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ojos de la señora de anteojos se abrieron como huevos fritos.

      —¿El “niño” tenía hambre?...

      “Uy, está pensando que estoy medio loco”, se dio cuenta Tico, pero no sabía cómo explicarle que no estaba ni medio ni del todo loco.

      —¿Qué niño?...

      —El que se sienta al lado mío. No sé cómo se llama porque recién lo conocí. Pero tenía mucha hambre y yo quería darle las galletitas y la señorita Leticia no me dejó y el niño todavía tiene hambre y ella es una tonta –reafirmó por las dudas, para que la señora se diera cuenta de que no había cambiado de opinión.

      La señora de anteojos tuvo ganas de sonreír, pero disimuló, Tico se dio cuenta. Entonces lo hizo sentar en una silla, se sentó junto a él y le explicó lo que todos ya sabemos: que a la maestra no se le dice tonta, que no se arrojan las cosas, que hay que hacer caso en la escuela, que no se come en clase aunque uno esté muerto de hambre (¿por qué será?) y que esperaba que este fuera el primer y último día que lo “mandaran a la Dirección”, frase que Tico no entendió, porque la Dirección era un lugar relindo y le hubiera gustado ir muchas veces para mirar el globo terráqueo.

      —Si querés podés mirarlo –dijo la señora cuando terminó, pegó la vuelta al escritorio y se sentó en su silla.

      Tico se entretuvo con el globo hasta que tocó el timbre. No pudo leer los nombres de los países porque recién había empezado primero y no sabía leer, pero se aprendió de memoria los colores de cada uno.

      —Ya podés ir al recreo, Vicente –dijo la señora.

      Tico no quería ir a ningún recreo. Quería quedarse ahí.

      —¿Me puedo quedar acá?

      Otra vez los ojos de huevo frito y la sonrisa que esta vez la señora no disimuló.

      —No. Andá al recreo y aprovechá para darle las galletitas a tu compañero.

      Tico no entendió porqué antes no y ahora sí, pero salió corriendo. Se frenó en la puerta, se dio vuelta y dijo:

      —Tico.

      Y volvió a correr sin darle tiempo a la Directora a contestar ni a preguntar.

      —Qué chico raro… –dijo.

      Era la primera vez que alguien lo decía en la escuela, pero como ya vimos, no la última. Y ese fue el primer problema de Tico, pero no fue el último. Eso sí, la señorita Leticia nunca más le volvió a apretar el brazo.

      Llegados a esta altura, me parece que ya es hora de hablar un poco de Tiago quien, desde ese día de las galletitas se transformó en el mejor amigo de Tico para siempre. Cabe aclarar también que, a partir de ese día, Tico compartió las galletitas con Tiago, y ya no era que le convidaba sino que decidió que las galletitas eran de los dos y a veces, juntos, decidían darle una a algún otro muerto de hambre que les cayera bien.

      Con el tiempo Tico y Tiago se hicieron inseparables. Las maestras los llamaban “el dúo dinámico”, porque eran dos y no se quedaban quietos; los compañeros los llamaban “Batman y Robin”, sin definir nunca quién era Batman y quién era Robin, pero seguros de que eran dos e inseparables. Hay muchos otros nombres que les podrían haber puesto: “Tom y Jerry”, pero no eran animales; “el Gordo y el Flaco”, pero no eran ni gordos ni flacos o “Hansel y Gretel”, pero ninguno era nena. En fin, “Batman y Robin” fue lo adecuado para nombrarlos. Los más grandes del colegio, un poco menos cariñosos los llamaban “par de tontos”.

      Porque, aunque nos duela, tenemos que aceptar que Tico y Tiago no hacían maldades, solo hacían tonterías. Tonterías incomprensibles. Y así podía vérselos, siempre juntos, caminando por el patio con el brazo de uno por arriba del cuello del otro, o sentados en el piso durante los recreos, uno al lado del otro, comiendo “sus” galletitas, sin meterse con nadie y sin que nadie se metiera con ellos.

      Y eso que podría decirse que eran como el agua y el aceite. ¡Ay!, esto necesita una nueva explicación. Voy a intentarlo: si ponemos en un vaso un poco de agua y un poco de aceite, vamos a ver que no se mezclan, que el agua sigue ahí y el aceite también; no como si ponemos coca y agua, por ejemplo, que se transforman en un solo líquido amarronado. El agua y el aceite son distintos, no se mezclan y por eso cuando dos personas son muy distintas se dice que son como el agua y el aceite o como el día y la noche, que tal vez sea más claro, porque todos sabemos que el día y la noche son bien distintos.

      La vida de Tiago era muy distinta a la vida de Tico, aunque los dos tuvieran seis años, fueran a la misma escuela, se sentaran en el mismo banco y comieran las mismas galletitas.

      Para empezar, Tico no tenía hermanos y Tiago tenía cuatro, dos más grandes y dos más chicos. Luis, el de catorce; Julián, el preferido de Tiago; Karina, la que estaba en Jardín y tenía el pelo renegro (bueno, toda la familia tenía el pelo negro, menos el papá de Tiago que lo tenía negro y un poco blanco, pero Karina lo tenía más negro que ninguno de sus hermanos o así parecía por las trenzas duras y prolijitas, atadas con dos gomitas rosas en la punta, que le hacía su mamá); y al final de la lista, venía el bebé, la nueva adquisición de la familia, cuando ya todos creían que había suficientes hermanos.

      Tiago vivía en una casa muy vieja. De eso se enteró Tico en segundo, cuando su amigo lo invitó a jugar por primera vez. Cuestión que los cinco hermanos dormían todos juntos en una única habitación, que más que habitación era como un pasillo largo. Había también en la casa una cocina con mesa, tele y ollas, todo junto. Único lugar para comer, ver tele, hacer los deberes y planchar. Había momentos en los que en la cocina se producía un verdadero embotellamiento y bien hubiera estado que pusieran semáforos o al menos que sortearan turnos para usar la mesa, que siempre era requerida a la misma hora y al mismo tiempo. Tico, una vez, le preguntó a su mamá si podía invitar a Tiago a vivir a su casa. La mamá le contestó que de ninguna manera. Que cada chico debe vivir en su casa y con su familia, pero que podía invitar a Tiago a dormir por una noche.

      Esa fue una noche de fiesta. También fue en segundo grado. Tiago no podía creer que Tico tuviera una habitación para él solo y mucho menos que todos esos juguetes también fueran para él solo. Tico le prestó todo y por la noche, antes de que los ojos se le cerraran de sueño, le dijo que los juguetes eran como las galletitas: desde ese día iban a ser de los dos.

      Y así como Tiago se había fascinado con la habitación llena de juguetes de Tico, Tico se fascinó con la habitación llena de hermanos de Tiago. Tiago, para retribuirle la copropiedad de galletitas y juguetes, decidió compartirle lo único que tenía en cantidades: hermanos. Le dijo que desde ese día, también sus hermanos iban a ser de los dos. Así que Tico empezó a tener de golpe cuatro hermanos. Sí, cuatro, porque Tiago era su amigo.

      Todo era perfecto: compartían el mismo banco, las galletitas, los juguetes, los hermanos y además sus papás tenían el mismo trabajo: construir casas; el papá de Tiago como albañil, el papá de Tico, como arquitecto. Una verdadera familia.

      Pero todo esto lo descubrieron mucho más adelante, no el día en que decidieron compartir las galletitas. Ese día solo descubrieron que serían amigos para siempre.

      Hechas ya las presentaciones que nos permitirán conocer un poco mejor a estos dos amigos, vuelvo al tema, muy difícil de explicar, de por qué todos pensaban que Tico era “un chico raro”.

      Según el Diccionario de la Real Academia Española, que es el diccionario que nos explica el significado de tooooodas las palabras en castellano, nos dice cómo se escriben y cómo se usan y que, básicamente,

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