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campo sanitario. Mis primas Helena y Cari (porque había que diferenciarla de mi abuela), eran amas de casa a jornada completa. Mi primo Manu (porque Manuel era mi padre), todavía estaba en el colegio. Mi hermano Alex (porque Alejandro era mi abuelo), se había metido de lleno en el taller de autos con mi papá. Los “tuneadores”, les llamaban en el barrio, y es que los dos trabajaban en un gran taller que se dedicaba a tunear autos. Mi papá era un “artesano” de la tapicería. Sus manos se encargaban de los pedidos más exigentes. Y mi hermano era el genio de los decibelios. Podía instalar cualquier equipo de audio en cualquier cosa que tuviese ruedas. Por fortuna o por desgracia yo no tenía auto. En fin, dejemos a la familia, que ahora tocaba trabajar.

      Lo peor de la planta de neonatología era ver la lucha que algunos bebés tenían con la muerte. Verlos tan pequeños y agarrándose con todas sus fuerzas a la vida era lo que me motivaba para seguir adelante. Mis problemas eran menos importantes, siempre. Ellos ponían la parte más difícil, yo solo les daba medicamentos, cuidados y amor.

      Cuando llegué por la noche a casa, después de ver luchar mano a mano a aquellos pequeños guerreros, me encontraba agotada. Mi cuerpo estaba molido, sobre todo mis piernas, pero mi alma estaba llena. Unas veces triste, cuando perdíamos la batalla, otras veces feliz, cuando parecía que la ganábamos.

      Cuando abrí la puerta de casa, ya noté que algo no iba bien. Normalmente, Jane está sentada en el salón, viendo algún reality show, en penumbra y con una caja de pañuelos de papel bien cerca. El sonar de mocos era mi recibimiento casi diario. Pero ese día no. Las luces estaban encendidas y las voces que escuchaba no procedían de la televisión. Cuando entré en el salón, casi sabía lo que me iba a encontrar. Sentados en el sofá estaban los padres de Jane, bueno, su mamá y su marido. Y enfrente, sentada en el reposabrazos del sillón y de espaldas a la puerta, estaba Jane. Cuando me vieron entrar, lo primero que vi fueron las sonrisas de Alexis y Tomasso Di Angello. El rostro de Jane se giró entonces a mí y la vi sonreír, pero había algo en aquella sonrisa que no acababa de gustarme.

      ―Oh, ¿ya estás aquí? Te estábamos esperando.

      Las piernas de alguien asomaban del sillón y recé porque esa persona tuviese el mismo gusto de zapatos que Noah. Pero no, su cabeza asomó por un hueco y sonrió mientras su brazo, que yo no había notado antes, se retiraba de la cintura de Jane.

      ―Hola, María. Me alegro de verte.

      Capítulo 2

      Su presencia allí me dejó tan impactada, que no me percaté del otro hombre que entraba en el salón por el otro lado. Su voz profunda y masculina me hizo volverme hacia él.

      ―Lo siento, he acabado con el jabón de manos.

      ―Oh, no te preocupes, Tonny. María lo repondrá enseguida.

      Cuando alzó la vista hacia mí, unos increíbles ojazos azules me sonrieron. Solo pude asentir. La sorpresa que Jane se había encargado de darme me había dejado sin palabras.

      ―Será mejor que te arregles para salir. Mis papás nos han invitado a cenar a todos.

      Genial. No solo tenía que saber que Jane iba a hacer pasar a “mi novio” Noah, por “su novio”, sino que además tenía que hacer de testigo. ¿Y qué iba a hacer?, ¿decir “no gracias, estoy muy cansada”, y dejar que la rabia me comiese viva?, ¿o ir, sonreír tanto como mis músculos faciales aguanten, y aprovechar la ocasión y cometer un homicidio en el baño de señoras de un restaurante que nunca volveré a pisar? Lo segundo pintaba mejor, porque no tendría que limpiar la sangre después.

      ―Ok, una ducha rápida y estoy lista.

      Caminé deprisa a mi habitación y cerré la puerta. Y no sé cómo sonó desde fuera, pero grité tan fuerte mi impotencia que no creo que la pobre almohada que tenía en la boca se recupere del shock. Menos tensa, que no más contenta, recogí algo de ropa y me dirigí al baño. Antes de cerrar la puerta levanté la voz, pero no me acerqué al salón. Seguro que mi cara aún estaba congestionada por el grito y no quería darles aún más motivos para pensar que estaba loca.

      ―Jane, ¿podrías dejarme tu secador? El mío hace ruidos raros.

      No esperé a que respondiera. Cerré la puerta, acomodé la ropa y acerqué la toalla a la ducha. Después abrí el grifo y esperé a que el agua cogiera temperatura. Seguir las pautas habituales era fácil de hacer. Eso, o salía ahí afuera, agarraba a Jane de los pelos y tiraba de ella hasta mi cuarto, donde tendríamos una “larga” y “desestresante” charla. Al menos lo sería para mí, cuando los pelos de su cabeza estuviesen en mi mano, y no pegados a su cuero cabelludo. Estaba apoyada en el lavabo, cuando dos golpecitos a la puerta precedieron a Jane.

      ―Aquí tienes.

      Le cogí por la muñeca y tiré de ella hacia dentro, cerrando la vía de escape a su espalda.

      ―¿Pero qué parte de NO es la que no entendiste?

      ―Lo siento, lo siento. Pero Noah llegó para llevarte a cenar y mis padres avisaron que estaban llegando… solo tuve tiempo de explicarle un poco por encima…

      ―E hiciste lo de siempre, rodaste la bola de nieve un poco más. ¿No comprendes que en cualquier momento te puede explotar en la cara? Bueno, explotarnos en la cara, porque al final te la has apañado para meterme en todo el lío.

      ―Perdóname, María. Te prometo que te… te compensaré. Además, no puede ser tan malo, solo será esta noche y después ya se me ocurrirá algo para arreglarlo, lo prometo.

      ¿Qué iba a hacer?, ¿matarla? Los actores estaban todos en escena y la obra ya había empezado. Así que, como decía Freddie Mercury, «Show must go on» (el espectáculo debe continuar).

      Doce minutos y medio, eso es lo que tardé en ducharme, secarme el pelo y ponerme un vestido, unas sandalias y recogerme la melena en un moño. Bastante calor tenía yo encima como para sudar más.

      * * *

      Transporte, estupendo, ahora a ver cómo nos repartimos en dos coches. Ya me había sentado en el de Noah, en el asiento trasero, que no había vuelto a probar desde un calentón de besuqueos que tuvimos hacía casi tres meses, cuando vi la oportunidad de poner las cosas en claro.

      ―¿Cómo pudiste dejarte enredar para algo así?

      ―¿Yo? Jane me dijo que te lo había comentado.

      ―Y le dije que no.

      ―Eso no me lo dijo. Bueno, el lío ya está en marcha, así que no podemos echar marcha atrás. Relájate, todo va a ir bien.

      Esa frase era la que más me molestaba, porque cuando alguien te dice “todo va a ir bien”, es que ni ellos están seguros de que vaya a hacerlo.

      La puerta del asiento del acompañante se abrió y un cuerpo enorme ocupó casi todo el espacio.

      ―Oh, espera. Está ajustado para alguien más pequeño.

      Sí, pensé, para mí. El asiento se deslizó hacia atrás y tuve que retirarme hasta el hueco de detrás del conductor. El coche de Noah no es que fuera muy pequeño, pero para un tipo como aquel, Tonny, dijo Jane que se llamaba, era considerablemente demasiado ajustado. Él tendría que viajar en un todoterreno para sentirse cómodo.

      ―Gracias. Jane va en el otro coche, así yo os indico dónde está el restaurante.

      ―¿Seguro?, si has llegado hoy a la ciudad, aún no sabrás mucho de calles.

      ―Pasamos esta mañana para reservar y luego fuimos a mi apartamento. Tengo grabado el camino en mi cabeza, no te preocupes.

      Nos sonrió a los dos, aunque se quedó mirando un ratito más en mi dirección. Estupendo, ahora sí que estaba segura de que se había oído el alarido salvaje que di en mi habitación. Pero como soy una persona muy correcta, le devolví la sonrisa y él pareció más contento, porque devolvió la vista a la

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