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hotel. me senté en una de las mesas para admirar el paisaje deforme de los intelectuales. había de todo: arañas, topos, sanguijuelas, dinosaurios…

      uno de aquellos tipos que rendían pleitesía al gordo loco me reconoció y me pidió que me sentara con ellos, dado que estaba solo —como si estarlo fuese una condición paupérrima—. y yo cometí la estupidez de seguirlo. en efecto, nos sentamos alrededor de una mesa como lo hace todo el mundo, excepto por una realidad espantosa: ese nabokob trucho estaba justo frente a mí.

      y vos qué, me dijo.

      qué de qué, le respondí.

      ¿qué haces, a qué te dedicas, qué haces aquí?

      nada. yo bebo, aseveré.

      ah, otro chumadito que se cree escritor, sentenció.

      yo me quedé en silencio, con ganas, eso sí, de escupirle en el vaso que, justamente, le empezaban a servir. el mesero dio vuelta a la mesa mientras regaba tiernos chorros de ron sobre el hielo frío, muy frío, dentro del vaso.

      no pensarás que esto es gratis, me dijo. aquí nadie chupa al remo.

      entonces, en un impulso criminal, tomé el vaso, derramé el ron sobre su cara de busto, y me fui. uno de sus vasallos, el que me conocía, me insultó, pero ya su voz se golpeó con la imagen de mi dedo medio de la mano derecha eréctil, triunfal, como un pene.

      importante es que ría la vendedora de aguacates en el mercado como mi abuela. importante es que goce el cargador que suspira cuando piensa en el cuerpo de esa prostituta colombiana a la que le ha podido pegar un polvo.

      no se sabe si podré bailar pegado de una malagueña porque a estas huevonas no se les para un pelo si saben que van bien vestidas, como ya he dicho. la cerveza, por lo pronto, da vueltas alrededor del pozo turbio del olvido. todo lo que he dejado, todo lo que se ha quedado marchito en el fango de la memoria ahora es un desierto o quizá mejor un nevado frío y taciturno. quiero enterrar la imagen de mí mismo pero ahora viene y se me muestra desde un espejo trizado y me miro allí con la cara cortada, con la boca deforme de quien no puede decir su propio nombre. así son las cosas.

      siempre me han llamado willy desde pequeño. odio ser willy el pequeño y venir de un país de habla hispana. es como ser chino y llamarte eduardo. no tiene sentido, pero puede pasar. por eso la gente se cambia de nombre o tiene que cargar con esa cruz toda su vida. willy, anda a hacer la compra. willy, mira a tu hermana. willy, límpiate la nariz. willy, saca al perro. willy, no te emborraches. willy, mírame a los ojos, no me hagas daño. willy, vete de aquí, no quiero verte más.

      en ecuador llamarte willy es un gran chiste. deforman tu nombre hasta volverlo obsceno. willy the kid me gustaba. willy the kid odia las películas gringas dobladas al español por españoles, prefiere los subtítulos. willy the kid en málaga es un papagayo en cautiverio. te hubieras llamado john o peter o walter. pero no willy, por dios. das lástima. y sin embargo tienes que aprender a reírte de ti mismo porque si no se te cargan. por eso willy tuvo que estudiar y ser el mejor, como decía su padre. pero a quién se le ocurre estudiar literatura en un país imaginario. pues a willy, el imbécil.

      así willy, que soy yo, está sentado en su habitación de residencia con la ventana abierta y fuma como una puta gorda y solitaria. en lo alto, atravesando la calle, puede verse la cúpula iluminada de la catedral, que llaman la manquita. en ecuador debe haber amanecido y los millones de bichos mestizos estarán poblando las calles como ratas en una gran inundación. porque parece que se reproducen por camadas. yo iría gustoso por el cielo de quito en helicóptero tirando preservativos aquí y allá. no hay derecho a ser tan irresponsable. legiones y legiones de idiotas pariendo obreros, apenas desayunados, soñando silenciosamente con unos zapatos nuevos. así son las cosas.

      III

      la mayoría de lo que uno escribe no merece la pena: novelas inconclusas, cuentos decapitados, líneas como hijos feos que se mueren porque no hay quién les dé de mamar. uno escribe porque no soporta ver a su madre enferma en la cama de un hospital, porque le han salido cachos en vez de alas, porque lo que tiene que decir es propio y por ello legítimo y variado; escribe porque tiene resentimiento de sus padres, de su condición, de sí mismo; escribe por deseo, que es la manifestación más bella de la carencia; escribe porque quiere darle importancia a la «diminuta flecha envenenada»; escribe porque es persona non grata de su propia vida; escribe por incompetencia de trabajar y esto lo justifica; escribe porque es un mamón comelibros que también siente dolor como la cajera que lo mira detrás del vidrio con impresión de la miseria de su cuenta bancaria. escribe porque es humano y sufre. y punto. dije.

      es, sin embargo, un acto de entrega, una apuesta en la que se arriesga la propia vida en pos de la «salvación». por ello ha dicho bien juan josé millás: «ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimento a otro con los calcetines mojados». pero no hay pretensión romántica en ello, el que escribe literalmente puede resultar quemado por el fuego de su lenguaje insumiso. y aquello que se ha fijado sobre la página empieza a negar a su padre o a su madre como un hijo rabioso. dije.

      uno piensa que conrad no habría podido escribir el corazón de la tinieblas sin la visión, durante seis meses, de ese congo devastado por el rey belga leopoldo II. y también se da cuenta de que esa «motivación» solo es meritoria en función del resultado. es decir que el hecho de que malcolm lowry haya reescrito varias veces la misma novela no sería lo mismo si no fuera porque bajo el volcán es una obra maestra. los ejemplos superan, desde luego, la realidad —en sentido nietszcheano—, de la que se supone un escritor es un buen lector. pero ¿quién legitima el hecho literario como válido o no? ¿suponemos que existe un consenso subterráneo que sublima la obra en determinado momento? son quizá múltiples factores. y quizá allí mismo ya se pueda advertir un fin: la literatura es un ejercicio arduo del lenguaje donde el que se escribe se enfrenta a su propio aniquilamiento. dije.

      de allí también que toda obra, concebida como tal, asista paradójicamente a un entierro y a un nacimiento. o solo a lo primero. cuando ocurren los dos hechos, ha empezado la literatura, que nace del desplazamiento de quien la ejecuta, aun cuando su contenido se nos muestre como autobiográfico. para una gran cantidad de autores, la literatura es una forma de explicar su circunstancia, pero entre ellos y el objeto media el lenguaje, que trastoca toda intención. lenguaje que no es un medio de expresión, sino de implosión. lo que se ha producido es un estallido lingüístico del sentido. dije.

      es el sentido el que permite la asimilación de la obra como tal. la mera conjunción de palabras aleatorias no produce el sentido. incluso en las formas más surrealistas o herméticas hay un entramado de significación que permite acceder al texto. por ello la literatura es siempre mascarada, retrato infiel de uno mismo. ya de por sí, un juego de traducción de un lenguaje íntimo que algunos llaman originalidad. y aquello también es un fin, una búsqueda a la que el autor no parece llegar jamás, y si lo hace, no vuelve a escribir. dije.

      dicho entramado de significación, por tanto, está articulado por el pulso de un oficio que se aprende con esfuerzo y lectura. de allí que la relación hipertextual sea inmanente al hecho literario: todo texto remite a otro y así. por ello también la literatura en general es una forma de plagio, quizá la más bella de su formas, la más estética. pero no se debe confundir, porque dicho plagio ha sido devorado por la maquinaria de la bibliofagia, que puede producir una indigestión, por otra parte. dije.

      no es menos cierto que quien escribe suele negar, si no que escribe, al menos su motivación. aquello le causa una incomodidad. prefiere ir a ciegas, sabe que el objeto está más allá, pero cuando lo nombra, este desaparece. más bien evade el objeto para no turbarse. en el fondo, todo escritor es un evasor. si fuese directamente ya no tendría sentido. llega a tientas como el borracho a su casa. sabe siempre cómo llegar. dije.

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