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está.

      Lo miré y le pregunté:

      —¿Quién?

      Alzó una ceja con ironía.

      —Enma, ya vale —murmuró agotado.

      Suspiré con fuerza, cogí mi plato y me senté de golpe. Luke hizo lo mismo y comenzó a comer, dando el tema por perdido. Mis ojos se quedaron fijos en el vaso que tenía frente a mí, hasta que, sin esperarlo, le solté a bocajarro:

      —Fui la amante de Edgar durante cinco años, y me fui de Waris Luk porque me enamoré de él y supe que jamás me amaría de la misma forma. Fin de la historia, ¿te vale?

      Dejó su tenedor en el aire, sin llegar a meterse la comida en la boca, y fijó sus ojos en mí de manera alarmante. Bajó el utensilio hasta su plato, se limpió con la servilleta y se pasó una mano por la barbilla.

      —¿Cinco años? —me preguntó sin poder creérselo. Asentí; él suspiró—. ¿Qué viste en él para estar cinco años a su lado? Es… Es… —Las palabras no querían salir de su boca—. Es que no tendría peores calificativos para definirlo. A fin de cuentas, es una persona huraña, gruñona, está todo el día enfadado… No sé, Enma. Y si me equivoco, entonces es que no han servido para nada los veinte años que he estado con él, tanto en el trabajo como en la parte que me corresponde como amigo, si es que eso existe ya… —Añadió eso último taciturno.

      —Él no es así. —Elevó sus ojos como si estuviera loca—. No siempre es así —rectifiqué.

      Sentí ese escozor habitual. Escozor que me tragué con mucho sufrimiento, porque tenía ganas de llorar y llorar. De desahogarme con alguien que no fuese conmigo misma. De dejarme mimar mientras me consolaban.

      —Ahora entiendo muchas cosas. —Lo observé sin entenderlo—. Su comportamiento cuando te fuiste fue desmesurado, algunas veces incluso aterrador. Fue… —pensó durante un momento— como si hubiera perdido el poco juicio que le quedaba.

      —Pues no lo pareció cuando no vino a buscarme.

      —Él no te echó. —Me miró y después me señaló con el dedo—. Tú te fuiste.

      —No me quedó otro remedio. No iba a cambiar su perfecta vida por una don nadie como yo.

      Se rio a mandíbula batiente.

      —En serio, Enma, ¿en qué mundo vives?

      —No te entiendo, Luke. Será que estoy espesa esta mañana…, o siempre —ironicé, porque vaya viajecito estaba dándole.

      —Edgar está en la ruina. —Abrí los ojos como platos—. ¿Por qué te piensas que se ha unido a Lincón? O busca soluciones, o el negocio se va a la mierda, y poco le queda.

      —Eso es imposible. Waris Luk es una de las cadenas de cruceros más grandes de Europa —defendí mordaz.

      —Una cosa no tiene que ver con la otra. —Prosiguió con su desayuno mientras yo lo escrutaba, esperando una respuesta que él pareció no querer darme. Tras dos minutos intimidándolo de esa forma, puso los ojos en blanco y dejó el tenedor sobre la mesa—. Apártate de Edgar todo lo que puedas y más, Enma. Es mi amigo, le tengo mucho aprecio, pero no es un buen hombre, y eso lo sabe todo el mundo. Eres una mujer inteligente, olvídate de lo que tiene entre las piernas. Seguro que habrá más personas que puedan darte lo mismo.

      Qué equivocado estaba si pensaba que todo giraba en torno al sexo.

      —Luke, no me enamoré de su polla; me enamoré de él —le espeté malhumorada.

      —Me imagino —me contestó con diversión, aunque su comentario había estado fuera de lugar. Puse mala cara, bufando como un toro al ver que la situación lo divertía, cuando a mí lo único que estaba consiguiendo era sacarme de mis casillas—. Edgar es un tío con muchos problemas tras él, y no olvides a Morgana, su mujer. —Recalcó eso último—. Por no hablar de que jamás hará sufrir a sus hijos por un simple capricho.

      —Si lo que quieres es minarme la moral, estás consiguiéndolo. Pero también te diré que hace tiempo que mi corazón se cubrió con una coraza para Edgar Warren.

      Medio mentí, porque estaba visto que la coraza de la que hablaba no era lo suficientemente fuerte.

      —Bajo mi punto de vista, te esfuerzas poco en disimularlo, o esa coraza no funciona. —Lo fulminé con los ojos—. Lo que no entiendo es por qué reaccionó de esa manera cuando le dijiste que parara. Edgar no es un hombre al que le den órdenes. Él da las órdenes.

      —Yo tampoco lo sé.

      «Mentira».

      Claro que lo sabía. Pero jamás desvelaría que el hombre más imponente de aquel negocio, el más agresivo, serio e implacable que todo el mundo veía, estaba obsesionado conmigo. Porque yo podía sufrir el resto de mi vida, pero nunca se me ocurriría destrozársela a él.

      —Aun así, no me gustó. Me sentí incómodo hasta yo, y eso no debes permitirlo.

      —Simplemente, detuve aquella locura, Luke. No saques las cosas de contexto —intenté desviar el tema para que no le diese más importancia.

      —Eso no es lo que vi. O eso, o es que iba hasta las cejas y con una simple palabra tuya se perdió.

      Arrugué el entrecejo al no saber qué había querido decir, y él pareció darse cuenta de la gran cagada que había cometido. Por lo visto, todos le guardábamos secretos al señor Warren. Lo insté con los ojos a que continuase, pero Luke movió los hombros quitándole importancia a su comentario.

      —Luke, no voy a decirle nada. Estoy contándote cosas que no debería, aunque te agradezca el gran acto de valentía que tuviste por tu parte, pero…

      Me cortó:

      —¿Quieres decir que me habría ganado en una pelea?

      Se hizo el ofendido, pero yo sabía que solo estaba intentando evitar la conversación; más o menos como había hecho yo con anterioridad.

      —Sí, estoy segura de ello. —Tuve que reírme cuando arrugó el entrecejo.

      —Sí. —Asintió mientras masticaba—. Creo que habría terminado en el hospital con las costillas rotas y los dientes en la mano.

      Aunque Luke era un hombre fuerte, alto y grande, yo sabía que en una pelea con Edgar pocas personas podrían decir que habían salido ilesas, y el pobre Luke sería uno más del montón.

      —Luke… —Me cansé de esperar.

      Suspiró, mirándome con pesadumbre.

      —Edgar se mete de todo menos miedo.

      —No sé si te entiendo. ¿Estás diciéndome que… consume drogas? —Me dijo que sí con un simple gesto, sin ninguna emoción en su rostro—. Yo nunca lo he visto —le aseguré.

      —Pues lo hace cuando le da la vena, Enma. Hazme caso, cuanto más lejos esté de ti, mejor te irá.

      Dejamos de hablar cuando Lincón se acercó a nuestra mesa. Tomó asiento en una de las sillas y nos indicó que en diez minutos empezaría una breve reunión para las agencias en la sala de congresos de la cubierta principal, donde se encontraba la recepción. Tras ese tiempo, aligeramos el paso por el gran pasillo hasta que llegamos a unas puertas dobles en las que había más gente esperándonos. Miré el final de la mesa. Había espacio para unas veinte personas. Presidiéndola, se encontraba Edgar, que no se percató de mi presencia.

      —¿Tú para qué vienes? —murmuré en el oído de Luke.

      —No lo sé. Si me lo ha dicho, será por algo. —Movió sus hombros—. Mira, a lo mejor se piensa que somos pareja. —Sonrió travieso.

      —No digas tonterías. Todo el mundo sabe que no te gustan

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