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excusa del libro es tratar de convencer a J, amigo del narrador de Antropoceno obsceno, de que ante este «mundo que apesta» —extremo que ambos comparten— merece la pena hacer algo. J no comprende las quejas, los lamentos y la angustia del narrador y defiende dar la espalda al Antropoceno y disfrutar de lo que hay mientras se pueda. J es el nihilismo, la indiferencia ante el mal, la escapada.

      Para convencer a J, el narrador realiza un recorrido personal a través de nueve pasos que lo ayudan a decidirse a «asaltar» a su amigo, sin renunciar a sus propias inseguridades.

      El narrador no recorre las etapas en soledad, sino que lo hace acompañado por el pensamiento y el encuentro con personas que lo ayudan a tratar de aclararse —a veces a encontrar más dudas— en medio de la complejidad del momento que vivimos. Thierry Paquot, Bernard Stiegler, Isabelle Stengers, Pierre Rabhi, Gilles Clément, Santiago Cirugeda, Gilles Deleuze, Edgar Morin, Reinhold Messner, Valérie Chansigaud... Estas son algunas de las personas que lo acompañan en su camino, ya sea a partir de las citas que recopila o de las entrevistas, interesantísimas, que les realiza.

      Lo significativo de sus compañeros y compañeras de viaje es que abordan la cuestión del Antropoceno desde una perspectiva trans-escalar. Se transita de la filosofía y el sentido de la vida a la jardinería, la agroecología, la arquitectura, el montañismo o las vidas cotidianas. Desde esos temas se reflexiona sobre el capitalismo, el sentido del trabajo, la esclavitud del empleo y del paro, el miedo, la autoorganización, las alianzas público-sociales, los modelos de ciudad, las clases sociales, la exclusión y la necropolítica, las formas de autoengaños individuales y colectivas, etc.

      Kiza pone en diálogo a unos pensadores con otros, que mayoritariamente confían en la inteligencia de las personas y en la necesidad de conseguir un «deslizamiento del interés» hacia el momento que vivimos.

      Es también significativa la presencia del arte como intermediario entre la angustia y el cambio. La música, el dibujo o la montaña como aproximaciones a lo bello, al miedo o a la explicación, como alternativas y complementos al dato, a la información, a la imposible objetividad y neutralidad de la ciencia.

      Confiesa Kiza, hacia el final del libro, sentirse «antropocénicamente avergonzado» por no haber entrevistado a más mujeres. Creo que es verdad que falta una mirada, no tanto de mujeres sino de la perspectiva que ha estudiado el patriarcado como una forma de organización social que los sujetos patriarcales —autoerigidos como sujetos universales— han construido basándose en el despegue de la tierra y de los cuerpos de una parte de los seres humanos. Es una tarea pendiente para hacer alguna etapa más en este viaje que busca transformar a J, en realidad trasnformarnos a nosotros mismos. [Para profundizar en este tema, léase el epílogo del libro.]

      El Antropoceno no solo es la alteración de los equilibrios dinámicos de la biosfera, es también una especie de naufragio antropológico, como dice Santiago Alba Rico, es una disolución de la consistencia humana.

      Lo importante en este viaje al Antropobsceno no es si al final J abandona o no su cinismo indiferente. Lo importante es el camino que hace Kiza y cómo, al hacerlo, nos obliga a pensar en lo que somos como humanos y a plantearnos las preguntas esenciales sobre el sentido de nuestras vidas. Eso es lo que nos da la oportunidad de cambiar.

      No merecemos nada

      La denuncia es una forma que, en última instancia, inactiva. Lo que queda cuando todo está devastado es la denuncia. […] Dejemos de decir «¡merecemos algo mejor!». […] Tenemos el deber, si tuviéramos los medios, de fabricar algo mejor, pero no [el derecho] de esperar algo mejor.

      Isabelle Stengers,*

      entrevista de Béatrice Pignède para Clap 36.

      J

      Mi amigo J y yo estamos básicamente de acuerdo: este mundo apesta. Nuestra única diferencia es que yo me quejo y él ha decidido disfrutar de la vida. Para él, yo me obceco en lamentarme, lo que no me hace más que perder el tiempo, arruinarme la existencia. Él, por el contrario, se jacta de que, asumiendo que no puede hacer nada para cambiarlo, consigue disfrutar de los placeres terrenales.

      Le da igual que lo llame inconsciente. Él se ríe. Ante un mismo mundo (que ambos consideramos en extinción): él disfruta. Yo no. Aunque, en el fondo, ambos tengamos vidas bastante parecidas.

      Todo comenzó con la cita anterior de Isabelle Stengers, que J me envió la semana pasada por e-mail después de una larga sesión de bares en la que, una vez más, confrontamos nuestros puntos de vista. Tras despedirnos sin acuerdo, como siempre, no esperó siquiera la llegada de la mañana para enviarme, en plena madrugada, ese texto desafiante. Con él, me está diciendo: «Cállate ya o haz algo». Y yo, como un adolescente impulsivo y arrogante, he recogido en secreto su guante. Ahora es mi turno de crear algo que haga este mundo mejor y de demostrarle que, con su actitud despreocupada y descomprometida, está equivocado. Por supuesto, no tengo ni idea de cómo hacerlo.

      Lo único que se me ocurre es comenzar un viaje por este mundo obsceno y este tiempo obsceno en busca de argumentos que despierten a mi amigo de su letargo voluntario (él es tan consciente como yo de los problemas de esta época, solo que prefiere ignorarlos en su día a día) y plasmarlos en un libro. Un libro que, aunque sé de antemano que no hará mejor al mundo, al menos acalle de una vez por todas las tonterías y provocaciones desvergonzadas de J. Así de estúpidamente me lanzo, ofendido, a un vengativo viaje al Antropobsceno.

      I. GANARSE (O PERDERSE EN) LA VIDA

      De cómo vi que el dinero impone su viaje

      El capitalismo mata las profesiones, las descalifica, las rompe. El respeto de un «saber hacer» pasará por la salida del sistema. […] Desgraciadamente, el paro se va a generalizar. Pero puede ser también una oportunidad.

      Borja D. Kiza: —¿Cómo?

      Thierry Paquot: —Puede servir para decir a la gente: ahora no tienes trabajo, aprovecha para viajar tres meses allí donde estás. Son prácticas que no realizamos espontáneamente porque no sabemos que podemos viajar allí y a partir de allí de donde ya nos encontramos. Esto plantea una cuestión enorme, que es la del «otro lugar». En nuestra Tierra, completamente cartografiada y nombrada, en nuestra manera de vivir, ya no hay «otro lugar». Al comienzo de nuestros primeros grandes viajes, en el siglo xv, había los «otros lugares», sitios donde nadie había estado antes, y con ellos había un campo literario particular que era el de la utopía, como la que escribió Thomas More. Nos podían hacer soñar o representar algo que no habíamos visto nunca antes. ¿Por qué no imaginar otra sociedad más justa, etc.? Hoy en día ya no hay más «otros lugares», excepto en la ciencia ficción, si salimos de este planeta y vamos a la Luna o a Marte. Si no, estamos en un mundo finito y lleno.

      

      Ingenuo... ¿Thierry Paquot, al presentar el paro como una oportunidad, al creer en la recuperación de las utopías desde allí donde nos encontramos? Más que él, yo, al proponerme encontrar algo nuevo de valor que contar entorno al Antropoceno, sobre el que tanto está dicho y tan poco escuchado. ¿De verdad confío en que mi proyecto —que ni siquiera yo entiendo del todo— convenza a J? Aun así, debo seguir adelante. Al reescuchar la entrevista con Paquot, horas después de nuestro encuentro, me pregunto si, quizás, el Antropoceno comenzó el día en que se cartografió el último metro cuadrado de la Tierra y con él se hirió de muerte a la utopía humana. Antropoceno..., ¿el triste mundo de las no-utopías? Quizás es la nostalgia causada por esta carencia la que hace que una dicha particular nos tome cuando llegamos a un territorio hermoso pero, sobre todo, desconocido, vacío e inabarcable por nuestra vista y empezamos a explorarlo sin saber qué habrá en él. Un sendero virgen en la montaña, un bajo bosque desde el que parece intuirse una nueva playa... Libres del asfixiante Antropoceno y felices. Hasta que de pronto nos topamos con una parada de autobús o un chiringuito y todo nuestro placer se funde como un cubito de hielo dejándonos un sabor ácido en la boca del que intentamos librarnos escupiendo por doquier. La

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