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escudo reservé

      para comprar qué comiese;

      porque, aunque al juego le pese,

      no ha de faltar esta fe.)

      Aquí traigo en el lenzuelo,

      padre mío, qué comáis.

      Estimad mi justo celo.

      Anareto.

      Bendito, mi Dios, seáis

      en la tierra y en el cielo,

      pues que tal hijo me distes,

      cuando tullido me vistes,

      que mis pies y manos sea.

      Enrico.

      Comed, por que yo lo vea.

      Anareto.

      Miembros cansados y tristes,

      ayudadme a levantar.

      Enrico.

      Yo, padre, os quiero ayudar.

      Anareto.

      Fuerza me infunden tus brazos.

      Enrico.

      Quisiera en estos abrazos

      la vida poderos dar.

      Y digo, padre, la vida,

      porque tanta enfermedad

      es ya muerte conocida.

      Anareto.

      La divina voluntad

      se cumpla.

      Enrico.

      Ya la comida

      os espera. ¿Llegaré

      la mesa?

      Anareto.

      No, hijo mío,

      que el sueño me vence.

      Enrico.

      ¿A fe?

      Pues dormid.

      Anareto.

      Dádome ha un frío

      muy grande.

      Enrico.

      Yo os llegaré

      la ropa.

      ···············

      Vencióle el sueño,

      que es de los sentidos dueño,

      a dar la mejor lición.

      Quiero la ropa llegalle,

      y de esta suerte dejalle.

      [Sale a la calle, donde Galván le recuerda que tiene que asesinar a Albano, pues ha recibido ya la mitad de la paga por el crimen. Enrico se dispone a cometer el asesinato; pero al ver que su víctima es un pobre anciano, el recuerdo de su padre le hace desistir de tal propósito. El que le había pagado el crimen se presenta a reclamar a Enrico el dinero por no haber cumplido su compromiso, y Enrico, indignado, lo acuchilla sin piedad. En aquel momento, el Gobernador, con la gente a sus órdenes, se presenta para prender a Enrico; éste y Galván se defienden y matan al Gobernador; pero, al fin, viéndose acosados, se arrojan al mar. Entre tanto, Paulo, en compañía de Pedrisco, se había convertido en capitán de una cuadrilla de bandoleros, que tenía aterrorizada a la comarca por la crueldad de sus crímenes. De vez en cuando tiene algún remordimiento de conciencia.]

      (Paulo en el campo.)

      Músicos.

      No desconfíe ninguno,

      aunque grande pecador,

      de aquella misericordia

       de que más se precia Dios.

      Paulo.

      ¿Qué voz es esta que suena?

      Bandol.

      La gran multitud, señor,

      desos robles nos impide

      ver dónde viene la voz.

      Músicos.

      Con firme arrepentimiento

      de no ofender al Señor

      llegue el pecador humilde,

      que Dios le dará perdón.

      Paulo.

      Subid los dos por el monte,

      y ved si es algún pastor

      el que canta este romance.

      Bandol.

      A verlo vamos los dos.

      Músicos.

      Su Majestad soberana

      da voces al pecador

      porque le llegue a pedir

      lo que a ninguno negó.

      (Sale por el monte un Pastorcillo, tejiendo una corona de flores.)

      Paulo.

      Baja, baja, pastorcillo;

      que ya estaba, vive Dios,

      confuso con tus razones,

      admirado con tu voz.

      ¿Quién te enseñó ese romance,

      que le escucho con temor,

      pues parece que en ti habla

      mi propia imaginación?

      Pastorc.

      Este romance que he dicho

      Dios, señor, me le enseñó;

      o la Iglesia, su Esposa,

      a quien en la tierra dió

      poder suyo.

      Paulo.

      Bien dijiste.

      Pastorc.

      Advierte que creo en Dios.

      ···············

      Paulo.

      ¿Y Dios ha de perdonar

      a un hombre que le ofendió

      con obras y con palabras

      y pensamientos?

      Pastorc.

      ¿Pues no?

      Aunque sus ofensas sean

      más que átomos del sol,

      y que estrellas tiene el cielo,

      y rayos la luna dió,

      y peces el mar salado

      en sus cóncavos guardó.

      Esta es su misericordia;

      que con decirle al Señor:

      Pequé, pequé, muchas veces,

      le recibe al pecador

      en sus amorosos brazos;

      que, en fin, hace como Dios.

      Porque si no fuera aquesto,

      cuando a los hombres crió,

      no los criara sujetos

      a su frágil condición.

      Porque si Dios, Sumo Bien,

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