzales.

      Ella estaba con la cabeza gacha, haciendo como que comía con ganas, pero lo dejaba todo a medias; y Pedrito aprovechó para volver a mirarle su bonito pelo y a oírla dentro de su cabeza con su dulce voz. Vio que su padre volvió a la mesa, le dio un amoroso beso en el pelo a su esposa diciéndole al oído risueñas palabras. Pedrito la miró otra vez, con rabia: pero, ¿qué mierda habré visto yo en este posme? ¡Tan diferente que era esta cabra, y lo mucho que me gustó! Ella, que tenía que haber sido mi primera zorrita… ¡y mira en lo que ha terminado!, en una mujer zombi. Este viejo no está bien. ¡Tú tienes mucha culpa también, papá!, gritó hacia su interior.

      Y siguió hundido en cavilaciones, tragando sin hambre. ¡Ya no aguanto más esta comida! Ni a esta pesada que insiste en darme conversa.

      Fastidiado, se incorporó y se trasladó a la mesa de sus amigotes colocada en un sitio apartado quienes, estaban planeando alegremente la forma de largarse a pescar y a bañarse en el río, lejos de los pesados de los mayores.

      —Mira qué cara de pescao trae este huevón —dijo uno de ellos a guisa de bienvenida—. Sácate la chaqueta, Segundo, que nos vamos todos al río.

      —Sí, vamos, vamos, ¡qué buena idea! Eso me tendrá el melón ocupado hasta que se acabe esta chacota, pensó.

      —¡El último en entrar al agua se la chupa a todos!

      —¡Oye, Manuel, no seai salvaje! ¿Que no vis que está mi prima conmigo?

      —Entonces, yo quiero ser el último, ¡ja, ja, ja!

      Pedro Segundo también se rio a carcajadas y, silbando a Cano, su fiel perro de aguas, corrieron con el alborozado grupo hasta el minúsculo embarcadero que el abuelo José había mandado construir hacía años, quien más tarde, había ordenado levantar un sencillo cobertizo de alerce para cambiarse de ropa, guardar el bote, los aparejos de pesca y las sillas de madera. Después de bañarse ruidosamente, los chicos se subieron al bote de remos para alejarse a pescar. Pero Pedrito prefirió quedarse, estaba agotado, sintiendo un nudo en la garganta por la depresión que le invadía.

      Se dejó caer de rodillas en el mullido césped, apoyándose contra la barca podrida; tras un espasmódico sacudón, Cano se echó a su lado, también con media lengua afuera, mirando fijamente a su amo que, envuelto en pesadumbre, rumiaba sus recuerdos y sus rencores contra la chica que había trastornado su juvenil felicidad para siempre, arrebatándole a su adorado padre.

      El mozo sacó de su bolsillo un gran trozo de habano usado. Lo encendió y le propinó una profunda chupada cuya garganta no pudo tolerar, estallando en arcadas y toses.

      —¡Te lo dije, tonto pelotudo! Los cabros chicos no tienen que fumar esas porquerías de los mayores —se burló Luis Ignacio, el jefe de la hermandad, que también llegaba del banquete.

      No obstante, sin mirarle, prosiguió porfiadamente fumando, ahogándose y tosiendo, hasta que aburrido, lo lanzó lejos con rabia.

      —Pero, ¡qué te pasa chico!

      —Nada, ya casi tenía la historia del verano para ganar en la hermandad y me salió todo como el forro.

      —¡Venga hombre, no será para tanto! —le consoló Luis.

      —No voy a ganar con esta historia tan ñoña —se quejó Pedrito.

      —Tú ya sabes las dos condiciones esenciales, veracidad y mucho erotismo. Pero cuéntamela y te daré alguna pista sobre tus posibilidades de ganar. Total, yo no soy del jurado.

      Pedrito, ni corto ni perezoso, comenzó su relato sobre Julia desde que se habían encontrado por primera vez la pasada primavera, precisamente en Viña Sol.

      —¡Qué bonita estaba el día que la conocí, cuando apareció aquí en mi jardín como si escapara de un cuento! Todo lo bueno que me pasó en verano fue por haberla conocido entonces.

      El chico hizo una pausa para recuperar el cigarro tirado en el pasto y le pegó otra profunda chupada; se tuvo que echar al suelo a toser.

      —Mira que te lo llevo diciendo, pelotudo, deja esa mierda…

      Cuando el joven fumador consiguió controlar la respiración, los agradables recuerdos continuaron asaltándole.

      —Y ese día, cuando fue a mi casa a despedirse de papá, ¡fue maravilloso!

      La llevé de la manita para mostrarle todas las piezas; cuando entramos en la mía, se sentó en la camita, ¡puff!, casi se me van las cabras de la emoción solo al pensar en verla allí acostadita al lado mío. Casi me muero de gustito por los roces que me daba, ¿te imaginai? ¡Qué piel, qué olorcito a playa cuando se deslizaba por mi lado! ¡Y qué bella sonrisita!

      —¿Y qué pasó? Le pegaste un buen atraque por lo menos…

      —Nada, desgraciadamente después desapareció, regresó a la caleta con su padre, creo, cuando de repente, en enero, viene papá y me ofrece pasar las vacaciones de verano en la caleta, ¡en la casa de Julia! ¿Te podís creer? Yo solito con ella. Inimaginable, gallo.

      —¡Qué suerte tenís, gallo!

      —¿Suerte? Justo cuando yo llegué a su casa, su padre ya había enfermado gravemente y tuvieron que trasladarlo a un sanatorio o algo así, total, que apenas estuve tres días de vacaciones en la caleta y ni siquiera me pude bañar ni tampoco estar con ella.

      —¡Al carajo las vacaciones, entonces, chiquillo!

      —Efectivamente,

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