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no tiene remedio. Creyeron que la filosofía no podía ser la obra de un hombre, cualquiera que sea su genio, sino que, como la ciencia, progresa por la paciente colaboración de las generaciones que se suceden, cada uno de los cuales se apoya en el precedente para excederlo»[2]. Pero tampoco es posible negar la justicia de esta queja de un teólogo del siglo xii, Adelard of Bath 3: «Habet haec generatio ingenitum vitium, ut nihil quod a modernis reperiatur putent esse recipiendum, tiene esta generación un vicio ingénito: que estiman que no ha de acogerse nada de lo que los modernos encuentran»[3].

      Es necesario abrir paso a lo nuevo, porque no se trata de lo nuevo por lo nuevo, sino de lo nuevo por lo verdadero, de lo nuevo en el ser.

      He dividido estas páginas en dos partes: la Primera trata del problema de la mutabilidad de la verdad tal y cómo se lo planteó santo Tomás de Aquino. Se procura también “ambientar” las soluciones tomistas, para ir, como de paso, introduciendo la cuestión de la historicidad. La Segunda trata de la historicidad de la verdad, con algunos problemas conexos: los caminos de posibilidad de una profundización en la verdad. Ambas partes tienen una única conclusión; progresar en la verdad en el trasfondo de su inmutabilidad. La grandeza de la verdad, en el ser humano, radica precisamente en el campo indefinido que ofrece a una comprensión variable.

      [1] De la esencia de la verdad, Herder, Barcelona, 2009, p. 69. Transcripción de un curso impartido en la Universidad de Friburgo, 1931-1932. Retoma el tema de la conferencia La esencia de la verdad, de 1930.

      [2] PARIS. G., La littérature francaise au Moyen Age; Hachette, París, 1888.

      [3] De BARTH, A., Quaestiones naturales, prol. dans Marténe et Durand. Thesaurum novum anecdotorum, I, 2a 1, citado por CHENU, M. D, La théologie au douziéme siecle, París, Hachette, 1957, p. 3. La dialéctica “antiguos” / “modernos” es muy anterior a la Modernidad.

      PRIMERA PARTE

      1.

      HISTORIA DE UNA DEFINICIÓN

      Pero antes de intentar esclarecer esa definición, convendrá señalar someramente la historia de la concepción de la verdad, la historia de la definición: historia compleja, porque el tema de la verdad es —ni más ni menos— el tema de la filosofía o del saber.

      Santo Tomás recoge la tradición filosófica de esta definición de verdad, y la elabora ya desde sus primeros escritos En los Comentarios a los libros de las Sentencias, en el De Veritate, en la Summa contra Gentiles, en la Iª pars de la Summa Theologiae… Es una cuestión que aparece y reaparece en todo el pensamiento tomista.

      El texto está lleno de sugerencias, y las más importantes se refieren directamente a la cuestión que aquí se trata. Interesa destacar en este momento algo que en el texto se dice abiertamente: que en la adecuación que es la verdad, intellectus et res (“cosa” tiene un sentido amplio equivalente a “lo que es”, a lo ente) no se comportan “como modelo y fotógrafo”, por poner un ejemplo; si es verdad que el ser de la cosa es la causa ontológica de nuestro conocimiento (y de la verdad), no lo es menos que al conocer prefiguro en cierto modo la cosa.

      De Descartes a Heidegger hay un paréntesis crítico. La verdad se hace inmanente. No falta tampoco el escepticismo: para Bacon veritas est filia temporis. Y cuando el racionalismo se convierte en idealismo, la verdad se concebirá dentro del ciclo de la evolución del Espíritu Absoluto. No es el momento de detenerse en un análisis de la concepción de la verdad en el pensamiento filosófico que va de Descartes a Heidegger. Pero interesa precisar —aunque ahora sea de paso— la concepción que tiene de la verdad el filósofo existencialista alemán.

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