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en la Exposición Universal de París de 1889, así como los resultados que aquello tuvo en términos de acercamiento económico, político y cultural con ese país. Dicho trabajo se organizó acorde con las propuestas del historiador Roger Chartier, lo cual permitió ver cómo diversos grupos integrantes de la sociedad tuvieron una imagen de México según su propia forma de ver el mundo,21 y comprender cuál fue la estrategia publicitaria que utilizó Porfirio Díaz para lograr una base social que legitimara su proyecto de política exterior. Aunque dicho trabajo no se centró en el centenario, sí sirvió para contemplar las dinámicas de la opinión pública mexicana a finales del siglo XIX. Además fue posible encontrar y revisar el texto publicado durante la celebración de centenario titulado Los banquetes del centenario, de Rosario Hernández Márquez, en el cual se describen fielmente uno a uno los diversos platos que se sirvieron en los eventos de la celebración del centenario de la independencia.22 Con tal estudio, es posible percibir la inmensa influencia que ejerció la cultura francesa en aquel momento, producto entre otras cosas de la participación directa de México en la Exposición Universal que tuvo lugar en París en el año de 1889.

      El texto de Annick Lempérière23 se vale de las propuestas de Reinhart Koselleck sobre cómo cada sociedad establece sus propias relaciones con el pasado, el presente y el futuro, precisamente para plantear que la celebración de 1921 establece una relación más estrecha con el pasado y con su proyección al futuro. En últimas, Lempérière arguye que se establece una memoria culturalista que limpia al presente de culpa: la antropología, nueva ciencia de la sociedad, sirve en lo sucesivo a la política indigenista y a la integración.

      Asimismo, Rebeca Earl postula un estudio que aborda desde la perspectiva comparada las fiestas cívicas realizadas en el siglo XIX en América Latina.24 En ese trabajo, apoyándose en palabras de Eric Hobsbawm, analiza cómo los líderes inculcaban valores y normas con base en el acto de la repetición, estableciendo así una continuidad con el pasado; continuidad cruzada por el debate sobre el origen de las naciones: situación que muestra, a su vez, la postura de los líderes nacionales con la incorporación de las comunidades indígenas. Earl plantea que la evolución de los partidos políticos a lo largo del siglo XIX muestra una estrecha relación con una visión específica de la historia nacional. Los liberales proponían que la nación tenía su origen en el remoto mundo indígena prehispánico, mientras que los conservadores proponían que surgió con la llegada de Colón a América. A lo largo del tiempo, se difundió la aceptación de la perspectiva conservadora, en la cual la afirmación del pasado indígena fue en algunos países una manera de rechazar precisamente el presente indígena. La autora termina por afirmar que, en últimas, el origen de la nación consiste en el encuentro de americanos y españoles, lo cual dio como resultado un mundo criollo y no mestizo.

      En lo que respecta a Colombia, la contribución de Gerson Ledezma consiste en un artículo que aborda la formación de identidad en Popayán durante la celebración del centenario.25 Aquel estudio hace referencia a las consecuencias que tuvo para los payaneses la desmembración del Gran Cauca, lo cual obedeció a la reforma administrativa emprendida por el general Reyes durante el Quinquenio; asimismo, muestra cómo esto se vio reflejado en la celebración del centenario.

      Por otro lado, en el estudio titulado “¿Cómo representar a Colombia?”, Frederic Martínez ve la celebración del centenario como un esfuerzo por sintetizar varios elementos de la representación nacional de una manera ecléctica. Del mismo modo, Martínez afirma que lo anterior obedece a la intención de los organizadores de no convertir la fiesta en la representación de un proyecto postulado acorde con los intereses de partido y el egoísmo político. Añade el autor que, por más que intenten impedirlo sus gestores, algunos de esos discursos se encuentran impregnados del hispanismo clásico del cuarto centenario del descubrimiento de América, de la independencia y de un hispanismo idealista y mesiánico de las generaciones centenaristas latinoamericanas de 1910; hito cuyo más claro exponente fue Lorenzo Marroquín, quién definía la raza colombiana como nueva y neolatina.26

      En su artículo “Memorias enfrentadas: centenario, nación y Estado 1910-1921”,27 el historiador Raúl Román Romero presenta el tema del centenario del 20 de julio de 1810 según otra perspectiva que constituye una visión mucho más amplia del asunto. Así, Romero no la contempla como un momento cuya ocasión propiciara que el país se reuniera en torno a una fecha unificadora, sino que, por el contrario, muestra la conmemoración como un hecho problemático en sí mismo. Su tema central es la forma como algunos grupos de Cartagena expresaron su descontento en el periódico El Porvenir, ante la imposición de esa fecha desde el centro del país. Tal postura es provechosa para la historiografía nacional, en la medida en que evidencia la pugna que puede haber detrás de la construcción de la memoria, entre lo que se recuerda y lo que se olvida. No obstante, el análisis carece de preocupación por el manejo de la fuente.

      A pesar de todos esos trabajos, es notorio cómo existen aún varias imprecisiones contextuales en torno al periodo, en algunos estudios que tocan el tema. Un caso diciente de lo anterior es el trabajo de Santiago Castro-Gómez,28 en el que se le adjudican los festejos del centenario a la presidencia del general Rafael Reyes, y no se observa la complejidad política propia del momento de la conmemoración, la cual fue expresada en la celebración misma. Si bien es cierto que la expedición del decreto y el nombramiento de la primera junta dedicada a la planeación de los festejos se hicieron bajo la presidencia del general Reyes, el nombramiento de la junta y de su organización definitiva correspondió al Gobierno del general Ramón González Valencia, en un momento en el que el país vivía una intensa agitación política debido al ascenso de la Unión Republicana. Como vemos, tal situación no corresponde a un problema de quién expidió el decreto, o de quién era el presidente por entregar el cargo, o de quién estaba a punto de posesionarse. En esa medida, la exactitud de los hechos no es en sí misma una preocupación muy apremiante; sin embargo, en la medida en que estos pueden conducir a dilucidar el significado otorgado a la celebración en su momento, estos son fundamentales: de tal modo, sitúan el estudio en las condiciones materiales, sociales, políticas, culturales e intelectuales del momento.

      Hasta donde se ha explorado, no ha sido posible encontrar ningún trabajo que aborde el papel que desempeñaron la opinión pública y la prensa en la celebración del centenario de la independencia, en particular en los países que serán tratados. Del mismo modo, no hay registro de un trabajo el cual indague por la organización del significado que se le quiso dar en el momento a la celebración de centenario, como reconstrucción compleja de lo que dicho proceso revistió.

      Con la finalidad de abordar el tema planteado, el punto de partida será la nueva historia intelectual o la historia de los discursos políticos, como se la ha denominado en América Latina. Cabe señalar que esta vertiente tiene su origen en los estudios que versaban sobre la historia de las ideas, e incluso fue producto de la crítica que se le hizo. Asimismo, los historiadores se han referido de diversas maneras a esta nueva forma de afrontar el pensamiento político. Por ejemplo, para John Greville Agrad Pockok los mejores nombres que corresponden a la historia intelectual son la historia del habla o la historia del discurso.29 Esta rama de estudio también es conocida como la historia de los lenguajes políticos, la historia de los conceptos y la historia intelectual. Más adelante, cuando sean abordados los historiadores y las universidades de acuerdo con el surgimiento de dichas denominaciones, habrá mayor claridad en torno a sus orígenes.30

      La vertiente que atañe al presente estudio contiene varios puntos que la separan de la historia de las ideas. Durante mucho tiempo, la idea fue la unidad de análisis utilizada para estudiar el desarrollo y el cambio del pensamiento. No obstante, muchos historiadores se rehusaron a utilizar el concepto de idea como un eje válido para acercarse al cambio cognitivo, ya que lo consideraban demasiado subjetivo.31 En la historia de las ideas, las controversias que se cernieron sobre los significados de los conceptos políticos se reducían a malentendidos en torno al sentido de la política moderna. Esta corriente contemplaba el desacuerdo como la ausencia de correspondencia entre la norma y la práctica; de tal modo, negaba toda imposibilidad de polémica a la que los autores del pasado debieron haberse enfrentado. En tanto, según la práctica de los estudios actuales de la historia de los lenguajes políticos,

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