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con que comprar una cuerda, y tendrá que ahorcarte el pueblo á su costa.

      EL DUX.

      Te concedo la vida, Sylock, áun antes que me la pidas, para que veas cuánto nos diferenciamos de tí. En cuanto á tu hacienda, la mitad pertenece á Antonio y la otra mitad al Estado, pero quizá puedas condonarla mediante el pago de una multa.

      PÓRCIA.

      La parte del Estado, no la de Antonio.

      SYLOCK.

      ¿Y para qué quiero la vida? ¿cómo he de vivir? Me dejais la casa, quitándome los puntales que la sostienen.

      PÓRCIA.

      ¿Qué puedes hacer por él, Antonio?

      GRACIANO.

      Regálale una soga, y basta.

      ANTONIO.

      Si el Dux y el tribunal le dispensan del pago de la mitad de su fortuna al Erario, yo le perdono la otra media, con dos condiciones; la primera, que abjure sus errores y se haga cristiano; la segunda, que por una escritura firmada en esta misma audiencia instituya herederos de todo á su hija y á su yerno Lorenzo.

      DUX.

      Juro que así lo hará, ó, si no, revocaré el poder que le he concedido.

      PÓRCIA.

      ¿Aceptas, judío? ¿Estás satisfecho?

      SYLOCK.

      Estoy satisfecho y acepto.

      PÓRCIA.

      Hágase, pues, la donacion en forma.

      SYLOCK.

      Yo me voy, si me lo permitis, porque estoy enfermo. Enviadme el acta, y yo la firmaré.

      DUX.

      Véte, pero lo harás.

      GRACIANO.

      Tendrás dos padrinos, cuando te bautices. Si yo fuera juez, habias de tener diez más, para que te llevasen á la horca y no al bautismo.

      (Se va Sylock.)

      DUX.

      (Á Pórcia.) Os convido con mi mesa.

      PÓRCIA.

      Perdone V. A., pero hoy mismo tengo que ir á Pádua, y no me es lícito detenerme.

      DUX.

      ¡Lástima que os detengais tan poco tiempo! Antonio, haz algun obsequio al forastero que, á mi entender, algo merece.

      (Vase el Dux, y con él los Senadores.)

      BASANIO.

      Digno y noble caballero, gracias á vuestra agudeza y buen entendimiento, nos vemos hoy libres mi amigo y yo de una calamidad gravísima. En pago de tal servicio, os ofrecemos los 3,000 ducados que debíamos al judío.

      ANTONIO.

      Y será eterno nuestro agradecimiento en obras y en palabras.

      PÓRCIA.

      Bastante paga es para mí el haberos salvado. Nunca fué el interes norte de mis acciones. Si alguna vez nos encontramos, reconocedme: no os pido más. Adios.

      BASANIO.

      Yo no puedo menos de insistir, hidalgo. Admitid un presente, un recuerdo, no como paga. No rechaceis nuestras ofertas. Perdon.

      PÓRCIA.

      Necesario es que ceda. (Á Antonio.) Llevaré por memoria vuestros guantes. (Á Basanio.) Y en prenda de cariño vuestra sortija. No aparteis la mano: es un favor que no podeis negarme.

      BASANIO.

      ¡Pero si esa sortija nada vale! Vergüenza tendria de dárosla.

      PÓRCIA.

      Por lo mismo la quiero, y nada más aceptaré. Tengo capricho de poseerla.

      BASANIO.

      Vale mucho más de lo que ha costado. Os daré otra sortija, la de más precio que haya en Venecia. Echaré público pregon para encontrarla. Pero ésta no puede ser... perdonadme.

      PÓRCIA.

      Sois largo en las promesas, caballero. Primero me enseñasteis á mendigar, y ahora me enseñais cómo se responde á un mendigo.

      BASANIO.

      Es regalo de mi mujer ese anillo, y le hice juramento y voto formal de no darlo, perderlo ni venderlo.

      PÓRCIA.

      Pretexto fútil, que sirve á muchos para negar lo que se les pide. Aunque vuestra mujer fuera loca, me parece imposible que eternamente le durara el enojo por un anillo, mucho más sabiendo la ocasion de este regalo. Adios.

      (Se van Pórcia y Nerissa.)

      ANTONIO.

      Basanio, dale el anillo, que tanto como la promesa hecha á tu mujer valen mi amistad y el servicio que nos ha prestado.

      BASANIO.

      Corre, Graciano, alcánzale, dale esta sortija, y si puedes, llévale á casa de Antonio. No te detengas.

      (Vase Graciano.)

      Dirijámonos hácia tu casa, y mañana al amanecer volaremos á Belmonte. En marcha, Antonio.

      ESCENA II.

      Una calle de Venecia.

      PÓRCIA y NERISSA.

      PÓRCIA.

      Averigua la casa del judío, y hazle firmar en seguida esta acta. Esta noche nos vamos, y llegaremos así un dia antes que nuestros maridos. ¡Cuánto me agradecerá Lorenzo la escritura que le llevo!

      GRACIANO.

      Grande ha sido mi fortuna en alcanzaros. Al fin, despues de haberlo pensado bien, mi amo el señor Basanio os manda esta sortija, y os convida á comer hoy.

      PÓRCIA.

      No es posible. Pero acepto con gusto la sortija. Decídselo así, y enseñad á este criado mio la casa de Sylock.

      GRACIANO.

      Así lo haré.

      NERISSA.

      Señor, oidme un instante. (A Pórcia.) Quiero ver si mi esposo me da el anillo que juró conservar siempre.

      PÓRCIA.

      De seguro lo conseguirás. Luego nos harán mil juramentos de que á hombres y no á mujeres entregaron sus anillos, pero nosotras les desmentiremos, y si juran, juraremos más que ellos. No te detengas, te espero donde sabes.

      NERISSA.

      Ven, mancebo, enséñame la casa.

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       Índice

      ESCENA PRIMERA.

      Alameda que conduce á la casa de campo de Pórcia en Belmonte.

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