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      Tico, todavía desde el suelo, se pasó la mano por la nariz sangrante y contestó:

      —El niño no tiene el álbum. El álbum te lo olvidaste cuando fuiste al baño. Está sobre la pileta y se mojó un poco.

      Matías tuvo algo así como un flash de confusión. Era cierto que había ido al baño en el recreo y era cierto que tenía el álbum en la mano, pero no se acordaba haberlo dejado ahí. Miró al resto de sus compañeros que le devolvieron una cara de desconcierto. Nadie sabía si Tico decía la verdad o si estaba mintiendo para ganar tiempo, aunque no salud.

      —¿Y vos cómo sabés? Vos no estabas en el baño.

      Tico se encogió de hombros.

      —Lo sé. No sé cómo –dijo.

      Ahí intervino Tiago que, temeroso de que la bronca de Matías se descargara ahora contra Tico, se apuró en ayudar.

      —Voy a ver –dijo. Y salió disparado para el baño.

      La escena se detuvo. Nadie se movió. Todos esperaban la vuelta de Tiago: Luciano asustado, Matías enojado, aunque ya no tanto, y Tico en el piso, chorreando sangre por la nariz.

      Tiago volvió sacudiendo el álbum.

      —¡Estaba ahí! Está un poco mojado, pero yo no fui –aclaró por las dudas, y le devolvió el álbum a Matías.

      Todos miraron asombrados a Tico que intentó una sonrisa de triunfo y entonces lo aplaudieron, lo vivaron, lo felicitaron. Esa fue una historia sobre llegar en el momento justo.

      En el momento justo llegó también la señorita Alicia. Encontró a todos los chicos parados sobre los bancos gritando, a Tico en el suelo con la nariz ensangrentada y un "tole tole" de aquellos. No me pregunten por qué se dice tole tole cuando hay mucho lío, porque no lo sé.

      —¡Tico! A la Dirección, inmediatamente –ordenó la señorita Alicia, estirando el brazo, la mano y el dedo como si fuera una flecha de esas que señalan la dirección de la calle.

      —Pero seño… –protestó Tico y trataron de explicar los chicos.

      —No me discutas. A la Dirección. Basta de provocar peleas.

      Tico no se preocupó. Se fue a la Dirección contento, como iba siempre. Ni se le ocurrió pensar que había sido una injusticia. La Directora le limpió la nariz, le puso un algodón, le explicó que estaba muy mal pelearse y llamó a su mamá. Tico no explicó nada. Tico era un chico raro que llegaba siempre en el momento justo.

      Esto había pasado como a la mitad de segundo grado y así siguió. No la parte de las piñas, que si bien de tanto en tanto Tico se ligaba alguna, no era ni lo más frecuente ni lo más importante, sino la parte de encontrar cosas perdidas. Nadie sabía por qué, y Tico tampoco, pero él siempre sabía dónde estaba lo que nadie encontraba. A Valen se le perdía la goma de borrar y Tico sabía que estaba debajo del banco de Lautaro, que quedaba en la otra punta. A Lucas se le perdía el sacapuntas, y él sabía que se le había caído en la puerta de la escuela cuando sacó los caramelos. Y así con todo, o con casi todo porque, ojo, a veces también fallaba y no podía encontrar lo que se perdía ni que se esforzara.

      —¿Cómo lo hacés? –querían saber los chicos.

      Pero Tico no podía explicarlo. No era que todo el tiempo estuviera viendo sacapuntas tirados ni gomas perdidas ni camperas extraviadas. Solo en el momento justo. Llegó el día en que hasta las maestras le venían a preguntar si no sabía dónde habían quedado sus anteojos, el registro o la lapicera.

      Había otra cosa que Tico podía hacer, pero esto era un secreto entre los chicos que ni locos lo compartían con las maestras. Tico podía saber cuándo la maestra iba a tomar prueba o a quién iba a llamar a dar lección o a quién le iba a pedir el cuaderno. ¡Sí! Así como lo escuchan. ¿Saben qué útil puede ser eso? Todos quisiéramos tener un compañero así.

      Esto empezó un día en tercero, cuando Tico, por suerte, ya había aprendido a leer. Estaba copiando la tarea cuando, sin querer, miró a la maestra que estaba rascándose la cabeza con la birome. No fue eso lo que le llamó la atención, porque muchas veces la señorita Laura se rascaba la cabeza con la birome, fue otra cosa, que una vez más Tico no pudo explicar. Fue como que le escuchó el pensamiento: “Mañana les voy a tomar una prueba sorpresa, a ver qué pasa”. Tico lo escuchó clarito, como si la maestra se lo estuviera diciendo al oído. Pero la maestra no se lo estaba diciendo a nadie, mucho menos a él.

      En cuanto salieron al recreo, Tico se lo dijo a sus compañeros. No le creyeron, claro. Le dijeron que era un inventor, que mirá si iba a escuchar lo que la maestra pensaba, que nadie puede hacer eso, ni los magos ni los adivinos, que los estaba engañando. Tico no se defendió, ni se enojó. No le parecía importante. Él solo lo había escuchado y se los había dicho, no le importaba si le creían o no. Pero los chicos querían demostrar que ellos no se iban a tragar cualquiera, así que, cuando entraron al aula, Matías preguntó:

      —¿Seño?... ¿Mañana va a tomar una prueba sorpresa?

      La pregunta no fue una pregunta inocente, de esas que uno hace porque realmente quiere saber la respuesta. Fue una pregunta con segunda intención que tenía un solo objetivo: demostrar delante de todo el mundo que Tico era un mentiroso, que les estaba tomando el pelo y que él, Matías, no lo iba a permitir. Ya se imaginaba diciéndole: ¿Viste que era mentira?... Es que Matías, después del asunto del álbum, lejos de mostrarse agradecido, se había sentido como un tonto. Él solito se había olvidado el álbum en el baño y si Tico se hubiera callado la boca, nadie lo hubiera sospechado, Luciano hubiera recibido su merecido y todo el mundo hubiera seguido teniéndole miedo. Le seguían teniendo miedo, pero miedo con dudas. Había alguna forma de enfrentarlo. Tico lo había mostrado. Así que con la intención de recuperar su lugar de “temible”, Matías, repito, preguntó:

      —¿Seño?... ¿Mañana va a tomar una prueba sorpresa?

      La señorita Laura lo miró extrañada.

      —¿Y ustedes cómo lo saben?

      —Nos imaginamos –dijo Tiago para que nadie fuera a acusar a Tico, y ninguno lo desmintió.

      —¿La va a tomar? –insistió Matías.

      —Bueno… sí… Pensaba tomar una prueba, pero ya no va a ser sorpresa, porque alguien descubrió el secreto.

      Tico sumó puntos, aunque no pudo decir qué era lo que la maestra iba a tomar, porque eso no lo escuchó o la maestra no lo pensó. Matías mordió el polvo o sea, se la tuvo que tragar, quedó pagando y toda otra frase que haga referencia a la bronca que a uno le da cuando algo no le sale bien. Así una vez y así otra, siempre que podía escuchar lo que la maestra pensaba, Tico se los decía.

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