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—balbuceó, mirándose los zapatos—. No se me da bien comunicarme si no tengo confianza o no estoy en un estrado. Lo mío es ser abogada, no ser...

      —¿La fantasía de alguien?

      Aiko lo miró sin respirar. Sus potentes ojos azules fueron un mazazo de realidad.

      Más realidad. Ya no sabía cómo sostenerla.

      Él se acercó un poco más, y le demostró que podía superar el desbordamiento de sus emociones del ascensor siendo algo más directo. No la besó. Parecía reservarlo para cuando quisiera matarla. Pero la envolvió con los brazos y desplazó las manos por su trasero, mojado y embutido en una falda ceñida. Ahí se dio cuenta de lo grande que era respecto a ella… de lo sincero que era al admitir sus intenciones.

      Lo que fue al principio un pseudoabrazo relajado y una pequeña expedición de reconocimiento, se convirtió en dos garras ansiosas por apretar todo lo que pudiera contenerse en un puño. Marc pellizcó la carne más tierna de sus nalgas y ciñó las manos a su cintura como si quisiera tomarle las medidas; pareció buscar algún interruptor secreto al suavizar las arrugas de la camisa empapada, llegando a desabrochar por casualidad un par de botones. Aiko hiperventilaba el doble porque él la miraba. Esa era, claramente, su mejor forma de convencer e intimidar al público. Mirar. To look. Regarder...

      La estaba manoseando en un servicio como si no fuera a existir otra oportunidad de hacerlo.

      En el ascensor había sido pasional, pero no desquiciado. Nada que ver con ella, que enrojecía, y temblaba, y no sabía qué hacer consigo. No importaba porque él la estaba tratando como nunca se atrevió a admitir que quería, sin galantería, sin cuidado..., y lo estaba haciendo sin ninguna devoción, ni perdido en sus emociones.

      Aiko había odiado eso: que los hombres la trataran como si fuera de cristal, que la agasajaran continuamente, que la tomaran de la mano y pareciesen complacidos del todo con un simple beso. Marc no estaba aburrido apretando sus pechos hasta arrancarle un jadeo de placentero dolor, pero lo tenía todo controlado. No como ella. Era metódico

      y ordenado, y también sucio y caliente. Las manos de los otros habían sido reverenciales e histéricas, muy confusas... La forma de tocarla de Marc, en cambio, lograba decir muchas cosas. Entre ellas que quería hacer más, que no iba a ser cuidadoso, y que no pretendía exteriorizar su pasión hasta que la mereciera.

      —¿Por qué haces esto? —preguntó ella entre cortas respiraciones. Se abandonó a la incursión de sus dedos bajo el dobladillo de la falda, distraída y flotando con sus besos sobre el sujetador—. ¿Q-quieres que mañana no sea capaz d-de mirarte a la ca... cara?

      —Lo que quiero es follarte —gruñó en su oído—, y como Dios manda. No es muy difícil de comprender, ni de realizar… ¿No crees?

      Aiko cerró los ojos, conmocionada.

      Follar. To fuck. Baiser.

      ¿Acababa de decir lo que acababa de decir? ¿Había hecho que la palabra con efe sonara bien? ¿Era de esos que tenían ese poder...? ¿Y cómo coño mandaba Dios que se follara? Madre mía, debía ser celestial.

      —Marc, escúchame... eres... eres muy atractivo y es verdad que... —Sus manos no cesaban de moverse; buscaban algo que no encontraban y eso las volvía más ansiosas—. Por favor, suéltame para que pueda pensar...

      Obedeció. Sus brazos cayeron inertes a cada lado de su cuerpo. Pero no se distanció ni un solo milímetro, así que cuando Aiko siguió hablando, lo hizo tan cerca de sus labios que tuvo que mirarlo a los ojos para no dar la señal equivocada. La tuvo que dar a pesar de todo, porque la cercanía fue tan brutal que su atractivo la fulminó. Y a saber cómo se disimulaba eso.

      —Dios..., eres perfecto —murmuró con voz queda, acariciando su mejilla como si no pudiera creérselo—. L-lo eres, no tengo problemas en admitirlo, y... tampoco en decir que me siento atraída hacia ti. Puede que me atreviera a hacer cualquier cosa que se te ocurriese, puede que... que en lugar de dejarlo estar, decidiese dejarme llevar...

      Él pareció momentáneamente confuso.

      —No puede ser tan fácil. No es posible que sea tan fácil hacerte claudicar. Debe haber alguna trampa.

      —S-sí... que hay muchos impedimentos p-para llegar a eso...

      —Solo uno: crees que no es posible.

      —Trabajamos juntos, eres el ejemplo de hombre del que hay que huir, yo no puedo implicarme con nadie, me cuesta, y... Y yo no puedo acostarme con alguien porque sí.

      —¿Porque sí? —repitió él, perplejo.

      —Yo necesito... Necesito una mínima conexión con alguien, ¿sabes...? Como... Un vínculo. Si cediera a lo que propones me acabaría sintiendo mal. No me gusta ponerme en manos de alguien solo por su capricho, sabiendo que luego... Me ignoraría, o haría de cuenta que no me ha visto. En resumen, no estoy preparada para esa clase de... Lo que sea. Y aunque lo estuviera, querría ciertas garantías que un hombre como tú no puede darme.

      Marc parpadeó una sola vez. Fue tan visible que le sorprendía su respuesta que Aiko no supo cómo tomárselo. Es decir... No le extrañaba ni un poco que se quedara de una pieza ante una negativa: ¿quién le diría que no a un polvo con un tipo clavadito a Jason Morgan? Pero por otro lado, su asombro parecía de otro mundo, porque se inclinaba hacia la confusión. Tal vez no quisiera renunciar a sus deseos y no tuviese idea de cómo convencerla.

      A su favor, podía decir que le resultaría difícil. Aiko era muy débil cuando la desequilibraban, pero teniendo las cosas claras nadie haría que cambiase de opinión.

      Al margen de eso, le dolió que no se molestara en desmentir el planteamiento de la que era la actitud de un seductor. No había dicho que no fuese a ignorarla, ni que no fuera de esos tíos que no se preocupaban por su compañera. Eso solo le daba la razón, lo que le concedió un motivo muy poderoso para apartarse lo antes posible. Tenía que aprovechar que se había quedado en shock para salir de allí.

      En fin... Nada decepcionante, ¿no? Ni que se hubiera presentado como el príncipe azul, el hombre ideal, el protagonista de novela. Ese solo había sido ella atribuyéndole, sin querer, cualidades a su gusto. Solo porque era... perfecto.

      De todos modos, ¿qué más daba? Fuera o no fuese el caballero de la brillante armadura, fuera o no fuese perfecto, los príncipes azules también desteñían.

      Lo decía Megan Maxwell, así que tenía que ser verdad.

      1 Locución latina empleada por el emperador Julio César: vine, vi y vencí.

      4

      Las cebollas tienen capas; los ogros tienen capas

      Un día interminable lleno de tareas, reuniones con gente insoportable, ni un solo descanso para hacer deporte o llevarse algo a la boca: eso le esperaba aquel lunes a Marc, y no podía más que celebrar que así fuera.

      Era una cualidad única suya. Nadie con dos piernas y un cerebro funcional aplaudiría su agenda estando petada de compromisos casi hasta medianoche. Sabía que era un bicho raro en ese sentido, porque no era solamente adicto al trabajo, a diferencia de lo que pensaban sus compañeros. La cuestión iba mucho más allá.

      Él no amaba su empleo, ni dijo nunca de niño que pretendiera dedicarse a la abogacía. No era el sueño de su vida estando en la facultad, e incluso cuando había quedado de segundo en su promoción, sentía que era lo último que quería ejercer durante el resto de su vida. Pero era lo conveniente. Lo que le daría trabajo seguro, en lo que siempre destacaría. Si le gustaba o no, si se acostaba con una sonrisa en la cara y satisfecho con su labor o todo lo contrario, era lo de menos. Ante todo, debía ser factible, lógico y beneficioso. Conveniente. Y esto se trasladaba a cualquier aspecto de su vida. Las cosas no necesitaban pasión para llevarse a cabo, sino un método bien estructurado y objetivo. No hacía falta

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