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turno.

      Hugo se incorporó un poco y cruzó los brazos sobre el pecho.

      —¿Quieres que te hable de mí? Bien. He estudiado en Gainesville, Boston y Miami. Mi familia viaja mucho. Tengo más hermanos que dedos en una mano, una madre adorable y un padre bastante capullo al que a veces he pensado en matar. Me gusta la música urbana y me la sopla lo que digas: al café se le pone hielo en verano y la pizza con piña es cojonuda.

      Marc estuvo a punto de soltar una carcajada. Aquel chaval parecía cabreado por tener que darle explicaciones. Era gracioso. Y tenían varias cosas en común.

      —Yo también estudié en Boston y he pensado en matar a mi padre —comentó con tranquilidad. Apoyó los codos en la mesa y lo miró con fijeza—. ¿Podrías decirme por qué estás aquí, aparte de por la insistencia de tu hermano? ¿O fue él quien mandó la solicitud?

      —La mandé yo como plan B.

      —¿Plan B? —Las cejas de Marc salieron disparadas—. ¿Miranda & Moore SLP es tu plan B?

      —Mira, la verdad es que ahora mismo no tengo ningún plan. ¿Quieres que sea sincero?

      —No creo que la verdad sea mucho peor que lo que estoy viendo.

      —Hace dos semanas iba a enviar la solicitud a Leighton Abogados, porque mi novia pretendía trabajar en ese bufete y me hacía ilusión que estuviéramos juntos. Ya sabes, ese sueño estúpido de tener a la mujer que quieres hasta en la sopa, porque crees que no te vas a cansar de ella. Crees que tu mundo gira en torno a su ombligo, y estás contento con eso, pero luego demuestra ser una zorra y tienes que buscarte la vida. Me jodió, y yo decidí que me la sudaba Leighton Abogados, y me la sudaba estudiar para los exámenes, así que si había suerte y aprobaba, bien. Si no, mi padre me enchufaba en sus negocios en Madrid, y a tomar por culo. Resulta que aprobé. —Levantó las manos—. Y aquí estoy, solo porque eché solicitud por si acaso, y porque si es verdad que ella va a trabajar en el puto Leighton Abogados, pues más me vale estar en la competencia.

      Marc se quedó de una pieza después del discurso.

      —O sea, que realmente quieres trabajar aquí —resumió, sorprendido—. Porque tu ex es una zorra, claro, pero hay un interés real.

      —Ahora mismo todo me importa una mierda, Marc. —Y recalcó su nombre quitándole toda la importancia que pudiera tener. Aquello le dejó pasmado—. Pero estoy seguro de que cuando se me pase y recuerde lo que estoy diciendo, me voy a dar un cabezazo contra la pared, porque solía ser la ilusión de mi vida. Convertirme en abogado y tener ambiciones, en general.

      —No me lo estás poniendo muy fácil para que te contrate.

      —Mira, podría haberme presentado aquí con un discurso muy estudiado. Hola, soy Salamanca, hablo inglés y español fluido y tengo un nivel aceptable de francés. Excepto por la patética calificación en el BAR, siempre he sido un chaval de matrícula de honor. Hasta lo habría adornado con estupideces como que en mis ratos libres juego al ajedrez, escucho a Beethoven y toco el piano a cuatro manos que te cagas. Pero tú estás hasta la polla de eso, y no sería cierto, porque prefiero el FIFA y solo sé tocar los huevos.

      —Me consta. ¿A dónde quieres llegar?

      —A que lo único que puedo hacer es ser sincero. Es lo que vas a obtener de mí si de verdad te estás pensando aceptarme: honestidad bruta, desagradable, incómoda. De la que hace llorar a la gente.

      Soy un hombre trabajador, humilde y sincero. Mi punto débil son las tías buenas...

      —El de todo el mundo —sonrió él, con simpatía—. Así que todo esto viene por tu ex. De no ser por ella, habrías venido acicalado y con una sonrisa agradable.

      —No habría venido. Estaría siendo entrevistado por Leighton. ¿Qué más da?

      Marc apoyó la barbilla en la mano y se lo quedó mirando largo y tendido. Su expediente no mentía: excepto por la nota del BAR, tenía matrícula de honor en todas las materias. Con las pintas que se calzaba, dudaba que hubiera aparecido en una sola fiesta universitaria. Era de los que se quedaban en su habitación estudiando hasta la migraña. Pero su personalidad no quedaba reducida al ratón de biblioteca, porque era directo, cruel, autocrítico y no había babeado su alfombrilla entre halagos entrecortados. Eso le daba muchos puntos.

      Tras un breve silencio, le hizo un par de preguntas técnicas. No más que supuestos de enfrentamientos judiciales que él resolvió recitando de memoria algunos códigos, y en otros ejemplos, dejando volar su imaginación para dar con las soluciones más eficaces.

      —No sé si te has fijado en la gente que trabaja aquí, Hugo —dijo en un momento dado—. Hay que tener una talla concreta, y pertenecer a un canon físico específico. No es una ley que dicte yo; Moore cree que es importante dar buena imagen. Se deja llevar por lo visual.

      —Eso explica que se haya follado a todas sus secretarias.

      Marc soltó una carcajada, que cubrió al final con la mano. Menudo desgraciado.

      —¿Te crees que no sé que soy feo? ¿Y te crees que me importa un carajo? No me importa si me tengo que inscribir a un gimnasio y tomar pastillas para los granos; iba a hacerlo igualmente porque ya me han tocado los cojones con este tema suficiente. Así que, si vas a echarme, que no sea por eso. Porque si lo haces, dentro de cinco años nos encontraremos en un estrado... Y estaré más bueno que tú, aparte de ser el primero que te destroce delante del juez. Créeme, me he estudiado todos tus casos y podrías haberlo hecho mejor.

      —Eso ha sido muy atrevido para tratarse de un tío que quiere trabajar conmigo.

      —Perdona, pero teniendo el culo en carne viva pensaba que ya te habías cansado de que te lo lamieran. Me estaba limitando a innovar para divertirte un poco.

      Marc sonrió. Era rápido devolviendo las pullas, no le tenía ningún miedo, y parecía que no se pasaría los meses de prueba trayéndole pastelillos de la panadería de su abuela para sobornarle.

      Que nadie le malinterprete: el chaval era un cúmulo de defectos, la mayoría insalvables, pero en ellos estaba su encanto personal. Y Marc estaba muy sensible. Iba a aceptar al primero que le conmoviera.

      —Me caes bien, Hugo. Pero tengo mis dudas. Una de ellas necesito resolverla ahora.

      —¿Cuál?

      —Cuando dices música urbana, ¿a qué te refieres exactamente?

      Que no pareciese sorprendido por la pregunta le gustó. Necesitaba a su lado a alguien que no le pusiera caras nunca. Para eso ya tenía a Nick, quien no llevaría muy bien compartir el derecho a llamarle imbécil.

      —Calle 13, sobre todo.

      Marc asintió.

      —En ese caso quiero que te compres un traje para cada día de la semana, vengas a correr conmigo todos los días a las cinco, y le hagas la pelota a mi secretaria como nunca se la has hecho a nadie. Eso para empezar. Por otro lado, espero que ni se te ocurra acercarte a Leighton Abogados para nada. Son irrelevantes para mí, pero no me gusta la gente que quiere llevarse bien con todo el mundo. No me gusta la gente que lo quiere todo, a secas.

      —Tú lo quieres todo, sin ir más lejos.

      —Por eso evito que la gente quiera lo que va a ser o ya es mío.

      —Sonrió, ladino y rodeó la mesa—. Si te veo una corbata de rayas, te la quito. Si te pones zapatillas con el traje, te despido. Y si se te ocurre joder a alguien de mi equipo, en cualquier sentido que se te ocurra, prepárate para no volver a trabajar de esto en la vida. Aparte de esto, vas a hacer todo lo que yo diga. Puedes quejarte, he decidido contratarte para que me cuestiones, pero no te interpongas en mi camino ni hagas nada por tu cuenta. ¿He sido claro? ¿Tienes alguna pregunta?

      —Sí. ¿La rubia del tercer mostrador del recibidor forma parte de tu equipo?

      —No.

      —Menos mal. —Y sonrió, demostrando tener

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