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su cartera.

      Allí es de ver la suma habilidad con que la elegantísima mademoiselle, convence á un hombre, de que jamás ha experimentado la pasion que su talento y su profunda simpatía la han hecho concebir.

      Allí es de ver como la reina de aquel sarao frota dulcemente la mano de un hombre, cual si quisiera persuadirle empleando por razon el calórico de la electricidad: allí es de ver la ingenuidad maravillosa, la admirable inocencia, con que exclama, dando á su acento la expresion tardía y entrecortada del patético: ¡Que je suis malheureuse! ¡Qué desgraciada soy!

      Esto quiere significar: ¡qué desgraciada me ha hecho tu amor!

      O bien esto otro, que está más en relacion con las intenciones de aquellas eminentes actrices: ¿cómo podrás pagarme el mal que me has hecho?

      Hay prostitutas que salen de allí para ser personajes en el gran mundo. Yo he visto una, á quien un ruso dió, durante muchos años, veinticinco mil francos mensuales.

      La prostitucion de la casa de que hablo, está elevada á ciencia, á bella arte, á gran tono: ¿lo querrán creer mis lectores? Está elevada á una especie de adivinacion, á una especie de agorería. Hablar allí de la piedra filosofal, de la cuadratura del círculo ó del movimiento contínuo, es una cosa casi natural.

      La prostituta de aquella casa, adivina el corazon de sus clientes, como conocía Gall los órganos cerebrales del hombre.

      ¡Cuántos misterios curiosísimos y dolorosos encierra aquel Eden de la corrupcion! ¡En cuántos presupuestos de familias ricas de Paris, tiene un guarismo aquel Eden infame!

      Sí, muchos hombres casados del mismo Paris, están ajustados anualmente con la dueña del establecimiento: esto es, tienen un palco allí, como lo tienen en el teatro de la grande Opera, en los Italianos ó en el Circo.

      Por último, yo no tengo noticia de una casa igual, y no extraño que el jóven, profano á la vida de las grandes ciudades, pierda allí el sentido y se dé en cuerpo y alma al diablo de aquella tentacion. Es el talento que la víbora tiene en saber picar; pero indudablemente hay allí un talento asombroso. Yo no hallo palabras que expresen la memoria que deja aquel encantamiento maldito, sino diciendo que es una CIVILIZACION QUE ESPANTA.

      ¿A quién podria ocurrirse (y termino con esta especie) que la dueña del establecimiento en cuestion, es una gran señora? Pues nada más cierto.

      He oído decir á muchas personas que la corrupcion de Paris, en el sentido indicado, es un hecho muy natural, atendida la circunstancia de que á este pueblo afluyen todas las naciones del mundo.

      Algo concedo á esta consideracion; creo tambien que hay vicios orgánicos en la existencia de los grandes centros, de los grandes focos, de las grandes acumulaciones. Creo tambien que la centralizacion causa daños hasta en el censo de poblacion; pero esta creencia no me explica todo lo que aquí veo.

      ¿Qué virtud atribuirémos á una pastora que vive aislada en el fondo de un bosque? ¿Ha de ser impura con la soledad, con los árboles, con las flores, con el ambiente? ¿Ha de ser impura con las tórtolas ó con los faisanes? Sin vicio no hay virtud; como sin Ocaso no hay Oriente, como no hay martirio sin lucha.

      ¿Es Paris corrompido porque hay lucha? No; la lucha es necesaria; pero es necesario que sea una lucha moral, una lucha virtuosa, una lucha como no lo es en este gran centro. No está el mal en que una piedra ruede; esto es natural, providente, moralísimo: el mal está en que ruede hácia el abismo; en que ruede hácia donde no debe rodar; en que ruede para precipitarse.

      La corrupcion de Paris consiste en que es el pueblo más ingenioso de la tierra, y en que emplea su ingenio, al menos durante el tiempo que atravesamos, en falsear artísticamente las leyes morales.

      No, no es vicioso porque se mueve, sino porque se mueve mal.

      En todas partes sucede lo mismo, con la diferencia de que hay peor sentimiento, porque hay más hipocresía. Esto dicen los hijos de Paris.

      Yo contesto á los hijos de Paris que se engañan. No me maravilla que busquen esta solucion á sus pecados; pero se engañan.

      En ninguna parte del mundo tiene la prostituta la instruccion y la fascinacion teatral que en Paris: en ninguna parte del mundo tiene la fantasía tantas imágenes y tantas formas para embellecer la fealdad: en ninguna parte del globo conocido se hace de la prostitucion una especie de apoteosis ó de reinado.

      No hay más hipocresía en los demás países: hay menos ingenio, aplicado á dar encanto á los goces ilícitos, á dar esplendidez á la sensualidad que se embriaga. Hay más ignorancia cuando se trata de llamar á la imaginacion para que haga de una ramera un personaje, una heroina, casi una gloria, una celebridad.

      Hay menos talento en hacer de un vicio una aristocracia. Digo otra vez, y lo diré mil veces, que profeso por máxima de vida social el respeto al hombre, sea quien fuere, aunque sea un mendigo, aunque sea un reo, aunque sea un ajusticiado, y que respetando al individuo, con mayor razon respetaré á los pueblos, en quienes hallo individuos más respetables, á fuera de mayores. No me propongo lastimar á Paris; sino manifestar lo que entiendo justo.

      En los demás países se sabe menos en materia de convertir el vicio en una hechicería, y ¡bendito el mármol que no rueda, cuando el rodar sólo ha de servir para llevarlo al precipicio! ¡Bendito el arrullo de la tórtola, que no sabe atraernos con la mirada venenosa de la serpiente!

       Índice

      =Moralidad con relacion al trato civil=.

      Voy á dar algunos detalles sobre dos caractéres singularísimos de la sociedad francesa, caractéres reflejados en dos palabras; pardon y merci; perdon y gracias.

      Un parisiense viene corriendo por una acera y magulla el pié á un transeunte, vuelve la cara sin detenerse y le dice con la expresion más fervorosa: pardon, monsieur, (perdone usted, caballero).

      Sigue de la misma manera, y se da de cara con una señora, ó la da un codazo que la tulle el brazo ó el pecho: pardon, madame (perdone usted, señora) y sigue su camino con aire triunfante, como un hombre que está convencido de que merced á una palabra de etiqueta, tiene el derecho de ir aporreando á todo el prójimo.

      Esto nos ha acontecido varias veces, y mi mujer, al oir pardon, monsieur ó madame, me preguntaba: ¿qué dice?

      —Nos pide perdon, respondia yo á mi mujer.—¿Qué diantre de tantos perdones? Mejor seria que hiciera de modo que no tuviera precision de ser perdonado, y se dejaran de alharacas que no me quitan la molestia del empujon, del aplastamiento de narices, ó del magullamiento del pecho. Realmente, si me magulla un pié, si me disloca un brazo ó si me aplasta la nariz ¿me curará aquel cumplido estéril? No. ¿Qué significa aquel perdon, elevado á virtud social?

      ¡Ay! significa un hecho, como pudiéramos decir una dolencia, el cual se deja ver en todos los círculos de esta especialísima sociedad. Significa que la imaginacion crea una fórmula exterior, graciosa, dramática, para apoderarse impunemente del espacio y hacer su negocio.

      Es cultura, se dice.

      ¡Cómo! Respondo yo, ¡cultura! ¿Concebís la cultura sin el amor al hombre, sin el respeto al hombre siquiera? ¿Concebís la cultura sin humanidad? ¿Concebís la cultura sin la mútua conciencia de nuestro sér, sin la moral humana? ¡Cultura! Esta idea peregrina me ha herido de una manera particular.

      El hombre francés se cree en el caso de estrujar á toda alma viviente, añadiendo el correctivo del ¡perdon! ¿Y qué? ¿Me importará á mí más que me extraigan del bolsillo un franco ó ciento, que el recibir un choque de un semejante mio que corre á sus negocios, y para quien valen más sus negocios que mi pié, mi brazo, mi nariz, mi cabeza? ¡Y qué! vuelvo á decir: porque aquel franco me lo extrajeran

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