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      No, la policía es un hecho puramente exterior, y de este orígen no pueden provenir las altas razones morales, religiosas, políticas y económicas, que marcan los grados de sociabilidad en todos los pueblos de la tierra, sociabilidad que es el gran círculo donde todos los hechos humanos se contienen, las costumbres tambien.

      No; la represion hace lo que una argolla. La argolla no tiene la virtud de convertir á los malvados. La argolla no es un poder humano, un poder moral; mata, no educa.

      Pues ¿de dónde procede la religiosidad del pueblo francés en atemperarse al precepto público? Sobre esto dirémos despues unas cuantas palabras. Ahora no hacemos más que exponer hechos, y el hecho es que aquella religiosidad exterior se manifiesta de una manera incuestionable. Vamos ahora á ver las cosas de otro modo.

       Índice

      =Moralidad de Paris con relacion á la opinion=.

      Esta moralidad es tan escrupulosa como la que se observa con respecto á las leyes, aunque proviene de causas distintas.

      ¡Cuántas manifestaciones engañosas! ¡Cuánta observacion, cuánto deseo y cuánta buena fe se necesitan para penetrar en el interior de este laberinto, y ver los hechos como son en sí!

      ¿Nos dejamos un paraguas, un pañuelo, un bolsillo, en algun café, tienda, quizá teatro? Pues volvamos y allí estará.

      ¡Moralidad asombrosa! se exclama.

      Poco á poco, amigos mios. No niego que esto es preferible á vernos asaltados por una partida de beduinos ó de turcomanos, pero nosotros nos guardarémos muy bien de llamarlo virtud. Le llamarémos habilidad; virtud, no. ¿Por qué no? Vamos á explicarnos; pero, lector mio, con tu vénia, hablarémos en adelante en singular.

      Yo tengo una tienda, un café, un teatro, una fonda. Sin el favor de la opinion pública, esto es, sin crédito exterior, sin probidad aparente, sin esa probidad que sale á la calle vestida de colorea muy vivos, como los payasos, para que la gente se pare á verlos: sin la moralidad de la opinion en un gran centro de competencia, claro es que me arruino.

      ¿Pues qué hago? Agenciar dia y noche aquel favor, aquella condicion necesaria para que yo adelante y goce; mejor dicho, procurarme sin descanso aquella mercancía indispensable para que sea un mercader feliz.

      ¿Vale más mi crédito que un paraguas, un pañuelo, un bolsillo, un billete? Pues tome usted el billete, el bolsillo, el paraguas. ¿Vale más mi mercancía que la de usted? Pues tome usted su mercancía.

      Pero si el bolsillo contuviera bastantes monedas para asegurar de una vez mi fortuna; si el billete fuera un talon contra el Banco de Lóndres, y representara una cantidad que hiciera imposible la ruina; si la mercancía de la tienda, del café ó de la fonda, valiese menos que la del bolsillo ó el billete de usted, ¿cree usted que el hombre moral de Paris dejaria de ajustar la cuenta por los dedos; cree usted que dejaria de anotar en el libro de entrada la partida mayor?

      No niego que habrá muchas y honrosas excepciones: no condeno la intencion virtuosa de uno ó mil individuos. Hablo de la temperatura general que, en mi juicio, tiene aquí la conciencia.

      Esta verdad se descubre más fácilmente en los cocheros. La ley ofrece una recompensa pecuniaria, y en otros casos una mencion honorífica, al conductor de un carruaje público que presente en las oficinas de la policía los objetos olvidados en su carruaje. Los objetos devueltos en este año suman un valor de 43.000 duros.

      Pero ¿qué sucede en realidad? ¿Que sentido tienen estos alardes de pureza y de abnegacion ante la moral verdadera, ante la emocion íntima del alma, esa emocion que siente el bien, y que tiene bastante con sentirlo, como mi corazón ama la belleza, y tiene bastante con amarla? ¿Qué significan esos 43.000 duros devueltos á la policía de esta ciudad?

      Significan lo siguiente; y cuidado que no hablo de memoria, sino por experiencia.

      Si el objeto olvidado no valia la pena de que la policía premiase al cochero honrado, el cochero honrado hizo noche de aquel objeto.

      Si el objeto valia mucho mas que la recompensa pecuniaria ó la mencion honorífica, el objeto no pareció tampoco.

      ¿Pues qué objetos son los que parecen? Parecen aquellos que no valen menos ni más que el premio ó la mencion; no parecen más mercancías que las que convienen al negocio.

      Al volver una tarde de Passy, tomamos un coche cerca de las barreras del arco del Triunfo; era de dos asientos, y un amigo que nos acompañaba tuvo la bondad de subirse al pescante, mientras que mi mujer y yo ocupábamos el interior del carruaje.

      No hacia diez horas que nos habiamos comprado un sobretodo de goma, forrado de merino, y que podia usarse tanto para las lluvias como para servir de sobretodo.

      Llegamos al hotel de Buenavista; subimos; á poco notamos que el amigo se habia dejado el sobretodo en el pescante; el cochero no pareció por nuestro hotel, ni el sobretodo pareció tampoco por las oficinas de la policía. Me consta, porque estuve á saberlo, contra la voluntad del interesado, que se hubiera creído en pecado mortal si un sobretodo le obligara á mover un pié ó á despegar un labio.

      En fin, depuradas las cosas en el crisol de la verdad, la virtud de Paris con respecto á la opinion pública, seria una hipocresía, un fraude, un dolo, si no fuera un comercio hábil, una industria que participa de cierto hechizo para explotar al hechizado; ¡palaustre tambien!

      La conciencia se escribe y se suma: el guarismo mayor es el más moral.

       ¿No hay guarismo? Pues no hay nada.

      ¿Y dónde no sucede lo mismo? se replica.

      Yo contesto que no sucede lo mismo en la mayor parte del mundo; yo contesto que esa disposicion del sentimiento y de los hábitos, es una especialidad francesa, al menos una especialidad parisiense. Aquí, la alucinacion de la fantasía se ejerce sobre todo, hasta sobre el tul de unos manguitos, hasta sobre los pliegues que se dan á una tela cualquiera: ¿cómo no ha de ejercerse sobre las deliberaciones y las costumbres?

      Lo que aquí se llama moralidad, se llama en otras partes astucia, destreza, comprar y vender entendiendo el oficio.

      Yo no condeno tanto el hecho, como su falsa manifestacion y su falso alarde. Llámenlo negocio, empresa, mercado: llámenlo como quieran, moral, no. Eso no es la moral; la cara de carton no es la cara de carne. La moral no se escribe sino sobre el código eterno de una verdad que no se suma, que no se palpa: una verdad lúcida, inocente, afectuosa y bella como el recuerdo de una madre; alta, noble, expansiva y universal como la idea de Dios.

       Índice

      =Moralidad de Paris con relacion á las costumbres=.

      En una de las tiendas contiguas al pasaje de la calle Montmartre, cerca del Mercado Nuevo, han llevado á mi mujer diez sueldos por unas trencillas que cuestan dos en la plaza de las Victorias, siendo estas últimas tal vez de mejor calidad.

      Notaron que era extranjera, y la llevaron cinco veces más de lo justo.

      En el pasaje de los Panoramas compramos un frasco de vinagre de olor, un pomo de aceite y algunas pastillas. Yo creí equivocadamente que el frasco valia dos francos y medio, y pagué á razon de esta suma. Pero no valia más que uno y medio; la señora que despachaba se apercibió sin duda del exceso de un franco, (la mujer francesa se apercibe de todo) y se contentó con añadir una pastilla, como si se tratara de un regalo con que nos obsequiaba.

      La pastilla valia seis sueldos, de modo, que fué moral regalando una pastilla que me costaba dos veces más de lo que valia.

      En

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