Скачать книгу

más había aprendido con los cómics porno que mi primo tenía en casa de los abuelos. En uno de estos vi por primera vez cómo una lengua tocaba una vulva. El chico, con cuidado, levantaba la falda de la chica (que no llevaba ropa interior). Tenía la lengua bien estirada mientras sus manos aguantaban la falda levantada; la chica envuelta de placer al sentir la punta de esa lengua tocar su vulva.

      Aquella imagen todavía consigue excitarme hoy.

      Ahora, de repente, sentía que me estaba perdiendo algo…

      ¿Por qué ellos siempre se corren y yo no?

      ¿Qué hago mal? ¿Algo está mal en mí? He leído alguna cosa sobre orgasmos femeninos… O sea: los tenemos… ¿O son ciencia ficción?

      ¿O quizás son los hombres con los que he estado los que hacen algo mal?

      ¿Y qué es lo que hacen mal?

      ¿Qué falla? ¿Qué me estoy perdiendo?

      ¿Dónde están mis orgasmos?

      Capítulo 2

       Junio

      El hombre detector–de–mis–dos–orgasmos era un tipo atractivo que ya pasaba de los cuarenta.

      Su sonrisa apareció un día delante de mi mesa. Venía a entrevistarse con Ferran, el director del despacho donde yo trabajaba como abogada.

      —Buenos días, estoy buscando a Ferran. ¿Sabes dónde lo puedo encontrar? Tengo una cita con él.

      Pues no me importaría que tuvieras la cita conmigo….

      Tenía los ojos verdes (no sabía qué tenían los ojos verdes, que conseguían hipnotizarme) y su voz era profunda, como la de un locutor de radio. Su mirada entró directamente al fondo de mi cerebro y aquella voz me generó un agradable cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo.

      Estaba en aquel momento de mi vida… Un tanto revolucionada y con ganas de conocer gente nueva y hacer cosas diferentes de las que había hecho siempre:

      La pareja de siempre, el trabajo de siempre, las rutinas de siempre…

      Un año antes, a los treinta y siete, decidí empezar por romper con mi pareja de siempre y padre de mis dos hijos (un niño y una niña, mellizos).

      Bueno, para ser exactos, fue él, Alex, quien tomó la decisión, pero con el tiempo cada vez tenía más claro que me había hecho un favor.

      Teníamos una vida «normal» y aparentemente nada que hiciera presagiar aquel desenlace. Los dos trabajando, nuestra hipoteca, los niños, las salidas de los findes, nuestros amigos…

      Una tarde, dos semanas después de las vacaciones de verano, Alex me preguntó en la cocina mientras preparábamos la cena:

      —Sara, ¿tú eres feliz?

      Estaba cortando tomate para la ensalada y le contesté despreocupada, sin dejar de cortar:

      —¿Yo? Sí. Claro

      —Quiero decir... que si estás contenta con la vida que tienes. —Hizo un silencio de unos segundos—. Es que yo… Yo, no.

      Levanté la vista del tomate y lo miré como quien mira un extraterrestre.

      —¿…? ¿Qué quieres decir, Alex?

      Y Alex me explicó:

      Yo le parecía una persona estupenda y me quería mucho como la madre de sus hijos, pero lo nuestro como pareja, según él, no funcionaba. Tenía ganas de experimentar otras cosas y estar con otras personas.

      Yo no entendía nada…

      Pero si estamos bien, acabamos de volver de las vacaciones, tenemos una convivencia buena, nos entendemos, hacemos cosas los cuatro juntos….

      ¿Dónde está la cámara oculta?

      De repente me sentía como si me faltase el aire y la tierra se abriese y yo cayera por un agujero sin fin sin poder hacer nada.

      —Vamos a hablarlo Alex —le dije.

      Pero Alex ya había tomado la decisión cuando me lo contó. No había opción a réplica y no había terceras personas, según él.

      Todo lo que conocía se desmoronaba… Al principio no me reconocía a mí misma, no sabía qué hacer, me sentía como perdida y sola. Seguía con mi trabajo y los niños pero funcionaba con el piloto automático, porque no sentía que estuviera viviendo realmente.

      Estaba acostumbrada a hacer todo con Alex… ¡¡Llevábamos tantos años juntos!! Jamás me había planteado mi vida sin él.

      En realidad, había adaptado mi vida a la suya, a sus aficiones, aunque realmente no fueran las mías, pero ya me parecía bien.

      A partir de aquel momento, cuando lo miraba, era como si estuviese viendo a otra persona, pues no reconocía en aquel hombre al Alex del que me enamoré.

      No sé si yo soy la misma de la que él se enamoró…, me preguntaba, porque hacía tiempo que no me miraba desde esa perspectiva. Hacía tiempo que no me miraba desde ninguna perspectiva: mi vida se basaba en mis hijos, mi trabajo, la casa, mi marido… y estaba contenta. Pero no tenía muy claro dónde se había quedado Sara.

      En realidad, si era sincera conmigo misma, hacía tiempo que Alex y yo no teníamos la misma química. Ni el mismo sexo… aunque esto no me parecía tan raro: los dos vamos cansados... los niños por el medio… es normal.

      De poco servía buscar motivos.

      Alex ahora quería otras cosas.

      No sé qué coño es lo que quiere, pero está claro que no me quiere a mí…

      Y esto me dolía, mucho. Me dolió durante mucho tiempo, pero en el fondo tengo que estar agradecida porque, probablemente, si él no hubiese tomado esta decisión, yo habría seguido igual y no habría podido experimentar TODO lo que he vivido después… Así que gracias, Alex.

      Me centré en mis hijos y en mi trabajo, pero en modo neutro–total: seguía viviendo, pero sin sentir.

      Tardé tiempo en situarme, en empezar a descubrir o recordar qué le gustaba hacer a Sara. Alex era muy buen padre y me apetecía aprovechar mi tiempo libre mientras los niños estaban con él, aunque al principio lo único que me apetecía era encerrarme en casa y esconderme bajo la manta del sofá. Pero empezar a hacer cosas me ayudó a dejar de pensar en bucle. Ya lo dicen que el tiempo lo cura todo y es cierto; poco a poco me fui viniendo arriba y me volví celosa de mi tiempo: no quería perderlo con personas o experiencias que no me apeteciesen realmente.

      Era como despertar a una segunda adolescencia, pero con algo más de experiencia que a los quince.

      Y en esas estaba entonces, dispuesta a conocer personas nuevas, encantada de que el destino me trajera al despacho tipos atractivos como este.

      Intenté no mostrar mi agrado por él, pero no tuve ningún reparo en dejar lo que estaba haciendo para acompañarlo al despacho de Ferran.

      Esa voz profunda y serena me parecía muy sexi y varonil.

      Bueno, por no hablar de su trasero. Llevaba unos pantalones chinos color beige que le marcaban un culito brutal, algo poco habitual en los pasillos del despacho. Esto me inspiraba ya otro tipo de cosas ;)).

      No me quitó los ojos de encima durante el trayecto.

      Aquella mañana yo también tenía el guapo subido.

      No sé cómo se lo hizo venir pero en el ascensor se encargó de hacer un comentario para hablar de su ex.

      ¡¡Está separado!! = «disponible»

      Lo sé: una reacción un tanto infantil, pero fue lo que me salió en aquel momento. A veces tenía la sensación de que los tipos interesantes estaban todos «pillados».

      —Qué te voy a contar a ti de los ex, si trabajas en un

Скачать книгу