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presupuestarias, la crisis financiera que, ya antes del estallido de la Gran Revolución, intentaron en vano conjurar reformadores fisiócratas como Quesnay –de quienes, como saben, estuvo también muy cerca Turgot–. Sin esta base fáctica específica de una ostensible incapacidad del régimen absolutista para adaptarse, de acuerdo con su propia concepción económica, al estado de las fuerzas productivas, con seguridad no se habría llegado a las sublevaciones, ante todo a las sublevaciones masivas de la etapa inicial. Solo la miseria real, al menos de las masas proletarias, propias de las grandes ciudades, en París durante aquellos primeros años críticos fue la condición para que el movimiento se desencadenara. Y ellas la llevaron adelante también espontáneamente, al menos hasta cierto grado, y promovieron ante todo la creciente radicalización del movimiento liberador burgués. Esta condición necesaria para una negatividad fáctica tal puede verse, e contrario, en que también en otros países, en la misma época, se realizó el proceso burgués-liberal-nacional; incluso hasta cierto grado, en las décadas siguientes, en la Alemania por entonces económicamente muy atrasada, pero sin que esto haya llevado a una revolución. Tendencias similares se podrán observar, por lo demás, también hoy en la asimilación de los países no totalitarios a las formas del mundo administrado. No querría hablar en forma altisonante, como está justificado por el estado de cosas, pero la distinción vulgar, que quizás tengan presente desde los tiempos de la escuela, en la medida en que son jóvenes, entre la causa profunda y la ocasión externa, por insignificante que pueda sonarles, tiene algo que ver con la diferencia entre la corriente objetiva y la condición desencadenante específica. La causa es justamente la corriente que se cristaliza en el proceso social global, que posee la propensión a asimilarlo todo. Esta tendencia de la corriente a asimilar los momentos individuales, incluso cuando, aparentemente, los momentos son diferentes o no tienen nada que ver con la corriente, puede ser observada todavía hoy –y esta es una contribución que la sociología empírica tiene que hacerle a la filosofía de la historia–. Con total seguridad, los bombardeos a las ciudades alemanas durante la última guerra mundial no han tenido lo más mínimo que ver con alguna clase de medidas para la slum clearing y la “norteamericanización” del aspecto de la ciudad o con medidas para la higiene progresiva y otras cosas similares; en sus efectos desembocan –por ejemplo, porque, a causa del carácter fácilmente inflamable, los viejos núcleos urbanos, en parte aún medievales, fueron aniquilados e incendiados– a aquella curiosa asimilación de la imagen de las ciudades alemanas a la de las norteamericanas; lo que es tanto más sorprendente cuanto que aquí no cabe suponer en absoluto una así llamada influencia histórica. O: se ha observado, y se ha sacado mucho partido de ello, que las así llamadas familias de refugiados han contrarrestado las tendencias sociales que, en general, socavaban la vieja estabilidad de la familia. Frente a esto, la sociología empírica ha aportado abundante material –mi joven colega, ya fallecido, Gerhard Baumert llamó la atención sobre eso–52 que demuestra que, a pesar de estas tendencias contrarias, que se cristalizaron en las situaciones específicas de finales del período de la guerra y comienzos de la posguerra, el fenómeno más importante de aquella tendencia antifamiliar –a saber, el incremento de los divorcios y el incremento del número de las así llamadas familias incompletas– ha seguido imponiéndose en las estadísticas. Pueden ver, pues, a partir de estos dos ejemplos, cuál es la relación de la gran tendencia con los así llamados datos fácticos inmediatos, pero deben retener aquí que las ocasiones –es decir, los acontecimientos individuales, como, por ejemplo, la política financiera de Luis XVI, que se precipitó en la bancarrota– representan el momento de la inmediatez sin el cual no existiría aquella mediación.

      Ahora bien, damas y caballeros, les dije recién, al emprender esta reivindicación honorífica de la diferencia escolar entre causa y ocasión, que igualmente esta distinción, esta distinción filosófico-histórica, aunque no dé cuenta alguna acerca de su filosofía de la historia implícita, conserva, con todo, un momento de futilidad. Y quisiera ahora recuperar esto haciendo referencia a un tercer elemento en la construcción de la Revolución Francesa que concierne a la relación entre causa y ocasión –si puedo emplear estas expresiones–; a saber: estos momentos, sin duda, han de ser diferenciados entre sí, pero su diferenciación, tal como la he realizado, sigue siendo aún una diferenciación externa; estos momentos se encuentran en sí mediados. Y, sin duda, en toda la historia, como sabemos hasta ahora, están mediados en el sentido de la primacía de lo universal, de la causa, frente a la ocasión. Así, a fin de concretizar esto: la mala economía que desencadenó la Revolución Francesa, que no es, pues, un estado de cosas tan casual, un estado de cosas tan contingente que sea independiente de la corriente histórica, sino que está condicionada por la totalidad. Ante todo, por la estructura de un orden feudal-absolutista que incluso (si me permiten incorporar aquí, por razones de brevedad, un concepto de Werner Sombart presente en la historia del capitalismo y, ante todo, en el libro sobre el burgués)53 ha sido totalmente una economía del gasto y no una economía del ingreso, en contraposición con el capitalismo; de modo que ha correspondido directamente al sentido de esta clase y de su comportamiento el hecho de no administrar tal como administra y ha administrado la clase burguesa, que le es antagónica; ante todo, como la clase burguesa administró ante todo en aquellos tiempos, es decir: en términos de balance, según el balance. Pero, por otro lado, a través de la primacía económica de la burguesía ya en aquella época de la que hablé, esta economía de gastos del propio absolutismo feudal es ella misma rezagada; ha quedado rezagada frente al estado de racionalización de las fuerzas productivas; ha quedado rezagada como algo irracional frente a ese estado y, en consecuencia, esa economía es ella misma una función de la tendencia total. Lo que quiero decir es que lo particular –que es un momento que es indispensable para la disolución de lo universal, como todo lo inmediato, tal como lo desarrollé en las últimas clases–, sin embargo, se encuentra a la vez en sí mediado por aquel universal que no existiría sin esto; es decir, está mediado justamente por el despliegue de las fuerzas productivas de la burguesía. Lo que hay que decir sobre la construcción filosófico-histórica –y, si ustedes quieren, lo que habría que decir sobre una teoría filosófico-histórica de las categorías– es que aquí, pues, ninguna de estas categorías, considerada de manera aislada, bastaría para explicar de un modo en cierta medida plausible la primacía histórica; por el contrario, deben comprender no solo esta complejidad, es decir, la corriente total que se realiza, la referencia de la corriente total a la situación específica y, a su vez, la mediación de la situación específica por parte de la corriente total; no solo deben comprender esto en términos categoriales, sino que deben emprender incluso aquel análisis concreto –por cierto, solo sugerido por mí tendencialmente ante ustedes– que conduce más allá de estas categorías. Quisiera concluir llamando la atención de ustedes sobre el hecho de que aquella famosa transición de la propia filosofía a la historiografía, que se encuentra en consonancia con la Lógica de Hegel y que ha sido demandada expresamente por Marx en un famoso pasaje,54 probablemente consiste en que justamente aquella constelación de categorías, aquella referencia mutua entre las categorías filosófico-históricas y la historia real, es, por su parte, a tal punto una corriente categorial que la distinción tradicional, superficial entre la esencia y aquello que es mero hecho y “existencia perezosa”, tal como la llama en una ocasión Hegel de manera despectiva,55 justamente a través de esto se torna totalmente obsoleta. Y podrían hallar, al mismo tiempo, en esto un ejemplo muy concreto de la tesis de que la escisión de la filosofía respecto de las esferas dotadas de contenido objetivo es insostenible por razones internas a la filosofía, por razones de la propia estructura categorial. Y de esta manera, por cierto, ingresan al ámbito de un giro filosófico que, quisiera pensar, podría llevarlos muy lejos.

      42 Cf. Theodor W. Adorno, “Titel. Paraphrasen zu Lessing”, Akzente 9 (1962), pp. 278 y ss. (fasc. 3, junio de 1962); también en Noten zur Literatur III, Frankfurt, 1965, pp. 7 y ss.; luego en GS 11, pp. 325 y ss. [Notas sobre literatura, pp. 313 y ss.].

      43 Sobre la experiencia en comisiones en las que siempre triunfa lo peor como lo más objetivo, cf. también el parágrafo “Espíritu de grupo como dominio” en Dialéctica negativa (GS 6, pp. 302 y ss. [pp. 284 y ss.]).

      44 Cf. GS 14, pp. 169 y ss. [edición en español: Disonancias. Introducción a la sociología de

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